viernes, 11 de octubre de 2024

Tutankamón. La historia jamás contada - Thomas Hoving

Título: Tutankamón. La historia jamás contada                                                                     Autor: Thomas Hoving

Páginas: 413

Editorial: Círculo de lectores
 
Precio: 16,63 euros
 
Año de edición: 2007

Este libro de Thomas Hoving acerca del descubrimiento del sepulcro de Tutankamón tiene todos los ingredientes para resultar entretenido. Primeros años veinte: Egipto, tierra de misterios y faraones. Valle de los Reyes, cerca de Tebas, un paraje inhóspito en donde fueron enterrados reyes, cortesanos y grandes dignatarios. Un faraón muerto joven y olvidado durante milenios. Howard Carter, su descubridor, un tipo serio, concienzudo, atormentado, carente por completo de sentido del humor y con un carácter endiablado. Su mecenas Lord Carnarvon, el arquetipo del noble inglés, inteligente, astuto, elegante, valiente, con un amplio surtido de habilidades sociales y un castillo familiar abarrotado de antigüedades. ¿Quién da más?

El tesoro de Tutankamón brillaba en la oscuridad. Despertaba la codicia. La pelea entre bambalinas para repartirse el botín entre sus descubridores, los egipcios y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York fue memorable. La leyenda se completa con una siniestra maldición dispuesta a saltar al pescuezo de cualquiera que turbara el sueño de Tutankamón. Todo un espectáculo. 

1922. Protectorado británico de Egipto. Campaña arqueológica de Howard Carter. Un niño descubre un escalón enterrado en la arena. Desentierran una escalera que se adentra en las profundidades. Bajan. Llegan a una puerta sellada. Un pasillo. Otra puerta sellada. La estancia subterránea se ramifica en varias cámaras. Los visitantes hacen saltar los sellos reales. La oscuridad es profunda. No se oye nada. Encienden una linterna. Susurros. Miran por un agujero. Un tenue rayo de luz ilumina un trono, estatuas, joyas, tarros, cajas, maderas exquisitamente talladas, piezas de oro, esmaltes y un lecho enorme con cabeza de buey. Es la tumba de Tutankamón. El mayor descubrimiento arqueológico del siglo XX. Tiene 3200 años de antigüedad. 

Howard Carter no fue el primero en visitarla. La saquearon tres veces en tiempos remotos. Los objetos aparecieron revueltos, amontonados de cualquier manera. Quizá los saqueadores los dejaron así cuando fueron sorprendidos. Los visitantes advirtieron asombrados la huella de un dedo. Un ramo de flores marchitas se deshizo al tacto: postrero y patético recuerdo del faraón adolescente.

Thomas Hoving insiste: Carter y Carnarvon querían quedarse con parte del botín. No eran unos investigadores desinteresados. Tejieron una red de amistades e intrigas para enriquecerse. Las cosas no les salieron demasiado bien porque ya existían en Egipto leyes que protegían sus maravillas artísticas del expolio extranjero. Siempre atento al control de la información, Lord Carnarvon vendió el monopolio de la gran noticia al periódico de la élite británica: The Times. Otros medios se sintieron marginados y contraatacaron. Los nacionalistas egipcios exigían que aquellos tesoros se quedaran en su país. Un rumor falso afirmaba que dos aviones se habían llevado el oro de Tutankamón. Al imperio británico le quedaban pocos años de vida. Sus súbditos no se callaban. 

La tumba de Tutankamón se convirtió en una especie de gran carnaval. Una multitud acosaba a Howard Carter. Querían entrar a saludar al faraón. Se amontonaban periodistas sin escrúpulos, lores ingleses, norteamericanos forrados de millones, aristócratas egipcios con su harén de damas veladas, señores colorados y corpulentos tocados con salacot, señoras elegantes y aburridas, gente rara aficionada al misterio, artistas, vendedores, estafadores, comediantes y hasta la reina de los belgas, Isabel Gabriela, que visitó fascinada cuatro veces la tumba. Todos sudando a chorros, porque se alcanzaron los 52 grados. Hubo histeria, soponcios y hasta alguna pelea. Un caballero muy gordo se quedó atrapado en un pasillo del sepulcro ante el pánico general. Alguien especialmente torpe rompió una figurita. Howard Carter se desesperaba ante el caótico espectáculo. Una joven norteamericana le dijo a un lord inglés: «Luxor me parece bastante animado y lo único malo es la tristeza que la rodea por la muerte de un individuo de nombre Tutankamón».

También apareció una «maldición» contra aquellos que se atrevieron a romper el hechizo embalsamado del hipogeo. El primero en caer fulminado fue Lord Carnarvon. Quizá por la picadura de un mosquito del desierto. Tras una agonía que duró dos semanas, murió en El Cairo el 6 de abril de 1922. Muy poco antes de fallecer dijo lo siguiente: «He oído la llamada. Me preparo». Se desataron extraños rumores, con su punta de comicidad involuntaria. Ejemplos: antes de morir Lord Carnarvon, se apagaron todas las luces de El Cairo; en el momento exacto de su muerte su perro favorito aulló de angustia y cayó muerto; un tipo que había entrado en la tumba fue atropellado por un taxi; un eminente egiptólogo parisino murió de repente en el Louvre; decían que por la tumba de Tutankamón se oía un triste gemido que se confundía con el rumor ululante del viento; una de las estatuas que custodiaba a su señor abrió y cerró los ojos. Tremendo. Lástima que nada de esto sea cierto.  

Thomas Hoving desestima con humor semejantes elucubraciones: no se encontró ninguna maldición auténtica en la tumba de Tutankamón. Las maldiciones fueron invención de los periódicos o de personajes desaprensivos. Uno de ellos fue nada menos que Sir Arthur Conan Doyle, que al parecer se lo creía todo, y muchos años antes había escrito un cuento de terror magnífico sobre una momia vengativa: Lote número 249. Quizá fue él el primero en especular con maldiciones de ultratumba. La idea prendió como la yesca entre la prensa sensacionalista. Empezaba la sociedad del espectáculo.

Tutankamón. La historia jamás contada (2007, publicación original de 1978) es un modelo de reconstrucción histórica escrita con detalle, gracia y buena pluma. Thomas Hoving presta más atención a los vivos que al desgraciado Tutankamón. Desvela que no todo era trigo limpio en el revuelto mundillo de los egiptólogos. Las rencillas eran constantes entre ellos. Todos aspiraban a la gloria y a meterse en el bolsillo el diamante más gordo. Howard Carter y Lord Carnarvon no eran distintos en ese aspecto, aunque Hoving valora como se merecen sus esfuerzos por desenterrar el pasado. Como investigadores fueron admirables. Un libro excelente para pasar un buen rato.  

Thomas Hoving 

Thomas Hoving (1931-2009) fue un destacado ejecutivo y consultor de museos norteamericano nacido en Nueva York. Se crió en los más altos estratos sociales. En 1959 recibió un doctorado en Bellas Artes por la Universidad de Princeton. Especialista en arqueología, comenzó a trabajar para el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, también conocido como Met. En 1967 se convirtió en director de esta institución llevando a cabo una renovación y expansión de sus colecciones. Estuvo diez años en el cargo. En 1976 negoció con el gobierno egipcio una gran exposición itinerante de arte faraónico. Posteriormente trabajó como consultor externo para varios museos y fue corresponsal de arte para la cadena ABC. Thomas Hoving escribió varios libros. Falleció en su casa de Manhattan como consecuencia de un cáncer de pulmón. 

Publicado por Alberto.

2 comentarios:

  1. Sir Arthur Conan Doyle....¿Hablaría hoy de casos de repentinitis por el suero arn mensajero de katalin Karikó?

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  2. Es posible. No te digo yo que no.

    Un cordial saludo.

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