Título: Lectura insólita de «El capital»
Autor: Raúl Guerra Garrido
Páginas: 352 pág.
Editorial: Alianza
Precio: 12,50 euros
Año de edición: 2007
Con los años, puede valorarse si una novela tiene interés histórico, además de literario. «Lectura insólita de “El capital”» (1977) de Raúl Guerra Garrido es valiosa como novela, pero también como testimonio de su época. El libro, ganador del Premio Nadal en 1976, se publicó en un momento extremadamente delicado para España: Franco había muerto, la democracia se estaba construyendo y los fanáticos de todo pelaje se empeñaban en destruirla cuando aún no existía. El terrorismo azotó brutalmente a la sociedad española durante los convulsos años de la Transición. Las personas asesinadas por los distintos grupos terroristas entre 1976 y 1982 ascienden a 498. De ellas, 340 murieron en atentados de ETA. Los datos, como el algodón, no engañan.
Esta novela trata del terrorismo de ETA. Pero su mirada es más amplia, aborda con lucidez las raíces de la violencia. La mirada se proyecta sobre una villa guipuzcoana de la comarca del Goierri, Eibain, inventada por el autor, pero trasunto de localidades reales. El escritor se convierte en un investigador social que, magnetófono en ristre, interroga a sus habitantes sobre un suceso desgraciado que mantiene en vilo a todos: el secuestro de un empresario del pueblo por un grupo terrorista, quizá escindido de ETA.
País Vasco, mediados de los años 70. De noche. Un grupo de individuos armados y encapuchados saca de su casa a don José María Lizarraga. El señor Lizarraga es un tipo recio, de origen rural, obstinado y trabajador, que supo aprovechar las oportunidades para levantar una importante empresa metalúrgica. Es el prototipo de tantos empresarios vascos que crearon un modelo de mediana empresa, con lo que convirtieron a Guipúzcoa en una de las provincias más prósperas de España. Lizarraga es para muchos un hombre honesto, sencillo, campechano y laborioso: el buen vasco. Otros, sin embargo, le consideran un despiadado explotador capitalista vendido a intereses foráneos: el mal vasco. Además, los trabajadores de su empresa estaban en huelga cuando fue secuestrado.
Sus captores le desprecian. Quieren que haga autocrítica. Y de paso que pague 50 millones de pesetas por su vida. Para que se entretenga, le dan un resumen de «El capital». Una tortura como cualquier otra. El pobre empresario metido en un zulo se adentra en los tupidos razonamientos del sabio alemán. Qué remedio le queda.
En el pueblo la noticia cae como una bomba. Los vecinos dan su opinión. El narrador recoge sus declaraciones. Algunas son anónimas, por si acaso. En las entrañas de Eibain algo se está incubando con el secuestro de Lizarraga y el cambio histórico que se aproxima en España. Así que en «Lectura insólita de “El capital"» se repasan los acontecimientos inmediatos (el secuestro, la huelga, rencillas entre vecinos), pero también la historia contemporánea del País Vasco: la emigración a Argentina cuando el siglo era joven, los carlistas, los nacionalistas, los obreros autóctonos y los obreros maketos, la gran influencia del clero, la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo, el estraperlo, las fortunas que se hicieron entonces, la vida de Lizarraga, en donde se mezclan, como en botica, verdades, medias verdades y mentiras, porque, como advierte uno de los interlocutores más lúcidos, el etnólogo Julio Lasa Barriola (¿quizá un guiño a Julio Caro Baroja?): «Se engaña uno a sí mismo si cree poder hacer constar el más sencillo hecho histórico sin un ingrediente especulativo».
Guerra Garrido presta más atención al mentidero en que se convierte el pueblo por culpa del secuestro que al secuestro mismo. Cada uno entiende la feria como le va: los amigos de Lizarraga, que le esperan en la sociedad gastronómica; la hermana monja, que reza novenas, encerrada en un convento de clausura; el hermano, abogado en Madrid, que dice que la familia no tiene el dinero en efectivo que exigen los terroristas; los viejos nacionalistas católicos asustados por el activismo de los jóvenes extremistas; los obreros adictos a Lizarraga, un hijo de este pueblo que nos da de comer; los obreros enemigos de Lizarraga, un capitalista voraz; los inmigrantes conocidos como «cacereños»; el untuoso director del banco local; el alcalde franquista, que sabe que le queda poco en el cargo.
Todos cuentan sus pequeñas historias que confluyen en la historia grande, como los ríos dan al mar. Las distintas perspectivas permiten el distanciamiento sobre lo que se cuenta. También el relativismo inherente a cualquier trayectoria humana: hay que vivir una época que no se escoge para entender cómo la gente llega a ser lo que es y hacer lo que hace. Héroe o villano, Lizarraga es parte de la historia de su tierra, aunque sea una vida tan pequeña y amenazada. Hay que comprenderlo. Pero los terroristas no quieren comprender nada que se salga de sus esquemas aprendidos en panfletos mal digeridos. Se masca la tragedia. Con talento y buena pluma, Raúl Guerra Garrido la vio venir. Por eso su libro es tan bueno como novela y como documento social.
Dos palabras para terminar. Es posible que Guerra Garrido haya tenido en cuenta para escribir su libro un hecho trágico: en marzo de 1976, el director gerente de la empresa de máquinas de coser Sigma en Elgoibar, don Ángel Berazadi Uribe, de 58 años, fue secuestrado por un comando de ETA político-militar. Los terroristas exigieron un rescate de 200 millones de pesetas. El cadáver del señor Berazadi apareció en la cuneta de una carretera rural con un tiro en la nuca semanas después.
Raúl Guerra Garrido (1935-2022), fue un escritor español nacido en Madrid, pero que residió desde 1960 en el País Vasco. Guerra Garrido era farmacéutico. En 1970 publicó la novela «Cacereño» sobre la emigración económica a Euskadi. En 1976 obtuvo el Premio Nadal con «Lectura insólita de “El capital"», quizá su libro más conocido y elogiado. Ha escrito unas cuantas buenas novelas policíacas, como «La carta» (1990) o «La costumbre de morir» (1981). Con la excelente «El año del wólfram"» (1984) abordó un tema poco conocido: la explotación del tungsteno español para la industria bélica de nazis y aliados.
Raúl Guerra Garrido nunca dudó en llamar terrorismo al terrorismo, lo que le trajo serios problemas y vivir con escolta una temporada. En 2000 los nacionalsocialistas vascos quemaron su farmacia en San Sebastián. No abandonó la ciudad. Allí falleció a los 87 años.
Publicado por Alberto.
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