martes, 30 de septiembre de 2025

El libro de los snobs - William Thackeray

 

Título: El libro de los snobs                                                                                        Autor: William Thackeray

Páginas: 288

Editorial: Planeta

Precio: 20 euros

Año de edición: 2008

Al leer este libro, asistimos sin querer al nacimiento de un gran novelista. Una de las secciones más exitosas de la revista satírica Punch fue la titulada «Los snobs de Inglaterra», por uno de ellos, en la que una vez por semana, Thackeray caricaturizaba a un personaje, anónimo o conocido, de una de las subclases de snobs existentes en la sociedad británica, con grandes dosis de ironía, mucha retranca y sin dejar títere con cabeza. En 1848, recopiló los mejores artículos y los publico en volumen que tuvo mucho éxito y sirvió de base para el tono crítico de su gran obra, La feria de las vanidades.

Esta obra popularizó el término snob, que pasó a varios idiomas europeos y todavía se usa en español. Esnob es quien que imita con afectación las maneras, opiniones, usos y costumbres de las personas que considera distinguidas. Es decir, es un quiero y no puedo que sirve a Thackeray para reírse de toda la clase media inglesa, con tal habilidad que los lectores, lejos de enfadarse, se divierten y se ríen también.

El texto se estructura en 52 capítulos y una nota introductoria, en los que se repasan las características y comportamiento de los esnobs reales, militares, clericales, universitarios, literarios, políticos, liberales, conservadores, civiles, radicales, irlandeses, tertulianos, continentales, los que comen fuera, los de campo, los casados, los solteros, los que son de un club, y los coloca en las situaciones más cómicas y estrambóticas. El libro rezuma ironía y buen estilo. Tiene ingenio y, si uno lo piensa bien, tampoco dice tonterías. Habla acertadamente de costumbres, manías, vicios y virtudes sociales muy reales. Por otro lado, el autor no tiene empacho en incluirse él mismo en la categoría de esnob, así que el humor que práctica es sano y bienintencionado. El lector entiende que el autor se divirtió de lo lindo escribiendo esta especia de Historia Natural de los esnobs y eso se nota.

El estilo es algo pomposo y grandilocuente, algo propio del siglo XIX, lo que, leído hoy en día, añade más encanto y un punto más de jocosidad al discurso. En suma, un libro divertidísimo y muy ameno, que retrata mientras bromea a toda una sociedad y que, en el fondo, muestra una profunda comprensión de la condición humana. Un clásico imprescindible, que merece ser mucho más conocido y leído.

La traducción, meritoria y sin estridencias, es obra de J. L. R. López. Hay varias ediciones de esta obra, entre la que destaca la que hizo la editorial Aguilar en 1956 en su afamada colección de crisolines.

William M. Thackeray (Calcuta, 1811-1863) fué un escritor británico. Nació en una familia de funcionarios angloindios y se quedó huérfano de padre a los cinco años. Viajó a Inglaterra a estudiar y se formó en el Trinity College de Cambridge, pero dejó colgados los estudios para viajar por toda Europa. Luego empezó Derecho, pero también lo dejó al recibir una cuantiosa herencia, con la que fundó el National Standard, que acabó quebrando, pero Thackeray siguió ejerciendo el periodismo.

Viajó a París a aprender a dibujar, y estuvo dedicándose a la caricatura y el periodismo durante varios años, y finalmente empezó a publicar novelas por entregas. Así escribió varias obras maestras, como La feria de las vanidades (1848) y Barry Lyndon (1844). Está considerado el segundo mejor escritor británico de la era victoriana después de Dickens.

William Thackeray

Publicado por Antonio F. Rodríguez. 

lunes, 29 de septiembre de 2025

Los nombres propios - Marta Jiménez Serrano

Título: Los nombres propios                                                                                      Autora: Marta Jiménez Serrano

Páginas: 236

Editorial: Sexto Piso

Precio: 17,90 euros

Año de edición: 2021

Esta es la primera novela de Marta Jiménez Serrano y la verdad no se puede esperar un debut mejor: un libro fresco, emocionante y original. Para empezar, la narradora de la historia es Marta, una niña de ciudad que con sus hermanos veranea en el pueblo con sus abuelos, ¿o es Belaundia Fu? ¿y quién es esta Belaundia? Es la amiga invisible que tiene Marta a los 7 años y que la acompaña en todo momento, sobre todo cuando algo se tuerce y ni siquiera la abuela le sirve de consuelo. Pero también es la amiga prudente que razona y le aconseja a los 16 años, aunque Marta no le haga caso. Igualmente la acompaña a los 22 años, durante la carrera, cuando empieza a tomar las riendas de su vida, y cuando fallece su abuela, una persona muy importante en su vida que la ha orientado y consolado. Y también está con ella a los 29 años, cuando experimenta los reveses del trabajo y los sinsabores de la vida en pareja.  Belaundia Fu es un personaje central en la historia, es el hilo conductor que nos lleva a descubrir la propia historia de Marta, el paso de la infancia a la adolescencia y la juventud, su crecimiento y evolución frente a los problemas que le van apareciendo a las distintas edades.

La historia está narrada de una forma original y muy atrayente; está dividida en cuatro capítulos titulados por los nombres de personas de especial trascendencia en esa etapa: Belaundia Fu en la niñez, Charlie su primer novio en la adolescencia, su abuela Anuncia en la juventud y Marta, el personaje, da nombre al último capítulo. Con un guiño gracioso a su abuela que le pide a su nieta que la saque bien en el guion de la película que va a escribir sobre la familia, y Marta autora se encarga de tratar muy bien al personaje de la abuela en la novela. Un trasunto de ella misma con el que nos obsequia con un texto tierno, ameno, divertido y muy ágil, con gran ritmo que lo hace muy agradable de leer. Está salpicado de frases ingeniosas como: «También existe la sorpresa de lo que ya se sabe», «A veces el amor es saber decir que no», «Los últimos meses de una relación son como la última temporada de una serie: no están a la altura de los anteriores, pero hacen falta para cerrar».

Marta Jiménez Serrano

Marta Jiménez Serrano nació en Madrid en 1990. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y vivió en Francia durante cuatro años donde realizó un máster en Littérature Moderne y fue profesora en la Universidad de Lorena. Ha trabajado como correctora en editoriales, imparte talleres de Literatura en Madrid y colabora en el programa de La 2 Ovejas eléctricas.

Es autora de dos novelas y un libro de cuentos, colaboradora en varias revistas literarias y en prensa, y copartícipe en el libro de cuentos Querida Théresa, inspirados en fotografías de la fotógrafa estadounidense Theresa Parker Babb. Sobre su idea de la escritura ha dicho «Escribir es mi modo de relacionarme con el mundo» y «Escribo libros que me gustaría haber leído».

Publicado por John Smith.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Sin querer - Leon Tólstoi

Leon Tólstoi

Sin querer 

Volvió a las seis de la mañana y, según costumbre, pasó al cuarto de aseo; pero, en lugar de desnudarse, se sentó o, mejor dicho, se dejó caer en una butaca… Poniendo las manos en las rodillas, permaneció en esa actitud cinco, diez minutos, quizás una hora. No hubiera podido decirlo.

“El siete de corazones”, se dijo, representándose el desagradable hocico de su contrincante, que, a pesar de ser inmutable, había dejado traslucir satisfacción en el momento de ganar.

—¡Diablos! —exclamó.

Se oyó un ruido tras de la puerta. Y apareció su esposa, una hermosa mujer, de cabellos negros, muy enérgica, con gorrito de noche, chambra con encajes y zapatillas de pana verde.

—¿Qué te pasa? —dijo, tranquilamente; pero, al ver su rostro, repitió—: ¿Qué te pasa, Misha? ¿Qué te pasa?

—Estoy perdido.

—¿Has jugado?

—Sí.

—¿Y qué?

—¿Qué? —repitió él, con expresión iracunda—. ¡Que estoy perdido!

Y lanzó un sollozo, procurando contener las lágrimas.

—¿Cuántas veces te he pedido, cuántas veces te he suplicado que no jugaras?

Sentía lástima por él; pero también se compadecía de sí misma, al pensar que pasaría penalidades, así como por no haber dormido en toda la noche, atormentada, esperándolo. “Ya son las seis”, pensó, echando una ojeada al reloj que estaba encima de la mesa.

—¡Infame! ¿Cuánto has perdido?

—¡Todo! Todo lo mío y lo que tenía del Tesoro. ¡Castígame! Haz lo que quieras. Estoy perdido —se cubrió el rostro con las manos—. Eso es lo único que sé.

—¡Misha! ¡Misha! Escúchame. Apiádate de mí. También soy un ser humano. Me he pasado toda la noche sin dormir. Estuve esperándote, estuve sufriendo; y he aquí la recompensa. Dime, al menos, la cantidad que has perdido.

—Es tan elevada, que no puedo pagarla; nadie podría hacerlo. He perdido dieciséis mil rublos. Debería huir, pero, ¿cómo?

Miró a su mujer; y, cosa que no podía esperar, ésta lo atrajo hacia sí. “¡Qué hermosa es!”, pensó, cogiéndola de la mano; pero ella lo rechazó.

—Misha, habla en debida forma. ¿Cómo has podido hacer eso?

—Esperaba recuperarme —sacó la pitillera y empezó a fumar con avidez—. Desde luego, soy un canalla. No te merezco. Abandóname. Perdóname, por última vez. Me marcharé. Desapareceré, Katia. No he podido evitarlo; me ha sido imposible. Estaba como en sueños; fue sin querer… —frunció el ceño—. ¿Qué hacer? Estoy perdido. Perdóname.

Quiso abrazarla, pero ella se apartó en actitud enojada.

—¡Oh! Son dignos de compasión los hombres. Cuando las cosas van bien, se envalentonan; pero en cuanto algo no marcha, ya están sumidos en la desesperación y no sirven para nada —se sentó al otro lado del tocador—. Cuéntamelo todo, por orden.

El marido obedeció. Dijo que cuando iba a llevar el dinero al banco, se había encontrado con Nekrasov. Éste le propuso que fuera a su casa, a jugar una partida. Así lo hicieron; perdió todo el dinero; y en aquel momento estaba decidido a poner fin a su vida. A pesar de sus afirmaciones, la esposa comprendió que no había decidido nada: estaba desesperado sencillamente. Escuchó su relato hasta el final y dijo:

—Todo esto es una estupidez, una infamia. ¿Cómo has podido perder el dinero sin querer? Es absurdo.

—Ríñeme y haz lo que quieras conmigo.

—No pretendo reñirte; lo que quisiera es salvarte, como lo he hecho siempre, por muy vil y lamentable que aparezcas ante mis ojos.

—Sigue, sigue; poco falta ya…

—Me parece que por desesperado que estés, es cruel por tu parte atormentarme de este modo. Estoy enferma. Hoy he tenido que volver a tomar… Y de pronto me llegas con esta sorpresa. Por si fuera poco, esa actitud de impotencia… Me preguntas qué debes hacer. Pues muy sencillo. Son las seis. Ve inmediatamente a casa de Frim y cuéntaselo todo.

—¿Acaso se va a apiadar de mí? No se le puede contar eso.

—¡Qué tonto eres! ¿Acaso te aconsejo que digas al director del banco que perdiste en el juego el dinero que te confió…? Le vas a decir que ibas a la estación de Nikolaievsky… ¡No, no! Es mejor que vayas a la policía, ahora mismo. ¡No! Ahora mismo, no. Irás a las diez y vas a decir que cuando ibas por el callejón Nechioesky te asaltaron los bandidos, uno con barba y el otro un verdadero chiquillo; iban armados de un revólver y te arrebataron el dinero. Después irás a casa de Frim, para contarle lo mismo.

—Sí, pero… —encendió un cigarrillo—. Se pueden enterar por Nekrasov.

—Iré a verlo, le hablaré y lo arreglaré todo.

Misha se tranquilizó; y, hacia las ocho de la mañana se durmió con un sueño profundo. Su mujer fue a despertarlo a las diez.

* * *

Esto había ocurrido por la mañana en el piso de arriba. En el de abajo, habitado por la familia Ostrovsky, sucedía lo siguiente, a las seis de la tarde.

Habían acabado de comer. La princesa Ostrovskaya, joven madre, llamó al lacayo, que acababa de pasar en torno a la mesa, sirviendo tarta; pidió un plato, y después de servir una ración, se volvió hacia sus hijos. El mayor, llamado Voka, tenía siete años, y la pequeña, Tania, cuatro años y medio. Ambos eran muy hermosos; Voka tenía un aspecto sano, grave y serio, y su encantadora sonrisa dejaba al descubierto sus dientes disparejos; Tania, con sus ojos negros, era una criatura vivaracha, llena de energía, charlatana, divertida, siempre alegre y cariñosa con todo el mundo.

—Niños, ¿cuál de los dos va a llevar la tarta a la niania?

—Yo —exclamó Voka.

—Yo, yo, yo —gritó Tania, saltando de la silla.

—La llevará el que lo ha dicho primero —intervino el padre, que solía mimar a Tania y por eso se alegraba de toda ocasión que le permitiera demostrar su imparcialidad—. Tania, esta vez tienes que ceder.

—No me importa. Voka, coge la tarta, anda. Por ti lo hago con gusto.

Los niños solían dar las gracias después de comer. Todos esperaron a Voka mientras tomaban el café. Pero éste tardaba en volver.

—Tania, corre a ver qué le pasa a tu hermano.

Al saltar de la silla, Tania enganchó una cuchara, que cayó al suelo. Se apresuró a recogerla y la puso en el borde de la mesa, pero la cuchara volvió a caer; la recogió de nuevo y, echándose a reír, corrió con sus piernecitas gordezuelas, enfundadas en las medias. Salió al pasillo y se dirigió a la habitación de los niños, contigua a la de la niñera. Iba a entrar en ella, cuando de pronto oyó unos sollozos. Volvió la cabeza. Voka, de pie junto a su cama, miraba un caballo de juguete, llorando amargamente, con el plato vacío en las manos.

—¿Qué te pasa? ¿Dónde está la tarta?

—Me… me… la he comido sin querer. ¡No iré, no iré…! Tania…, de veras que ha sido sin querer. Sólo quise probarla; pero luego me la comí toda.

—¿Qué haremos?

—Ha sido sin querer…

Tania se quedó pensativa. Voka seguía llorando, desconsoladamente. De pronto, la cara de la niña se tornó resplandeciente.

—Voka, no llores; ve a decir a la niania que te has comido la tarta sin querer y pídele perdón. Mañana le daremos nuestra ración. La niania es buena.

Voka dejó de llorar y se enjugó las lágrimas con las palmas de las manos.

—¿Cómo se lo voy a decir? —balbuceó, con voz temblorosa.

—Vamos juntos.

Los niños fueron a ver a la niñera; y volvieron al comedor, felices y contentos. También se sintieron felices y contentos la niania y los padres cuando ésta les contó, emocionada y divertida, lo que habían hecho los pequeños.

Leon Tólstoi

Publicado por Antonio F. Rodríguez.