Título: La casa de la mezquita Autor: Kader Abdolah
Páginas: 384 pág.
Editorial: Salamandra
Precio: 10,50 euros
Año de edición: 2008
Irán, 16 de septiembre de 2022: el abominable asesinato cometido por el gobierno en nombre de la religión de una joven de 22 años, Mahsa Amini que, a juicio de la policía de la moral, «no llevaba suficientemente bien puesto el velo y dejaba al descubierto algunos cabellos». Un hecho que hemos conocido, cosa extraordinaria pues ocurren otros muchos de la misma brutalidad que nos son ocultados. Pero muchas mujeres iraníes se han rebelado y han salido a la calle gritando contra el gobierno en unas protestas que han sido duramente reprimidas, incluso con más muertes.
La cuestión es cómo se ha llegado a esto que ya conocíamos. Porque nuestra memoria es frágil para algunas cosas y de vez en cuando algún hecho terrible vuelve a sacudirnos, como ocurrió apenas hace dos años, en julio de 2021, cuando los talibanes volvieron a tomar el poder en Afganistán y de golpe anularon los derechos que poco a poco habían ido conquistando las mujeres y vimos cómo las estudiantes, las profesionales, las viudas, etc. debían a volver a sus casas bajo el estricto control de los hombres.
Para quienes defendemos que las novelas no son solo un pasatiempo irrelevante, es importante volver a leer las que narran el devenir de la historia donde ocurren estos hechos atroces que, en este caso, escribió el autor en 2005 y desgraciadamente está de plena actualidad. Estas narraciones nos ayudan a volver a tomar conciencia y a comprender por qué se llegan a estas increíbles situaciones, aunque no puedan constituir un análisis en profundidad de la cuestión.
La novela recorre la historia de Irán a través de una familia que evoluciona al compás de los acontecimientos que hacen que el país viva más de cuarenta años del siglo XX situaciones de tensión tan fuertes que desencadenaron finalmente en la instauración del terrible gobierno represivo que ha perdurado hasta la actualidad. Y las más perjudicadas, como ocurre demasiado a menudo, son las mujeres.
Las primeras referencias históricas con entidad son las de Reza Khan, militar que instauró la dinastía Pahleví en 1925, del que se dijo que fue el padre del Irán moderno. En lo referente al velo, tras unos años previos en los que animaba a las mujeres a quitárselo o a llevar tan solo un pañuelo, en 1936 lo abolió, algo que enfureció a los fanáticos religiosos y en cuanto tomaron el poder lo volvieron a instaurar como obligatorio.
En 1941 los rusos y los británicos invadieron el país; los primeros interesados en el acceso libre al mar Caspio y los británicos, al petróleo. Ese año hicieron abdicar al sha en su hijo de 22 años, Reza Pahleví, cuyo reinado —con cambio a título de emperador incluido— duró hasta que se exilió en Egipto en 1979. Parece que Churchill diría de su padre y predecesor —que se había vuelto peligrosamente filonazi— «nosotros lo pusimos, nosotros lo quitamos».
En ese momento, empieza una fuerte occidentalización del país, acentuada a partir de 1949, cuando el sha se exilia una temporada en Roma tras sufrir un atentado, tal era el rechazo que sentía hacia él la población, que sufría pobreza mientras la corrupción se extendía entre los gobernantes. A su regreso y bajo los auspicios de EE. UU., la evolución de su reinado continuó y se exacerbó el autoritarismo y control de los disidentes, lo que provocó una gran oposición. El núcleo de las hostilidades fueron las mezquitas, especialmente la de Qom donde el ayatolá Jomeini vivía y dominaba los espíritus de los habitantes y de los imanes que allí se formaban. Sabemos que terminó con una verdadera revolución, en la que los islamistas más fanáticos luchaban junto a los extremistas de izquierdas, que se habían unido en un objetivo común: que desaparecieran los americanos y su influencia. Ese fue el poder del líder Jomeini que, pese a ser expulsado y desde su exilio, primero en Irak y más tarde en Francia, fue capaz de seguir guiando la lucha hasta su vuelta e instauración como líder del país, en 1979.
La estrategia de utilizar una familia y los avatares por los que pasan sus miembros con un pater familias emblemático no es nueva, es la elegida por el autor y da buen resultado. Sin llegar a ser un roman-fleuve o novela río —requeriría mayor extensión—, la estructura es similar.
Los personajes más importantes de la ficción son en cierta manera paradigmáticos y representativos de los grupos sociales a los que pertenecen. Incluso, los sirvientes están representados en el fiel Am Ramazán que, sin embargo, se unirá a los revolucionarios en contra de la postura del jefe de la casa.
Aga Yan es el personaje central, un hombre tradicional profundamente humano y religioso, pero no extremista. Su mujer, artista, pinta los colores de la naturaleza para traspasarlos a los diseños de las apreciadas alfombras del flamante negocio familiar. Es la acompañante perfecta, eso sí, dentro de la casa, de su marido, que también controla la mezquita. A sus hijas les corresponderá el papel de marchar a la ciudad en busca de mayor libertad para estudiar y casarse con quienes ellas quieran.
Alsaberi es el hermano del patriarca, que oficia con humildad y sin estridencias como imán de la mezquita. El contrapunto será su mujer, Zinat, que, llegados los movimientos de oposición, se une a los radicales islamistas representados por su yerno, el imán Jaljal, y llega a ser la más dura represaliadora de las mujeres.
Un miembro de la familia, otro hermano de Aga Yan, Nasrat, desempeña el papel de quien está cerca del poder, pero sin comprometerse con él. Instalado en el progreso, servirá para narrar cómo Jomeini aceptó la televisión y la radio, ambos aparatos prohibidos por los principios religiosos más rígidos y de los que curiosamente el propio líder se sirvió para, mediante comunicados, inflamar a los ciudadanos desde el exilio instándoles a la revolución.
No falta, en fin, el miembro revolucionario que participa en una célula comunista, papel que el autor da a un sobrino muy querido de Aga Yan, Shabal, que es el narrador de la historia, lo que hace que la sintamos más verosímil. La traductora del neerlandés, Marta Arguile Bernal, nos ayuda a notar el aliento poético del narrador.
Una historia que atrapa, en la que se siente el amor, la nostalgia y el dolor del autor por su país. Una narración formalmente sencilla, muy cuidada y que respira autenticidad en todas sus páginas por mucho que sus personajes sean ficticios, no así lo que representan.
Anterior a la novela que se reseña, con la que alcanzó un enorme éxito, escribió una bonita y tierna historia en la que la palabra es el eje central, titulada «El reflejo de las palabras». De su obra, traducida a más de una veintena de lenguas, todavía nos quedan por leer en español «El viaje de las botellas vacías», «El rey» y «Un papagayo voló sobre el río Ijssel». Sin duda lo haremos, como volveremos a la autora de los cómics Marjane Satrapi «Persépolis», «Pollo con ciruelas» y «Bordados».
Publicado por Paloma Martínez.
Muchas gracias por esta completa reseña. La desmemoria campea. Es obligado leer este libro para anclar en la conciencia tanto abuso, fruto de creencias increíbles en contra del ser humano y en este caso contra las mujeres.
ResponderEliminarMuchas gracias Luís. Es importante conocer cómo se originan los hechos y a sus autores, así como se auto definen quienes están total o parcialmente de acuerdo con los agresores y que tenemos más cerca de lo que pueda parecer.
ResponderEliminarPaloma