Título: Elogio de las manos Autor: Jesús Carrasco
Páginas: 320 pág.
Editorial: Seix Barral
Precio: 20,90 euros
Año de edición: 2024
¿Cómo consigue Jesús Carrasco escribir novelas rurales y luminosas alrededor de un mismo tema, cómo nos relacionamos y vivimos el territorio, que resultan a la vez similares y muy diferentes?
Pues con un estilo limpio, muy peculiar y enfocando en cada ocasión temas diferentes, aunque relacionados y variando el punto de vista. En esta ocasión, con esta espléndida novela, ganadora del Premio Biblioteca Breve 2024, se concentra en el tema de la importancia, belleza y trascendencia del trabajo manual, de las cosas que hacemos con las manos, con una profundidad y un lirismo que adquieren profundidades existenciales. Y se aproxima a ese núcleo central a través de la historia de una familia, que disfruta de una casa, a la que sabe que le quedan pocos meses de vida y, a pesar de ello, se comprometen con ella, empiezan a reformarla y la hacen suya. Por decirlo de alguna manera, es la historia del idilio de un grupo de personas con una casa en el campo, tal y como se anuncia ya desde la primera página del libro:
«La mañana en que pusimos un pie por primera vez en aquella casa, ya sabíamos que la iban a derribar».
Un amigo constructor, compra una finca en ruinas en la que planea levantar un conjunto de chalets adosados y, mientras tanto, se la deja a los protagonistas del libro para que veraneen en ella. Lo que iba a ser algo provisional, se alarga durante una década y da lugar a que el autor viva con los suyos toda una experiencia, llena de matices, pequeños sucesos y la emoción que a veces nos proporciona lo pequeño. Así contado, el tema parece aburridísimo —una pareja con dos niñas pasa las vacaciones en una vieja propiedad y la repara—; sin embargo, Carrasco desarrolla toda un canto a lo que hacemos con las manos, las labores cotidianas y artesanas, a cómo nos relacionamos con los materiales, los objetos y lo que nos rodea, nuestra pequeña geografía cercana, la de andar por casa, y compone una muy buena novela, que va de menos a más, profunda y sentida, claramente autobiográfica, que me parece que va a seducir a todo tipo de lectores.
El texto está trufado de algunas citas y referencias, pocas, las justas y necesarias, muy bien traídas, que iluminan el texto e invitan a la reflexión. Se menciona aquí, con tino y oportunidad, a Antonio Tabucchi, Agnés Varda, Edmund de Waal, Pat Metheny, Darian Leader, Aristóteles, Michael Polanyi, Richard Sennett, Enzo Mari, Natalia Ginzburg, Gianni Rodari y algunos nombres más. La trama no existe, no hay puntos de giro, ni planteamiento, nudo y desenlace. En la primera frase, se resume todo lo que acontece, así que esa obra moderna, de acción casi detenida, más lírica que épica, con mucho encanto y también, enjundia.
El estilo es aparentemente sencillo, limpio y luminoso como ya hemos dicho, detallado y transparente, que a veces parece tener algo de mágico, porque embellece todo lo que toca, por simple que sea. Hay una excelente descripción, inteligente e indirecta, de la endemia y el confinamiento de 2020 y algunos detalles de un humor muy fino. El texto está salpicado de términos algo arcaizantes, del acervo cultural artesano y rural, cosa que se agradece porque es algo poco frecuente, que no entorpece la lectura y enriquece el lenguaje. Me gustan los libros con los que aprendo porque me cuentan cosas que no sabía, también en lo tocante a vocabulario.
Por supuesto, estas páginas abundan en aforismos y reflexiones que vale la pena recordar. Veamos solo una muestra: «Cada vez que recordamos, transformamos», «Cada cosa ordinaria es un elemento de estima», «Lo que es bueno para la basura, es bueno para la poesía», «Mi padre me enseñó a usar las manos», «... y que fracasar en lo que me proponía no solo no era el fin del mundo, sino la única forma posible de estar en él», «Lo excelente tiende a la solemnidad; y lo casual, al humor», «El alcornoque es un árbol indómito», «Recuerdo los muebles que los encofradores se hacían con su material de trabajo», «El testigo que recorre el tiempo es el amor. Si hemos sido afortunados en la vida, recibimos ese amor de nuestros padres, y se lo entregamos a nuestros hijos, hermanos y amigos», «Lo verdaderamente valioso no se vende, se regala», «Las casas estabilizan la vida humana» (Hannah Arendt), «Crecí en un hogar donde, que yo recuerde, nunca entró un electricista», «Siempre se dibuja de memoria», «La alegría plena solo puede darse en ausencia de miedo» (Anthonny de Mello), «Tardé años en comprender por qué el albañil prefería su cincel en lugar del nuestro», «Sentir es comprender, pensar es errar» (Saramago), «Me obsesionaba la perdida de lo que no se sabe cómo se aprende», «Lo contrario de la vida no es la muerte, sino el miedo», «El verano llegó, hermoso y triste».
En fin, estos son los encantos que me parecen esenciales de esta flamante novela para todos los públicos, que está llamada a ser un superventas. Un texto imprescindible, que te hace sentir otra persona, ligeramente cambiada, cuando lo cierras. Un libro sencillo, profundo, que ofrece un interesante viaje a nuestro interior y que es de esas obras que obligan a detenerse de vez en cuando, morar a la lejanía y pensar.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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