Título: La velada en Benicarló Autor: Manuel Azaña
Páginas: 320 pág.
Editorial: Cátedra
Precio: 13,95 euros
Año de edición: 2022
Escrito en 1937, publicado en francés en 1938 y en español en 1939, el diálogo «La velada en Benicarló» es uno de los libros esenciales para entender la Guerra Civil Española. Su autor fue nada menos que el presidente de la Segunda República: don Manuel Azaña. Si hay un personaje histórico identificado con los avatares republicanos, fue sin duda él. El político alcalaíno fue símbolo del florecer republicano, de su crisis y de su trágico final en un conflicto fratricida desencadenado por los enemigos de la democracia. Una puntualización: de la democracia de los años treinta, tan distinta a la de ahora; perder la perspectiva histórica en este asunto equivale a perder la cabeza y no decir más que tonterías.
Azaña era el arquetipo del intelectual metido en política. Ese hecho tiene puntos positivos y otros que no lo son tanto. Don Manuel tenía en su poderosa cabeza, de legendaria fealdad, una idea del Estado español: democrático, laico y educador. Su liberalismo era radical y se inspiraba en Francia. Era de una modernidad indudable para su época. En parte por defectos propios (demasiada confianza en las leyes en un país con una democracia frágil y llena de enemigos), pero también por insuperables circunstancias sociales (ausencia de una burguesía fuerte y moderna), fue incapaz de llevar a buen puerto sus bien concebidas reformas.
Demasiado burgués para las izquierdas; rojo satánico para las derechas. He ahí el drama de Azaña. Cuando la sublevación militar de julio de 1936 desencadenó la Guerra Civil y la revolución, Azaña, el presidente de la República, se vio superado materialmente por los acontecimientos. Pero no intelectualmente. Perdida su causa, quiso entender el porqué de la derrota, racionalizar el incendio que todo lo devoraba, empezando por su persona («las bases de mi racionalismo se estremecen», escribió). De ese esfuerzo analítico nació este gran libro: un análisis objetivo mientras tronaban los cañones.
En «La velada en Benicarló», un conjunto de personajes discute sobre la Guerra Civil. Cada uno de ellos representa una fuerza política o social del bando republicano. Aparecen militares fieles al orden legal, republicanos de diversas tendencias y socialistas. Hablan, se enzarzan en interminables discusiones e intentan extraer un sentido a la pesadilla que los rodea. Se impone la necesidad de que el escalpelo del raciocinio diseccione tanta sinrazón. Los personajes que representan el pensamiento de Azaña son fieles a la República por dos razones: primera, representa el orden legal atacado por los sublevados; segunda, miles de combatientes sacrifican cada día sus vidas para defenderla. Sin embargo, rechazan la revolución. Condenan el terror desatado en nombre del pueblo. Creen que el desorden de la retaguardia («impotencia y barullo») es nefasto para ganar la guerra. Su punto de vista es el de la burguesía liberal republicana. Azaña quería que la democracia triunfara sobre los rebeldes. La democracia, no la revolución.
Don Manuel Azaña escribió un testimonio imperecedero. Algunas de las anécdotas de su libro ayudan a entender lo que es una guerra civil. Ejemplos: uno de los personajes se esconde de sus perseguidores fascistas durante veinticuatro días dentro de un nicho. Han asesinado a dos de sus hermanos. Logra salvarse y pasar a la zona republicana. Los anarquistas lo detienen por sospechoso de fascista, encerrándole en una checa con otros desgraciados. De ahí lo sacará un desencantado médico que, pese a todo, cumple con su deber profesional atendiendo a los heridos. A este mismo doctor lo extorsiona un camarada a quien había operado hacía años. Como quedó inválido, ahora, pistola en ristre, le exige una indemnización. El médico paga y salva su vida.
No acaban ahí las desgracias del galeno. El hospital en donde trabaja está lejos del frente, pero cerca del cementerio. Al anochecer se sienten en el camposanto tiros y gemidos, rápidamente apagados con dos secos disparos. Luego, silencio. Como se ve, Azaña, el presunto sectario para cierta historiografía que presume de objetiva e imparcial, no ahorraba la más dura condena contra los crímenes cometidos en su bando. Esto lo escribió en 1937.
Estamos en definitiva ante un texto capital. Azaña fue sin duda uno de los grandes prosistas españoles. El estilo de este diálogo es frío, preciso, cortante; son razonamientos impecables al filo de una guerra civil. También destaca la calidad moral de quien entendió antes que nadie los verdaderos motivos que se ventilaban en la contienda. Ni una concesión a la propaganda. Azaña pronosticó con lucidez que la guerra terminaría con la derrota de toda la nación. En este caso, la inteligencia se adelantó a los acontecimientos de una manera asombrosa.
Manuel Azaña (1880-1940) fue un político e intelectual español nacido en Alcalá de Henares. Su familia era burguesa y de raigambre liberal. Manuel perdió de niño a sus padres y estudió en el colegio que los agustinos tenían en El Escorial. Se doctoró en derecho, empezó a hacer sus primeros pinitos literarios y en 1909 ganó unas oposiciones al cuerpo de Registros y Notariado. A la vez daba conferencias, escribía artículos y llevaba un diario. En 1911 recibió una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar en París. Azaña fue siempre un admirador empedernido del país vecino, en donde veía hechos realidad sus propósitos de democracia y laicismo.
Azaña estaba interesado por la política. La entendía como la rectificación de la tradición por la razón. Se afilió al Partido Reformista de Melquíades Álvarez. No salió elegido diputado por manejos caciquiles. Fundó varias revistas literarias y dirigió la revista «España». En 1923 se opuso al golpe de Estado de Primo de Rivera. Su pensamiento se radicalizó. Se hizo republicano. Ganó en 1926 el Premio Nacional de Literatura por su «Vida de don Juan Valera». En 1927 publicó la novela «El jardín de los frailes», delicada evocación de su infancia y juventud. En 1930 fue elegido presidente del Ateneo madrileño. En 1931, con la Segunda República, se convirtió en Ministro de la Guerra y Presidente del Gobierno. En 1933 dejó la presidencia del ejecutivo.
Fue encarcelado por las
derechas en 1934, falsamente acusado de colaborar con la Revolución de octubre
de ese año. En 1935, Azaña era el líder indiscutible de las izquierdas
españolas. Su partido era Izquierda Republicana. En 1936 el Frente Popular ganó
las elecciones. Azaña pasó de nuevo a ser Presidente del Gobierno. Poco después
ascendió: Presidente de la República. El desencadenamiento de la Guerra Civil
horrorizó a Azaña. Con la derrota llegó el exilio. Murió en 1940 en
Montauban, Francia, mientras los cancerberos franquistas lo perseguían. Allí
sigue enterrado.
Publicado por Alberto.
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