Si oímos la palabra autómata, pensamos en ingenios robóticos modernos, fabricados en Japón o Corea, con apariencia humana y altas prestaciones. Sin embargo, aunque parezca mentira, hacia 1660 y en San Miguel de Feás, un pequeño pueblo de Orense lindante con Portugal, en la Galicia más profunda, un cura llamado Domingo Martínez de Presa era capaz de construir autómatas, pequeños personajes dotados de movimiento autónomo y capaces de moverse. Culebras que andaban, figuras que se movían, músicos que simulaban tocar instrumentos, centauros que disparaban ballestas y criados que entregaban un mensaje.
Así lo atestigua el libro que publicó en Madrid en 1662 titulado «Fuerza del ingenio humano y inuentiua suya: relación breve de instrumentos ingeniosos, y de mouimientos particulares, en que se imitan los naturales».
Poco se sabe de la vida del genial inventor, salvo que tenía estudios universitarios, pues se hacía llamar licenciado y que falleció en 1665. La incomprensión de sus coetáneos le hicieron escribir estos versos:
El que más necio que astuto
condena ingenios de nombre,
entre los brutos es hombre,
¡Quién iba a decirnos que un cura gallego, perdido en una aldea orensana en el confín de Galicia, fué un admirado constructor de autómatas, cien años antes de que el suizo Pierre Jaquet-Droz asombrase al mundo con la pianista, el dibujante y el escritor, presentados en las cortes europeas en el siglo XVIII.
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Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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