El viajero que se adentra en el norte de
Massachusetts haría bien en evitar la región que rodea a Dunwich. Es un paraje
inhóspito de decadente putrefacción. Viejas granjas holandesas abandonadas
exhiben sus muros derruidos. Los caminos son casi intransitables. Un
extraño olor envuelve la comarca. Sus habitantes son rudos granjeros de
aspecto desaseado. Sentados en los porches de sus ruinosas casas, ven pasar los
escasos autos con una mirada fija, melancólica y preternatural. La naturaleza en Dunwich tampoco es tranquilizadora. Bosques impenetrables ascienden por
las laderas de las montañas, cuyas cumbres son de roca desnuda y redondeada.
Grandes monumentos ciclópeos de forma circular coronan esas siniestras
montañas. Se rumorea acerca de sacrificios humanos a deidades maléficas e
invisibles. Algunos habitantes de Dunwich presentan extraños estigmas de
degeneración por la endogamia practicada durante generaciones.
Cuando cae la noche se oscurece el cielo, ruge
el río Miskatonic, las sombras descienden de los bosques amenazando las
granjas aisladas, suenan enervantes ruidos en el interior de las montañas
y los chotacabras, que algunos consideran psicopompos que se llevan las almas
de los muertos, graznan sin parar. Todo invita a irse de la región y no volver
nunca más por allí.
El horror de Dunwich es uno de los relatos
más célebres de H. P. Lovecraft. Fue publicado por primera vez
en 1929 en la revista Weird Tales. En él aparece de manera nítida
el mensaje del maestro de Providence. La humanidad no está sola, sino
mal acompañada, por ciertas deidades primigenias de
increíble antigüedad que acechan más allá del tiempo y el espacio,
desde una especie de limbo estelar indefinido que podría ser la eternidad.
Estas deidades reciben el venerable nombre de Ancianos. Quieren volver,
destruir nuestro mundo e inaugurar su reinado sobre una tierra
transfigurada en un sentido infernal. Pero para regresar necesitan
que algunos hombres o semihombres les abran las puertas de nuestro
universo. A través de mitos antiguos, libros diabólicos y horribles
sacrificios, los Ancianos se acercan con propósitos nada amables para
nosotros, pobres mortales. Los terrores ancestrales siempre han advertido de su
presencia malévola porque «los arquetipos están dentro de nosotros y
son eternos». El hombre siente en sus pesadillas que la existencia
está amenazada por los Ancianos. Lovecraft nos avisa con tiempo, que
conste.
En Dunwich vive una familia peculiar, por
decirlo de una manera educada: los Whateley. Son degenerados y con muy mala
fama entre los vecinos, que tampoco son precisamente de un
trato delicado y exquisito. El viejo Whateley es entendido en asuntos
de magia negra. En su granja mugrienta y pegada a la ladera de una montaña
posee una gran biblioteca con manuscritos en varias lenguas humanas y no
humanas. Lavinia, su hija, es una mujer grande, deforme y albina. En 1912 nace
el hijo de Lavinia. Nadie sabe quién puede ser su padre. Casi es
mejor así, ya que se cuentan en voz baja las historias más absurdas y
truculentas acerca de su desconocido progenitor.
El caso es que el joven Wilbur no es normal,
incluso dentro de su clan familiar. Se desarrolla rápidamente. Su inteligencia
es extraordinaria. Tiene una talla enorme y un aspecto singularmente
repelente: cara alargada, sin mentón, de chivo. Lee infatigable en la
biblioteca de su abuelo. Es temido por todos, que escapan como alma que
lleva el diablo cuando lo ven aparecer gigantesco, maloliente y
tambaleante. Wilbur Whateley es el fauno maléfico de Dunwich. Asusta su mera presencia.
Wilbur planea algo tremendo en su granja.
Quiere acceder al infame Necronomicón, escrito por el árabe
loco Abdul Alhazred, cuyo ejemplar se custodia en la biblioteca de la
Universidad de Miskatonic en Arkham. En sus páginas se
encuentran conjuros que podrían llevar al desastre a la humanidad
porque abrirían camino a aquellos cuya vida nunca termina porque han vencido
a la muerte y son eternos. Wilbur no lo tendrá fácil. En su
camino se interpondrán los perros, que lo odian, y el sabio profesor Armitage,
que desconfía del gigante pueblerino que siempre mira de soslayo.
El horror de Dunwich es un cuento largo o
una novela breve altamente disfrutable. Su estructura es perfecta: presentación
del escenario; los personajes buenos y malos (si eso tiene algún sentido en
el horror cósmico); y la batalla final entre este mundo y el otro. El estilo
recargado, barroco y algo repetitivo de Lovecraft resulta en este caso
acertado, sobre todo cuando describe con obsesivo detalle una comarca desolada
y maldita. Los personajes son fascinantes y están muy bien trazados. El
contraste entre las turbias supersticiones del campo y la erudición libresca de
la biblioteca universitaria está trazado con mano maestra. A medio
camino entre Dunwich y Arkham, entre la humanidad y lo no humano, se
encuentra el personaje central, Wilbur Whateley, uno de las mejores
criaturas de Lovecraft, quizá porque se inspiró en sí mismo para
inventarla (un erudito alto, inquietante, aislado, inteligente, relacionado con
cosas recónditas, que todo lo aprendió en la biblioteca del abuelo y
con unos grandes ojos oscuros, latinos, que ven en lo profundo). Una joya
de cuento y una oportunidad para pasar un buen rato.
H. P. Lovecraft, a los 44 años
Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) fue un
gran escritor norteamericano nacido en Providence (Rhode Island). Descendía de una vieja familia venida a menos de la burguesía puritana de
Nueva Inglaterra. Su infancia y juventud fueron muy tristes, ya que vivía
aislado, dedicándose a leer, escribir y estudiar mitología
y astronomía. Siempre rechazó el mundo moderno desde una singular
ideología elitista y racista. Para Lovecraft, el ideal eran los caballeros
enciclopedistas del siglo XVIII que escribían por placer, se carteaban con
sus amigos y detestaban las supersticiones de la plebe. Nunca se metió en
política (menos mal: gracias Cthulhu). Su matrimonio fracasó. Siempre fue
ateo.
Este genial escritor, el más relevante de
la literatura fantástica del siglo XX, tuvo que ganarse la vida pobremente
como corrector de estilo y autor de cuentos para las revistas sensacionalistas.
Pero fue capaz de crear una extraordinaria mitología en donde el hombre es una
criatura amenazada permanentemente por deidades cósmicas que existen más
allá de nuestro plano tridimensional. Sus cuentos y relatos largos son
magistrales, de gran fuerza narrativa, imaginación portentosa y
carácter casi hipnótico. Lovecraft, pese a su fama de raro,
tuvo muchos amigos, que le adoraban, ya que era un hombre bueno y
generoso a carta cabal. Falleció prematuramente de un cáncer intestinal,
pero su obra es inmortal y su figura, legendaria. Se lo merece.