Título: Incendios
Autor: Wadji Mouawad
Páginas: 208
Editorial: KAK
Precio: 24,95 euros
Año de edición: 2011
¿Cómo hablar de esta obra de teatro
cuando al terminar de leerla solo vienen a la mente calificativos que, si no
son superlativos en el sentido más ortodoxo del término, todos ellos tienen
sentido superlativo? Algunos que la pueden calificar:
Asombrosa, apasionante, brutal, conmovedora,
desgarradora, emocionante, estremecedora, extraordinaria, inquietante, impactante,
imponente, impresionante, perturbadora, sobrecogedora, superlativa…
¿Qué decir de ella cuando se ha tenido que dejar un tiempo de distancia para poder hacerlo, mientras la mente ha estado ocupada por unos días en una mezcla de sentimientos y pensamientos sin acabar de ordenarlos y asentarlos, y cuando cualquier otra lectura ha sido imposible?
¿Qué decir de ella cuando se ha tenido que dejar un tiempo de distancia para poder hacerlo, mientras la mente ha estado ocupada por unos días en una mezcla de sentimientos y pensamientos sin acabar de ordenarlos y asentarlos, y cuando cualquier otra lectura ha sido imposible?
Tragedia a la manera más clásica pero
escrita en este siglo. Es lo que hace Wadji Mouawad en esta pequeña gran obra
de teatro de cuya lectura no se sale indemne, pues el terrible drama que nos
plantea, nos increpa y nos sacude, removiendo muchas de nuestras convicciones
más profundas y asentadas. Nos muestra cómo lo visceral, lo irracional, no
lleva más que a la emergencia de lo peor de cada ser humano y cuando se hace
colectivo, el conflicto, la violencia, la guerra, se enseñorean destruyendo
todo lo que encuentran a su paso. Y si la obra nos impresiona tanto es porque
de alguna manera intuimos, como decía Sófocles, que nadie está a salvo de
cometer lo inimaginable.
La protagonista, una mujer libanesa asentada
en Canadá, cuando se siente morir, cree que su deber es dejar a sus hijos una
explicación de quien ha sido y cuáles sus motivaciones vitales para ser quien
es, lo que explicará quiénes son ellos. Es una tarea difícil, pues para cumplir
con el deseo de su madre tendrán que hacer un viaje –la obra está plagada de
símbolos- en el que deberán descubrir ellos mismos su propia identidad, mucho
más compleja y difícil de admitir de lo que pensaban, y conocerán las terribles
situaciones vividas por su madre y los también tremendos acontecimientos ocurridos
en un país con el que no creían que algo les ligara. Descubrirán la verdad más
sobrecogedora, el dolor y sufrimiento terribles de su madre y necesitarán una
catarsis que les hará comprender el mensaje que ella no fue capaz de darles en
vida, su verdad.
Descubrirán esa motivación vital que en
su día su madre recibió de su abuela cuando le estimuló a irse de su mísero
pueblo y de entre sus míseras gentes. Le dio una misión, la de aprender a leer,
a escribir, a contar y a pensar. Para la abuela, era la única forma de que cambiara
su fatal destino de seguir alimentando una ira endémica que se transmitía de
generación en generación y era también la única manera de que esa ira pudiera
ser sustituida por el amor, único poder redentor de la barbarie humana.
A través de la obra sentimos los
efectos del odio, la venganza, la intolerancia, la violencia, en suma, que
convierten a los seres humanos en salvajes y todo ello -propone el autor-
consecuencia directa de la ignorancia, de una falta de educación que va más
allá de lo que le es posible expresar a la abuela de la protagonista cuando le
dice «prométeme que vas a aprender a leer y a escribir».
A través de la hija, que es
matemática, el autor nos presenta una teoría curiosa, la de los «grafos
de visibilidad», con la que nos muestra la necesidad de tener tantas
perspectivas de la realidad y de las personas como podamos. Algo que se puede
sintetizar en una frase: un punto de vista es la vista desde un punto. Por
ello, no puede pretenderse conocer ni comprender a los otros sino parcialmente.
Ergo… es necesaria mucha humildad,
mucho respeto y mucho amor. Amor, mensaje esencial de la obra, que produce un
final potente y esperanzador.
Si tuviera que dar puntuaciones a
alguna obra literaria, sin duda «Incendios» tendría la máxima.
Wadji Mouawad
Wadji Mouawad me ha parecido una persona muy singular.
Nacido en Líbano en 1968,
emigró de pequeño con sus padres a París primero y posteriormente a Canadá, de
donde tiene también la nacionalidad. Allí comenzó su trabajo como actor,
director y dramaturgo.
Me parece
especial por muchas cosas: por lo que escribe; por cómo lo hace; por su manera
de concebir algunas de sus obras que ensaya durante meses y en cuyo texto hace
intervenir a los actores para completar sus propias ideas y visiones; por lo
que piensa y cómo lo expresa; y por los proyectos en los que trabaja. Uno de
ellos me ha llamado poderosamente la atención. Se trata de proyecto educativo
para adolescentes «Sófocles» en donde el viaje fue fundamental y que se basó en
cinco verbos -los que aparecen como meta para la protagonista de «Incendios»- y
cinco ciudades: leer (Atenas) escribir (Lyon), contar (Auschwitz), hablar
(Senegal) y pensar (El mar). El objetivo era que aprendieran a tener conciencia
de la idea de pensar por sí mismos. Posteriormente sería un proyecto de
representación de las tragedias del autor griego.
Publicado por Paloma Martínez.
La lectura de su estupenda y pasional reseña, en coincidencia con la actual Todos los Påjaros, me llevan a considerar a este dramaturgo. Tomo nota de nuevo. Y muchas gracias.
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