Este año 2020, el Premio Nobel de Literatura ha sido para la poeta estadounidense Louise Glück, nacida en Nueva York en 1943, por su «inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, convierte en universal la existencia individual». La decisión ha sido bien acogida y a la crítica le ha parecido indiscutible.
Hija de un empresario, es descendiente de emigrantes judíos rusos y húngaros. Comenzó a escribir poesía muy joven y fué anoréxica durante su adolescencia, lo que le superó gracias a una terapia psicoanalítica que duró más de siete años y cuya influencia en su obra ha reconocido varias veces. Estudió en la Universidad de Columbia y publicó su primer libro de poemas a los 25 años, con cierto éxito. Luego sufrió un bloqueo que le impidió escribir durante tres años, hasta que comenzó a dar clases de poesía en la Universidad de Vermont.
En 1980, se quemó su casa en Vermont y perdió todo lo que tenía. A partir de ese año, su poesía empezó a ser muy bien valorada por la crítica. Ha dado clase en las universidades de Williams College (Massachusets), Yale (Connecticut) y la Univeridad Industrial de Santader (Bucaramanga, Colombia).
Curiosamente, ha sabido utilizar las desgracias que le han rodeado (el incendio de su casa, la muerte de su padre, sus divorcios, los atentados del 11 de septiembre) como fuente de inspiración para escribir sus mejores obras.
Ha publicado doce libros de poemas, de los que siete se han traducido al español y ha ganado varios premios de poesía, como el Pulitzer y la Medalla Nacional de Humanidades.
Aquí tenéis algunos ejemplos de su buen hacer.
Puesta de sol
En el mismo instante en que se pone el sol,
un granjero quema hojas secas.
No es nada, este fuego.
Es cosa pequeña, controlada,
como una familia gobernada por un dictador.
Aun así, cuando arde, el granjero desaparece;
es invisible desde el camino.
Comparados con el sol, aquí todos los fuegos
son breves, cosa de aficionados;
se acaban cuando se consumen las hojas.
Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.
Pero la muerte es real.
Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,
hubiera hecho crecer el campo y entonces
hubiera inspirado la quema de la tierra.
Así que ahora puede ponerse.
Amante de las flores
En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…
Lago en el cráter
Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.
Eso hizo que el mal fuese la muerte,
que el alma se volviera
completamente en contra de la muerte.
Como un soldado que desea
servir a un gran señor, el alma
desea cerrar filas con el cuerpo.
Se puso en contra de la oscuridad,
en contra de las formas de la muerte
que reconocía.
De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice
y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.
La primera nieve
Como una niña, la tierra se va a dormir,
o al menos así dice el cuento.
Pero no estoy cansada, dice,
y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí.
Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede.
Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir.
Porque la madre está mortalmente harta de su vida
y necesita silencio.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario