Título: Clea Autor: Lawrence Durrell
Año de edición: 2008
Ya he conseguido acabar el famoso «Cuarteto de Alejandría», formado por cuatro novelas fenomenales («Justine», «Balthazar», «Mountolive» y esta «Clea») que adquieren su verdadera dimensión en conjunto, puesto que ofrecen cuatro visiones, cuatro puntos de vista de unos mismos hechos (con variaciones), situados en la esa antigua ciudad egipcia en los años 40, antes de la Segunda Guerra Mundial, con un puñado de personajes relacionados entre sí.
Esta cuarta y última parte, publicada en 1960 y dedicada a su padre, es diferente de las tres primeras. Si cada volumen se corresponde con una dimensión espacio-temporal, esta última entrega, marcada por el tiempo, es la única que transcurre después que el resto. El protagonista, Darley, vuelve a Alejandría, recuerda lo que pasó tiempo atrás y vuelve a encontrar con los principales personajes, Justine, Nessim, Balthazar, Mountolive, Clea... y comienza una relación con ésta última. Eso le permite hacer en un momento una curiosa analogía entre los momentos temporales (pasado, presente y futuro) y sus tres amantes alejandrinas (Melissa, Justine y Clea).
El hablar sobre el pasado y recrearlo permite añadir otra visión más a la misma historia y los personajes, al envejecer, muestran facetas que habían permanecido semiocultas. El tiempo y la melancolía marcan toda la novela («Alejandría, capital del recuerdo», «¿No es la vida un cuento de hadas cuyo sentido se nos pierde conforme vamos creciendo?») y aparece la novedad de una ciudad, la antigua Alejandría, en guerra y bajo los bombardeos.
Sin embargo, no todo es triste en este libro. La primera frase del texto («Aquel año las naranjas fueron más abundantes que de costumbre») anuncia la belleza de un texto escrito con armonía y el mismo lenguaje poético, clásico y depurado de todo el cuarteto. El estilo es espléndido, inteligente y rico en giros y metáforas originales. Hay una estupenda descripción de toda la ciudad en una sola frase, larguísima, que en dos páginas dibuja sus principales detalles pincelada a pincelada.
Encontramos información curiosísima, como las antiguas costumbres egipcias que ordenan quién saluda primero («El que va montado en un camello debe saludar al que va a caballo, ; el que va a caballo al que monta en burro, el del burro al caminante, el caminante al hombre sentado,; un grupo pequeño a un grupo grande, el joven al viejo... »), hay ideas curiosas sobre el arte (La religión no es otra cosa que arte envilecido, No es el arte , en realidad, lo que perseguimos, sino a nosotros mismos)
La intertextualidad sigue presente en citas de frases de varios personajes, cartas y una larga selección de extractos de los cuadernos de notas de Pursewarden.
En fin, una vuelta al pasado del personaje principal, Darley, guiado por su amante Clea, que en parte colorea la realidad de otros tonos y en parte le desvela aspectos que le habían pasado inadvertidos. Una frase resume la idea central del cuarteto, un relativismo humanista, basado en que no solo cada persona tiene su verdad, sino que dentro de cada uno de nosotros, caben varias verdades: «Un mismo hecho puede tener mil motivos, todos igualmente válidos y además mil rostros ¡Hay tantas verdades que no tienen nada que ver con los hechos!».
Un espléndido cierre para esta tetralogía que es uno de esos clásicos modernos que ha marcado la literatura occidental del siglo XX y que vale mucho la pena conocer. La traducción de esta novela tan compleja, con un resultado más que notable, es de la gran traductora argentina Matilde Horne.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario