viernes, 4 de marzo de 2022

La rebelión de las masas - José Ortega y Gasset

 

Título: La rebelión de las masas                                                                                        Autor: José Ortega y Gasset

Páginas: 323

Editorial: Espasa

Precio: 10,95 euros

Año de edición: 2011

Verano de 1914: con el primer disparo de la Gran Guerra se acabó el siglo XIX. En 1917 Lenin toma el poder en Rusia. Los viejos imperios desaparecen en 1918, cuando callan las armas. Las élites buscan una nueva legitimidad democrática. La democracia es la soberanía popular. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Las masas entran en escena. En 1929 se hunde la bolsa de Wall Street. Crisis universal del liberalismo. Soluciones autoritarias por doquier. Hitler es nombrado canciller alemán en 1933. Muchos intelectuales liberales se asustan. La burguesía es cuestionada, desplazada y hasta liquidada.

José Ortega y Gasset publica en 1929 su libro más conocido: «La rebelión de las masas». Durante los años veinte, España está bajo la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Sin embargo, la sociedad se moderniza. Crecen las ciudades, crece la economía y se desarrollan los espectáculos de masas. España entra en el siglo XX. Ortega y Gasset fue en esa década el oráculo público de la inteligencia española. Controlando revistas, periódicos y editoriales, además de su cátedra de metafísica, reinaba sobre los sufridos cerebros celtibéricos. Ortega era celebrado dentro y fuera de España

Ortega constata al principio de su libro que las masas invaden espacios antes reservados a la élite. Es el hecho de las aglomeraciones. Todo está lleno: calles, tranvías, piscinas, cines, teatros, comercios. Los más parecen desplazar a los menos. 

Pero don José pasa de los hechos a las valoraciones. Las masas han renunciado a serlo. No son dóciles instrumentos en manos de los «egregios» de turno. Quieren mandar. Pero el «imperio brutal de las masas» será estéril. ¿Por qué? Porque el hombre-masa es el hombre medio que aparece en cualquier clase social. Para Ortega, este hombre-masa es como todo el mundo, carece de ideas, se deja llevar, es presa fácil de los demagogos y tiende a la violencia. El hombre-masa vive vicariamente a través de la multitud. Es colectivista por instinto. La acción directa es propia de las masas: fascismo, comunismo, catolicismo político. Asistimos nada menos que a una «invasión vertical de los bárbaros». Los nuevos bárbaros son las masas modernas. EE. UU. es el país masificado por excelencia. Para superar la falta de moral de las masas es necesario que Europa renuncie a sus estrechos nacionalismos, espante al comunismo y apueste por la unificación. 

De este libro caben varias lecturas. Acierta al indicar que la masificación y la homogeneidad conducen a una cierta despersonalización. La gran democracia global de opinantes y tertulianos es muchas veces un gallinero ininteligible. El populismo es autoritario y simplificador. Incluso se habla de democracias iliberales, postliberales o directamente antiliberales. Por lo demás, el pensamiento nace del debate, pero es individual. Mientras existan individuos autónomos y no marionetas. Estas cuestiones tan actuales fueron anticipadas con gran inteligencia por Ortega.

Pero «La rebelión de las masas» es también el grito de alarma de un liberal elitista escamado por la modernidad. El liberalismo de Ortega no era especialmente democrático. El filósofo madrileño defendía la democracia representativa y liberal, limitada, pero no la democracia que él llamaba «morbosa». Insiste en que la democracia radical ahoga la vitalidad y heterogeneidad de la sociedad. Puede llegar a ser tan opresiva como el absolutismo. Porque si el monarca de derecho divino no tenía límites al ejercicio de su poder absoluto, la democracia sin cortapisas legales podría conducir al totalitarismo. Se impone la limitación del poder estatal para salvaguardar la libertad. Escribe Ortega: «La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal», «La mayor amenaza que hoy tiene la civilización es la estatificación de la vida», «El inglés quiere que el Estado tenga límites».

En «La rebelión de las masas», Ortega no esconde sus preferencias políticas. Le encanta la tradición inglesa del parlamentarismo que integra el pasado en el presente convirtiendo la monarquía hereditaria en un símbolo nacional. También gusta del liberalismo francés decimonónico representado por los doctrinarios. En cambio, rechaza el racionalismo abstracto de los ilustrados del siglo XVIII. Considera «confusionarios» a los revolucionarios de 1789. Defiende la razón histórica frente a la razón de los racionalistas. La historia es continuidad. El hombre es un animal histórico. Cualquier sociedad se divide en élite y masa.

Ortega era un brillante escritor. Quizá demasiado brillante. Periodista, orador y charlista (incluso radiofónico), don José buscaba el guiño de su encopetado público burgués y aristocrático. Sus ataques al «vulgo» llegan a ser desagradables por su insistencia y altanería. Pese a sus opiniones políticas discutibles y cierta pedantería en la expresión, los libros de Ortega son un regalo para el lector. 
 
José Ortega Gasset

José Ortega y Gasset (1883-1955), madrileño de familia burguesa, fue un joven brillante que estudió en universidades alemanas. A su regreso a España comenzó a escribir en la prensa liberal. Su «Revista de Occidente» difundió en España lo mejor del pensamiento europeo. En 1931 saludó el establecimiento de la Segunda República. Pero pronto se retiró desengañado de la política activa. El magisterio intelectual de Ortega no fue discutido hasta la Guerra Civil.

En 1936 abandonó España. Apoyó silenciosamente al bando franquista. No volvió a su país hasta 1945. En sus últimos años fue atacado con saña por los católicos oficiales de la dictadura franquista, que no le perdonaban su laicismo. Los jóvenes ya no le atendían ni entendían. Ortega murió en Madrid en 1955. 

Políticamente, fue deslizándose desde sus simpatías juveniles por la socialdemocracia al liberalismo conservador de su madurez. Su filosofía comenzó en el idealismo kantiano y terminó en la razón vital: la realidad no es meramente un fantasma de nuestra conciencia sino una circunstancia objetiva que cada hombre debe constantemente resolver.   
 
Publicado por Alberto.

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