lunes, 7 de septiembre de 2020

Justine - Lawrence Durrell

Título: Justine                                                                                                                     Autor: Lawrence Durrell

Páginas: 250

Editorial: Edhasa 
 
Precio: 9,50 euros  
 
Año de edición: 2011 (20ª edición)

Este libro, primero de una famosa tetralogía, es una novela de culto y un título casi mítico para mí. Cuando era pequeño veía cómo lo leían mis hermanos mayores con una ligera sonrisa de felicidad en los labios y hablando siempre de lo bueno que era. En cuanto pude, se lo cogí e intenté leerlo, pero era un niño y no entendí nada. Luego compré los cuatro libros y han dormido el sueño de los justos en la estantería, reservados para una ocasión especial, igual que uno puede guardar un champán especial para brindar por algo que lo merezca. Y este verano, un buen amigo me lo pidió prestado, así que me decidí a hincarle el diente, por si acaso se le ocurría enviarme luego una reseña

Y la verdad es que me ha encantado, me lo he leído a velocidad de vértigo y creo que ha envejecido muy bien. Es el primer volumen del famoso «Cuarteto de Alejandría», que se completa con «Balthazar», «Mountolive» y «Clea», la obra cumbre de Lawrence Durrell (sí, el hermano de Gerard Durrell, el de los bichos y animales), publicada entre 1957 y 1960. Se trata de un ambicioso proyecto que ofrece en cada libro el punto de vista de un personaje diferente de una misma historia, con algunas variaciones. Es decir, que no se narran exactamente los mismos hechos desde cuatro puntos de vista, como hacen Queneau en los «Ejercicios de estilo» y Akutagawa en Rashomon, sino que cada volumen cuenta lo que pasó entre un puñado de personajes relacionados entre sí en la Alejandría de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, dando algunas claves que permiten interpretar unos cuantos hechos centrales (porqué dos personas son amantes, la causa de unas muertes) y el núcleo de una historia común.

Un planteamiento moderno y atrevido, un juego de espejos y resonancias que estructura los cuatro textos y juega con el lector. Algo que luego haría también Bolaño, jugando con el armazón de sus novelas, especialmente con «2666», que también se compone de cuatro partes. Da la sensación de que esta tetralogía se sitúa en la frontera de la novela clásica narrativa; no se puede llevar más allá una narración convencional, el siguiente paso es romper la novela por alguno de sus componentes.

En esta primera entrega, aparece Justine (trasunto de la mujer de Durrell), un personaje fascinante, a la vez inestable, adaptable, infiel, seductora, magnética, atractiva y misteriosa, que se va perfilando progresivamente en las cuatro novelas, y su amante Darley (un escritor fracasado tras el que se esconde el propio autor). La principal voz narradora es la de Darley, pero también aparece un narrador omnisciente, se intercalan textos de los diarios de Justine y de la novela que sobre ella escribió su primer marido, además de cartas y notas de varios personajes. Se construye así un entramado de narraciones, puntos de vista y versiones, con saltos continuos en el tiempo hacia delante y hacia atrás, lleno además de citas literarias, frases de otros y referencias abundantes a Cavafis.

El texto es además muy metaliterario, continuamente reflexiona sobre el acto de escribir, la narración y la literatura. Es además muy relativista, se basa en recuerdos, opiniones y referencias. Sin embargo, se expone al lector una interpretación clara y coherente de algo que sucedió realmente. A pesar de la complejidad del libro, el lector no se pierde en ningún momento y es fácil estar siempre orientado. La trama tiene un punto de inquietante, que recuerda a Du Maurier, probablemente porque el lector no sabe qué está pasando, se va enterando poco a poco y se mantiene un cierto halo de misterio. 

Esa atmósfera se refuerza con una violación del pasado y su misterio, una sociedad hermética, una adivina, los gnósticos, una posible trama de espionaje, la cábala y el juego de los diplomáticos ingleses en Egipto, compuesto de varias capas y niveles de verdad. Se presenta una visión misteriosa y cifrada de la realidad, como jeroglífico que debe ser resuelto.

Por otro lado, se reflexiona tanto sobre el amor, el sexo, la insatisfacción y la amistad que el libro parece un tratado de las relaciones humanas íntimas e incluye más de una frase reveladora, como un relámpago: «Con una mujer solo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrirla o hacer literatura», «Todo hombre está hecho de barro y daimon, y no hay mujer que pueda nutrir a ambos», «Pero lo que me aterró fué que poco tiempo después descubrí con espanto que no podía vivir sin ella», «Todos buscamos motivos racionales para creer en lo absurdo», «Él es el más feliz de todos nosotros porque no tiene una idea preconcebida de lo que quiere a cambio de su amor», «No hay dolor comparable al de amar a una mujer que nos ofrece su cuerpo y, sin embargo, es incapaz de darnos su verdadero ser, porque no sabe dónde está».

Como fondo y escenario, la exótica Alejandría se convierte en un personaje más de la novela, sugerente, incitadora y misteriosa, llena de perfumes, colores e historia, abigarrada y múltiple, con cinco lenguas, doce religiones y sabía ya desde la antigüedad. El lenguaje es muy depurado, clásico, evocador y sensual, poético, ya hemos dicho que se nota la influencia de Cavafis en un texto con resonancias clásicas, que a la vez es muy moderno. Un texto sofisticado, elegante y humanista, que creo que ha envejecido muy bien. 

Es una de las obras clave del siglo XX, un juego literario de un escritor anglosajón formado en cultura clásica, que ha influido a varias generaciones de escritores y que, en cualquier caso, es una novela tremenda.

 
Portada de la edición en español de los años 60

Lawrence Durrell (Jalandhar, 1912-1990) fué un escritor británico, hermano del también escritor y zoólogo Gerard Durrell. Nació en la India, hijo de colonos británicos, y nunca quiso que se le considerase británico, sino cosmopolita. Después de su muerte, se descubrió que nunca llegó a tener la nacionalidad británica.

A los once años, sus padres lo enviaron a Inglaterra, a un colegio interno, pero allí nunca se sintió a gusto y abandonó el país en cuanto pudo. Fracasó en los exámenes de ingreso en la universidad, sin embargo empezó a escribir poesía a los quince años y muy pronto consiguió éxito y reconocimiento como escritor. A los 23 años se casó y publicó su primera novela.

Vivió en Corfú, Alejandría, El Cairo, Belgrado, Chipre y varias ciudades mediterráneas. Fué agregado de prensa de unas cuantas embajadas británicas y director del British Council en Córdoba (Argentina). Se divorció y en 1947 se casó con Eve Cohen, a la que había conocido en Alejandría y quien le sirvió de modelo para el personaje de Justine.

Ha sido candidato al Premio Nobel de Literatura, está considerado como un gran novelista y un poeta muy notable, aunque sus poesía ha quedado algo eclipsada por la repercusión de sus novelas.

Lawrence Durrell en 1970

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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