Título: Formas de volver a casa
Autor: Alejandro Zambra
Páginas: 168 pág.
Editorial: Anagrama
Precio: 15 euros
Año de edición: 2011
No es fácil encontrar a estas alturas una novela realmente original e innovadora, que le sorprenda a uno, que le parezca corta y que le deje deseando leer más del mismo autor. Eso me ha pasado con este estupendo libro del chileno Alejandro Zambra, un autor con mucho peligro, que en cualquier momento nos puede sorprender con una novela maestra.
El libro comienza con una anécdota de la infancia del narrador que suponemos es del autor. Siendo niño, a los seis o siete años, se perdió una vez, sus padres no le encontraron y regresó a casa antes que ellos. Entonces pensó que los que se habían perdido eran sus padres y que él sabía volver a casa, peros sus padres, no. Una microhistoria muy apropiada para introducir el contexto en el que se desarrolla la novela y el tema principal: las difíciles relaciones paterno-filiales entre los niños y los padres que vivieron en Chile la terrible dictadura de Pinochet, ya fueran verdugos o víctimas. Porque Zambra reivindica la necesidad de una literatura de los hijos, subjetiva e intimista, de una mirada nueva, aunque herida y maltrecha, superviviente al fin y al cabo frente a las versiones oficiales y sancionada por la Historia.
La empresa es extremadamente difícil y peligrosa, pero nuestro hombre la solventa con eficacia, desde el punto de vista literario, dejando la política solo insinuada y como telón de fondo, ominosa y omnipresente. Lo hace a través de una trama muy bien trabada, que arranca con los recuerdos de infancia del protagonista, melancólicos, curiosos, poéticos, laterales y llenos de misterio. Al principio, el texto parece un inofensivo libro de memorias infantiles y, cuando menos se lo espera el lector, arranca una historia de suspense protagonizada por un adolescente, casi un crío en realidad: la vecina que le gusta, aunque sea algo mayor que él, le pide que vigile a un vecino misterioso. Y cuando el thriller ya está lanzado como un perro de caza, el autor vuelve a sorprendernos con una reflexión metaliteraria, en la que se pregunta cómo va la novela, si evoluciona bien o no y con la voz de ese adolescente ya adulto, veinte años después, inicia otra introspección sobre el paso del tiempo y lo que ha vivido. Ésta es la parte que más me gusta, porque aparecen frases misteriosas, casi mágicas, algo esotéricas, que apuntan a saberes ocultos y conclusiones herméticas, como:
«¿Realmente reconocemos a alguien veinte años después?», «... es bello y en cierto modo terrible saber que incluso ese rostro puede liberar de pronto, imprevistamente, gestos nuevos», «Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla», «Ahora que lo pienso, hubo un tiempo en el que todo el mundo daba consejos. La vida consistía en dar y recibir consejos», «Queremos ser actores que esperan con impaciencia el momento de salir al escenario. Y el público hace rato que se fue», «Al escribir, nos comportamos como hijos únicos».
Y a continuación la historia se cierra sobre sí misma, se conecta con el pasado y la intriga se resuelve con elegancia, avanza un trecho más con una curiosa historia de amor y desemboca en un final abierto, espléndido, que casa a la perfección con el resto de la obra.
El lenguaje es melancólico, evanescente y a la vez preciso. Tiene la brumosidad de los recuerdos y la solidez de las frases más rotundas. Se trata de una literatura muy bella, reposada y poderosa, delicada y leve, compleja, difícil de clasificar, original y sorprendente. Como lector, me gusta y me atrae, pero me resulta difícil explicar exactamente en qué reside su encanto. Tengo la sensación de que Zambra es capaz de hablar con la misma intensidad y al mismo tiempo a mi consciente y a mi inconsciente y, claro, me parece siempre que hay cosas que se me escapan. Sin embargo, al final me parece que tiene razón que hay algo que encaja y hace clic. Como cuando dice: «Así es la vida: te conviertes en ladrón o ingeniero».
Una novela cuyas mejores cualidades se resumen en el título, fresca, nueva, que se parece poco a todo lo leído, con estructura, con trucos de magia literaria, misterio, altas dosis de interés y mucha calidad. Y todo en 152 páginas de texto. Un libro que dura lo suficiente y parece seguir con astucia el consejo de Borges: «Escribe como si estuvieras redactando el resumen de un libro». Una obra muy interesante, una excelente lectura.
Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es un escritor chileno. Creció en Valparaíso y Villa Alemana, estudió Literatura Hispánica en la Universidad de Chile, hizo un postgrado en Filología Hispánica en el CSIC, en Madrid, y se doctoró en la Universidad Católica de Chile.
Ha sido profesor en la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales durante más de diez años. editó, junto al poeta Andrés Andwandler, la revista de poesía Humo y, con la poeta Andrea Insunza, la revista Dossier. Ha colaborado con críticas y columnas en un buen número de diarios.
En 2015, la Biblioteca Pública de Nueva York le concedió una beca para escribir sobre las bibliotecas públicas, titulado Cementerios personales. Allí conoció a Jazmina Barrera, una ensayista mexicana con la que acabaría casándose. La pareja vive en Ciudad de México.
Empezó su carrera como poeta con «Bahía inútil» (1998) y ha publicado otro poemario más, 6 novelas, 2 volúmenes de cuentos, 3 ensayos, 2 guiones y 1 libro de literatura infantil, con los que ha ganado multitud de premios.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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