jueves, 31 de marzo de 2022

Mi madre era de Mariúpol - Natascha Wodin

 

Título: Mi madre era de Mariúpol                                                                                     Autora: Natascha Wodin

Páginas: 312

Editorial: LIbros del Asteroide

Precio: 22,75 euros 

Año de edición: 2019

No, aunque parezca mentira esta novela no trata el tema de la guerra de Ucrania. Escrita en 2016 y publicada en Alemania en 2017, tiene como telón de fondo la destrucción y ocupación que sufrió Mariúpol durante la Segunda Guerra Mundial. Porque desgraciadamente hay países enteros y ciudades por los que el jinete de la destrucción pasa varias veces, como Polonia, Varsovia, Beirut, Stalingrado... Cualquier bombardeo intenso es una desgracia de proporciones inimaginables, pero hay edificios de Mariúpol que hasta hacía poco habían sido quemados dos veces, durante la Revolución rusa que en realidad fue una guerra civil y en la Segunda Guerra Mundial. Ahora el 90 % de los edificios de la ciudad han sido destruidos de nuevo y durante varios días han caído cerca de cien bombas diarias. El horror se repite. ¿El motivo? Que es una gran urbe de 400 000 habitantes, un importante centro de producción del acero y la clave para dominar el mar de Azov.

Volviendo al libro que nos ocupa, se trata de la historia de la búsqueda y pesquisa de la figura de la madre de la autora, una mujer de singular belleza, que se suicidó cuando ella tenía catorce años y sobre la que Natascha no sabía casi nada. Sus padres fueron una de las miles de parejas ucranianas deportadas a la Alemania nazi para trabajar a la fuerza en los más de 30 000 campos de trabajo que organizaron. Si hubieras visto lo que he visto yo... le decía su madre con tono tenebroso. Pero no le contó nada más....

Muchos años después, Wodin encontró en Yandex el «Google ruso» una asociación de griegos de Azov y todo un personaje, Konstantin, que ponía en práctica su nombre y se dedicaba en sus ratos libres a rastrear incansablemente detalles de la historia rusa y a reconstruir árboles genealógicos. En una ocasión, llegó a encontrar en la nieve el ala rota y agujereada por la metralla, con el número de identificación intacto, del avión que pilotaba un tío suyo desaparecido en la guerra. En la Rusia estalinista, los desaparecidos eran sospechosos de deserción y los descendientes quedaban marcados, represaliados y hundidos en la miseria. Konstantin consiguió así rehabilitar a su tío y salvar a su hijo, que por fin pudo comprarse una dentadura postiza.

Con la ayuda de ese rastreador histórico y de los contactos que la fue proporcionando, Natascha pudo reconstruir toda una rama familiar que desconocía, contactó con familiares lejanos y averiguó muchos datos sorprendentes de la vida de su madre, una dama de origen italiano, de la clase alta, que se relacionó con la élite de su país. Descubrió con asombro, que muchas de las mentiras que se había inventado el colegio para hacerse la interesante se quedaban cortas comparadas con la realidad y acabó por conocer en cierta medida la terrible historia de sus padres.

El libro está organizado en ocho largos capítulos, cada uno encabezado por una foto familiar como la que se ve más abajo de parientes que van saliedo poco a poco de la niebla del olvido. Está escrito con un lenguaje claro y casi periodístico, teñido de nostalgia y que se lee muy bien. La experiencia de lectura es apasionante, porque uno tiene la sensación de ir descubriendo la historia familiar de la autora al mismo tiempo que ella. Y lo que se va sabiendo está lleno de hechos terribles, sí, pero también de detalles curiosos y de toques de ternura emocionantes. De todas maneras, es una obra llena de contenidos terribles, que muestra que la cadena de desgracias que sufrió la familia tuvo sus ominosas consecuencias. Prácticamente ninguno de sus miembros murió de muerte natural y varios, sobre todo las mujeres, quedaron bastante tocados.

Una novela terrible y también apasionante, que engancha desde la primera página y que muestra como pocas algunos de los aspectos más oscuros y terribles de la historia europea del siglo XX. Un libro único.

La traducción del alemán ha corrido a cargo del austríaco Richard Gross (Schalchen, 1959), profesor de la Universidad de Viena y de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, que ha hecho un trabajo excelente.

La autora, su padre y su hermana pequeña,
junto a la tumba de su madre

Natascha Wodin (Fürth, Baviera, 1945) es una escritora alemana de origen ucraniano. Nació y se crio en campos para personas desplazadas . Sus padres eran ucranianos deportados y obligados a trabajar en la Alemania nazi. Tras la temprana muerte de su madre, se crio en una residencia católica para chicas. 

Ha trabajado como operadora telefónica, taquígrafa,  traductora de ruso al alemán e intérprete. Simultaneó estas dos últimas ocupaciones con la escritura. Ha publicado varias novelas y dos libros sobre sus padres:  Mi madre era de Mariúpol (2017) con el que consiguió el premio Alfred Döblin y el premio de la Feria del Libro de Leipzig e Irgendwo in diesem Dunkel (2018), en español En algún lugar de esta oscuridad. Su obra ha sido distinguida con más de una veintena de galardones, como los premios Hermann Hesse, Hermanos Grimm y Adelbert von Chamisso.  

Natascha Wodin

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

miércoles, 30 de marzo de 2022

El sonido de las olas - Margarita García Robayo

 

Título: El sonido de las olas                                                                                             Autora: Margarita García Robayo

Páginas: 284

Editorial: Alfaguara

Precio: 17 euros 

Año de edición: 2021

¿Es posible abrirse paso en el mundo de la literatura con una voz nueva y original? ¿Se puede encontrar un tono y unos temas que no estén ya trillados hasta la saciedad? García Robayo, una joven escritora colombiana muy prometedora, nos ofrece en este libro un buen ejemplo de que sí es posible; se puede ser original y a la vez tener calidad e interés, a pesar de todo lo que se ha escrito.

En este libro lo demuestra con tres novelas cortas, de 50, 133 y 75, respectivamente, tres historias estupendas sobre tres chicas jóvenes que buscan su lugar en el mundo difícil, competitivo y agresivo del siglo XXI en el que vivimos. Se puede decir que son tres historias de adolescencias, en mayor o menor grado, tres narraciones de procesos de madurez que se quedan a medias, tres historias vitales que son tres fracasos, mediante las cuales,  indirectamente, se proporciona una visión ácida y desencantada de nuestra sociedad occidental, que parece condenar a las nuevas generaciones a una adolescencia precaria eterna, versión perversa y angustiosa del mito de la eterna juventud.

Son tres relatos a cual más poderoso e impactante:

  • «Hasta que pase un huracán» nos habla de una chica que crece en un lugar sin oportunidades y, cuando le preguntaban de pequeña qué quería ser de mayor, contestaba siempre: «Extranjera». Convertirse en azafata será la única manera que encontrará para salir de su vida, pero pronto descubrirá que las cosas no son tan fáciles.   
  • «Lo que no aprendí» se basa en los recuerdos de la protagonista, que describe desde los once años el mundo de los adultos en Colombia. Una historia de pérdida, recuerdo de la pérdida y finalmente, pérdida del recuerdo y un vacío que nunca se llena.
  • «Educación sexual», subtitulada «Folletín adolescente», nos cuenta em primera persona las experiencias de una quinceañera, rebelde y algo terrible, en un colegio religioso de Bogotá, el ansia por descubrir el sexo y el amor, la represión, el acoso de los chicos, la relación con las amigas. Una narración brillante y perturbadora, para mí gusto la mejor de las tres, contada con una voz descarada y ácida, crítica y corrosiva, que me fascina.
Crecer en Colombia, y por extensión en muchos países y en muchos barrios, es hoy en día especialmente difícil y duro, demasiado duro. Y este libro nos lo recuerda con la autenticidad de lo verdadero. Nos haba de chicas que se obsesionan con métodos para salir de pobres, ya sea estudiar, trabajar como azafatas o convertirse en curandera, algo que a la postre, aparece como casi imposible. 
 
El lenguaje es expresivo, natural, lleno de expresiones coloquiales de la calle, algo irreverente y con toda la fuerza necesaria para levantar un mundo entero, una sociedad, en la mente del lector. Posee un sentido del ritmo muy especial, una elegancia de fondo que suaviza la dureza de la melodía narrativa.
 
Un libro redondo y fascinante, arrollador, crudo y cálido a la vez, cercano y duro, de cuya lectura no se puede salir ileso. Unas páginas llenas de humor, rebeldía, ganas de vivir, violencia, deseo y... marginalidad. Porque como dice la autora, «Fumar era como decir: me trago este veneno y lo devuelvo al mundo porque se lo merece». Una cita que resume el tono y los temas de estos tres relatos inolvidables. Una gran novela. Muy recomendable.
 
Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) es una escritora colombiana que vive en Buenos Aires. Sus libros se han publicado en casi toda Hispanoamérica y se han traducido a ocho idiomas. Ha colaborado en varios periódicos, es la responsable del blog Sudaquia, que ha recibido importantes reconocimientos, y ha dirigido la fundación Tomás Eloy Martínez de 2010 a 2014.
 
Ha publicado tres novelas y cinco volúmenes de relatos, con los que ha ganado el Premio Casa de las Américas 2014 y ha sido finalista del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2015.

Margarita García Robayo

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

martes, 29 de marzo de 2022

El obsceno pájaro de la noche - José Donoso

 

Título: El obsceno pájaro de la noche                                                                               Autor: José Donoso 

Páginas: 680

Editorial: Debolsillo

Precio: 14,90 euros 

Año de edición: 2022

He dado con un autor del boom latinoamericano para encontrarme con otra gran obra. José Donoso (Santiago de Chile, 1924–1996) fue uno de los miembros de aquel movimiento, y «El obsceno pájaro de la noche», apócrifo Premio Biblioteca Breve en 1970, una de sus obras más distinguidas.

Se trata de una novela que no pretende atraer a todos los lectores. Cuenta sin tapujos unos hechos alarmantes y, sorprendentemente, se cree que tiene algo de autobiográfica. Quién sabe si José Donoso está representado en la figura de Humberto Peñaloza, protagonista de la obra.

Humberto Peñaloza Mudito siente desde temprana edad devoción por la clase alta de la sociedad y aspira ¿por qué no? a ser uno de sus miembros o, al menos, a codearse con esas esferas. Y, en cierta manera, llega a acercarse mucho a ese anhelo. Pero quién le iba a decir que esa proximidad no tiene por qué ser buena.

El obsceno pájaro de la noche es una obra intencionadamente confusa. Es confusa en la narración, que principalmente vendrá dada por Mudito, pero que a veces puede ser llevada a cabo por varios personajes más, y es incluso confusa en la sucesión de los hechos. Se alternan los periodos en los que transcurre la acción, también los lugares y la única certeza que tendremos en ese, a veces, confuso espacio-tiempo serán las constantes aberraciones que unos personajes cometerán con otros: corrupción de la inocencia, violaciones de la integridad física, abusos de poder y la monstruosidad física del ser humano como objeto de negocio. La deformidad en el cuerpo se pagará, contratará y explotará.

Mudito pasará del protector seno familiar a un desquiciado entorno que gira alrededor del hacendado Jerónimo Azcoitía, el último miembro de una estirpe acomodada que teme quedar sin descendencia y que cometerá, según sus apetencias y alguna necesidad, las felonías que su perversa mente le lleve a ejecutar. Recordemos que las necesidades son ilimitadas y las apetencias, también.

Recomiendo este libro, cuya lectura me ha resultado adictiva, prácticamente sin desfallecer en ninguno de sus pasajes, y pone de manifiesto que la conjetura que se formuló sobre la novela en su momento, parece muy acertada. José Donoso tuvo problemas de salud, concretamente una úlcera que le trajo de cabeza gran parte de su vida, y eso pudo interferir en su manera de escribir. El obsceno pájaro de la noche es una «lectura ulcerante» para la sensibilidad, ideal para momentos de fortaleza lectora. 

José Donoso

Publicado por Jesús Rojas.

lunes, 28 de marzo de 2022

El cocinero del Alcyon - Andrea Camilleri

 

Título: El cocinero del Alcyon                                                                                            Autor: Andrea Camilleri 

Páginas: 240

Editorial: Salamandra

Precio: 17,10 euros 

Año de edición: 2022

Acaba de salir la entrega número veintisiete de la serie de novelas sin contar los tres volúmenes de relatos protagonizadas por el comisario Montalbano, el inefable personaje creado por el siciliano Andrea Camilleri, que tantas buenas tardes de lectura nos ha proporcionado. El protagonista es un cascarrabias muy humano, latino, intuitivo, con tanto corazón y talento como malas pulgas, al que a menudo le puede lo emocional y entonces decide tirar por la calle de en medio saltándose las reglas.

En esta obra, el autor nos ofrece en su primera mitad todos los ingredientes típicos de la serie: un comienzo con pesadilla incluida y un mal despertar del comisario, los avatares de su tormentosa relación con su novia Livia, abundantes delicias de la gastronomía siciliana, el personal de la comisaría un variado elenco, entrañable y peculiar, que le sigue a ojos cerrados—, píldoras de sabiduría popular de aquellos lares («El que llega tarde, no oye misa ni come carne»), la vida cotidiana en un pequeño puerto de la isla, unos cuantos hechos delictivos y detalles chocantes que se van conectando poco a poco, y un desenlace ingenioso que, en este caso, Camilleri deja que el lector adivine un poco antes que el protagonista.

Pero al llegar a la mitad del libro, el autor da un golpe de timón y plantea una historia de espías a lo James Bond, llena de acción y golpes audaces, que consigue fácilmente la necesaria complicidad del lector, y en la que finalmente, los sicilianos acaban siendo los primeros de la clase frente a los americanos. Llama la atención cómo Camilleri dosifica la información y controla sin que se note lo que le interesa que sepa y adivine el lector en cada momento.

El estilo es muy directo y preciso, se adorna lo justo y toma lo mejor del laconismo propio del género negro estadounidense y de la fertilidad lingüística mediterránea. Los diálogos son muy naturales y eficaces, hacen avanzar la trama rápidamente y se nota que Camilleri atesora una gran experiencia teatral.

Aquí se aprende qué significa ponerse a jugar a «quién pilla un turco se lo queda», los diez mandamientos del FBI, qué ventajas tiene ser un lobo solitario, que a pesar de su edad, Montalbano puede todavía ganarle una partida de póker a un colega americano, que a veces el aspecto determina el destino de un hombre y que las recetas sicilianas son más fáciles de lo que puede parecer a primera vista.

Una novela muy entretenida, que no desmerece frente a las mejores de la serie, a pesar de estar escrita con más de 90 años. Una delicia para los ojos. Es una pena que sea la penúltima obra de la serie, a la que ya solo le falta en español la última y póstuma entrega, titulada Riccardino y publicada en Sicilia en 2020, en la que el comisario discute con el autor y con su versión televisiva. Un curioso y atípico colofón que estamos deseando poder leer.

Volviendo al título que nos ocupa, publicado en Italia en 2019, es una versión extendida y novelada de un guion que escribió Camilleri en 2009 para una película italoamericana que, lamentablemente, no se hizo al final.

Me confieso fan, seguidor, feligrés, creyente, admirador, hooligan, votante, acólito, secuaz y simpatizante de este siciliano genial. Me encanta Camilleri, siento debilidad por sus novelas y no puedo evitarlo. Aun teniendo en cuenta ese sesgo, creo que es un autor muy notable y este libro, en particular, es muy ameno, divertido y se lee con facilidad.

La traducción, correcta y fluida, es del polifacético Carlos Mayor, periodista y profesor, que ha traducido del catalán, inglés, francés e italiano, solo o en compañía de otros, más de 400 títulos.

Otra estupenda entrega de las peripecias de Salvo Montalbano, con todas las cualidades de la serie. Muy recomendable.

Andrea Camilleri (Porto Empedocle, 1925-2019), guionista, director de escena y novelista italiano, es el creador del personaje del comisario Montalbano, llamado así en homenaje a su amigo Manuel Vázquez Montalbán, y autor de la serie de novelas sobre sus casos. Es ya un clásico de la novela negra que, desgraciadamente, nos ha dejado hace dos años, víctima de un ataque al corazón.

Aunque empezó a escribir tarde, casi a los 70 años, ha sido un escritor muy prolífico, que ha dado a luz más de un centenar de novelas. En mi modesta opinión, su producción tiene un nivel medio extraordinario y su escritura está muy influida por la cultura mediterránea y siciliana. Hay quien dice que leer sus libros le quita la depresión, quien asegura que de Camilleri le gustan hasta los andares, quien quiere declarar sus libros droga adictiva... despierta las reacciones más variadas y fervorosas. Es uno de los autores más reseñados en este blog desde sus inicios y uno de mis escritores favoritos.

Divertido, compasivo, socarrón, irónico, lúcido, inteligente, culto, amante del buen comer, fumador compulsivo, muy profesional y algo cascarrabias, ha sido el autor más leído en Italia estos últimos años, allí ha vendido 18 millones de ejemplares, y uno de los más leídos en Europa.

Andrea Camilleri

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

domingo, 27 de marzo de 2022

El miedo - Leonardo Sciascia

           Leonardo Sciascia (Foto Fondazione Leonardo Sciascia)

El miedo

Era la típica kermés de las ciudades de provincia del sur: con su elección de la miss, su orquesta de jazz, su presentador de televisión y sus cantantes, su certamen de poesía; y además, para acabar de rematarlo, una exposición de arte sacro.

Los periodistas se habían desplazado casi todos en avión hasta Palermo y Catania; y habían llegado al lugar de la fiesta después de un par de horas de tren; un par de horas lentas en las que continuamente el campo de un verde tenue se abría como un abanico y de improviso se cerraba entre cordales arcillosos en la enrocada desolación de las haciendas. Ahora deambulaban por la ciudad en grupos, fotografiando iglesias barrocas y niños harapientos, y comentaban con amarga ironía el presupuesto, de una decena de millones, de la fiesta; en una ciudad que ofrecía, en los barrios populares, cuadros de una miseria atroz; en la que una cuarta parte de la población estaba inscrita en el registro de los pobres; que tenía sus colegios, casi todos los colegios entre básica y secundaria, en viejos conventos.

La fiesta tenía programa para toda una semana. Se abría con la exposición de arte sacro, picassadas sobre la última cena y el descenso de la cruz. Luego venía la elección de la miss. Y luego el certamen de poesía. Tres días para los enviados de prensa: el resto del programa, un festival de viejas y nuevas canciones, de viejas y nuevas voces, quedaba en exclusiva para los autóctonos; y sobre todo ese cuarto de población inscrito en el registro de los pobres: pues en su munificencia la comisión organizadora había decidido que el festival se celebrase en la calle.

La segunda noche, la de la elección de la miss, un banco local ofreció a las autoridades, a la comisión y a los periodistas Una cena: en el nuevo hotel de la ciudad (con todas las comodidades salvo agua), que disponía de un espacioso salón comedor y una buena cocina.

Los periodistas se sentaron al lado de las esposas de los funcionarios del banco y de la prefectura y de los señores de la comisión: la conversación giró en torno a ciudades extranjeras, balnearios y novelas de éxito. La mujer del viceprefecto, que en verano había estado en España, se sentó junto al corresponsal de un gran periódico del norte que de España conocía cada ciudad, cada pueblo, cada costumbre, cada comida; y no solo porque su oficio lo llevara de vez en cuando, casi regularmente, hacia esas tierras en busca, para el gran periódico en el que trabajaba, de color local y antifascismo (pues un poco de color local y de antifascismo son ingredientes de algunos de los periódicos del norte); sino porque en España había hecho la guerra, la guerra de España, la de Franco contra los rojos, como solía llamarla la mujer del viceprefecto. Y quedó maravillada, la señora, y ligeramente indignada, cuando el periodista puntualizó que él en la guerra había combatido contra Franco, de la parte de los rojos. «Un hombre tan simpático, tan distinto» se lamentó para sí la señora. Luego pensó que los hechos de esa guerra tampoco eran tan claros; y el periodista, que por entonces debía de ser un chaval, por inexperiencia y por furor juvenil podía haberse equivocado a la hora de elegir el bando por el cual combatir. La juventud de los hombres (la de las mujeres mucho menos) está llena de errores, y a un hombre simpático no debe de condenárselo por esos errores. De modo que la señora continuó con el relato de su viaje: en automóvil, se entiende; por la vía Apia, para más precisión; y bajo un sol de justicia. Por suerte había paradores: buenos platos, refrigerio, reposo, y por pocas pesetas. Las horas más calientes del día, en los paradores; las mañanas y las tardes, en la carretera. Es bonito viajar en automóvil, solo que a veces ocurren pequeños incidentes, pequeñas averías, los fastidiosos pinchazos. Ellos (ella, su marido el viceprefecto, y la pareja de amigos que viajaba con ellos) habían tenido una avería a cincuenta kilómetros de Madrid, antes de llegar a Guadalajara; a más de cincuenta kilómetros, pensándolo bien. El viceprefecto pensó que ese nombre, Guadalajara, seguía siendo causa de calamidades para los italianos: de los italianos puros como él, claro está; pero la señora, por delicadeza, no refirió al periodista esa consideración de su marido. Total: que tuvieron que remolcarlos con una pareja de bueyes hasta el pueblo más cercano, que tenía un nombre curioso y una deliciosa placita: una placita de primer acto de El barbero de Sevilla. Un nombre curioso: sonaba como Trinquete.

― Trijeque ―dijo con improvisada turbación el periodista.

La mujer percibió en su voz una emotiva alteración, lo miró con estupor y dijo:

― Sí, Trijeque… Pero usted…

― Una placita fortificada, la fuente…

― Sí.

― Había un café bajo los pórticos…

― Todavía está: nos tomamos un café que no estaba mal, casi como el de Italia… Pero usted…

La señora sentía curiosidad, en esa placita de primer acto vislumbraba una historia de amor, como de película de guerra.

― Pasé mucho miedo en esa placita ―dijo el periodista, pero le pareció que no eran cosas de ir contándole a la señora del viceprefecto y se volvió hacia el señor que tenía enfrente, con aspecto de funcionario de banca: desde hacía unos minutos seguía su conversación con atención.

― ¿Miedo? ―preguntó la señora.

― Miedo, sí ―dijo el periodista mirando al funcionario de banca―. El miedo de cuando no se le ve la cara al peligro, de cuando se intuye la insidia, la emboscada, la muerte: El miedo sin objeto, como una dilatación vacía del ser…

El funcionario de banca asintió moviendo la cabeza, con una sonrisa de comprensión.

― Trijeque era tierra de nadie: un pueblo abandonado, vacío. Llegamos una patrulla de siete hombres: de noche, un cielo tachonado de estrellas; el agua de la fuente tenía un sonido irreal, y acentuaba la sensación de frío; era marzo…

― Nueve de marzo ―dijo el funcionario de banca.

― Sí ―dijo el periodista, sin comprender el sentido de esa puntualización, absorto como estaba en el recuerdo―, sí, creo que era nueve de marzo… Salimos a la placita casi de puntillas: un silencio mortal, nuestros murmullos resonaban como en un calabozo de piedra. Bajo los pórticos, todos los comercios estaban abiertos, incluso el café. Entré encendiendo la linterna, recorría la barra y los estantes con el ojo de luz: solo había dos o tres botellas. Mis compañeros me susurraron algo, yo dije que quería llevarme una botella, susurrando en todo momento. Fui detrás de la barra y agarré una botella: coñac, el omnipresente coñac. Me llevé otra: estaba mejor. Tío Pepe…

― Excelente vino ―dijo la señora.

― Excelente vino… Y en ese momento percibí el peligro, la muerte… No puedo decir que notara nada sospechoso, ningún crujido, ningún ruido: nada, solo el asalto repentino de la inquietud, del miedo… Apagué la linterna y decidí salir de detrás de la barra, con cuidado, la botella en una mano y la linterna en la otra. Tras rodear el banco llegué a la puerta, me encontré fuera de un salto, me eché a un lado, me guardé la linterna en el bolsillo y saqué la pistola. Dentro del café se oyó un ruido: ahora sí que era un ruido, definido, de alguien que se movía con cautela entre las mesas y las sillas. Di otro salto y me escondí detrás de las columnas del pórtico, mirando hacia la puerta del café. Agucé la mirada entre la oscuridad de la placeta. Mi patrulla no se veía, no se oía. Sin abandonar el reparo de la columna, como a cubierto de una mira que pudiera verme desde el umbral del café, empecé a retroceder hacia la fuente: cuando toqué el borde, frío como el hielo, sentí, y digo sentí, así, sin una razón concreta, que detrás de la columna que me había servido de parapeto, al otro lado, había alguien. Y entonces…

― Dio la vuelta a gatas a la fuente para esconderse detrás de ella, y desde allí pasar al otro lado del pórtico ―dijo el funcionario de banca.

― ¡Cielo santo! ―dijo el periodista― pero usted…

― Su miedo era yo ―dijo el funcionario de banca―. Y le aseguro que tenía buenos motivos para tener miedo: habría podido matarlo dentro del café; y también fuera, desde detrás de la columna…

― ¡Cielo santo! ―repitió el periodista poniéndose en pie.

El funcionario de banca se levantó también. La señora del viceprefecto fue testigo del apretón de manos entre los dos hombres, que casi estaban llorando. «Qué cosas tiene la vida», pensó la señora; y entonces le preguntó al funcionario de banca:

― Pero usted estaba con Franco, ¿no?

― Sí, con Franco: voluntario, voluntario de verdad.

― Ahora ya… ―dijo el periodista extendiendo las manos, como dando a entender que todo había terminado.

― Sí, ahora ya… ―dijo como un eco el funcionario de banca, repitiendo también su gesto.

Se pasaron el resto de la comida hablando de la guerra de España, dejando a la señora totalmente al margen. Luego se fueron a pasear por la ciudad, hasta el amanecer: la ciudad vacía y silenciosa como aquella noche, 9 de marzo de 1937en Trijeque. Pero cuando se saludaron ante la puerta del hotel, el periodista dijo (pues se habían contado la vida entera: el trabajo, la familia, las ideas):

― Éramos mejores cuando estábamos a punto de dispararnos.

Y era cierto.

Leonardo Sciascia, 1962 

Publicado por Antonio F. Rodríguez.