En 1922, André Citröen pensó que la mejor manera de prestigiar la marca de coches que había fundado tres años antes era enfrentarlos a un reto inédito y asombroso. Fascinado por las orugas que acababan de incorporar los tanques, sustituyó con ellas las ruedas traseras de cinco unidades de su mejor modelo, reclutó a dos aventureros, George Marie Haardt y de Louis Audoin-Dubreuil, y les propuso atravesar, por primera vez, el desierto del Sáhara en coche.
En tan solo 20 días llegaron a Tombuctú, lo que resultó tan impactante que Monsieur Citröen decidió atravesar todo el continente de norte a sur, para demostrar que sus coches no solo servían para ir de un sitio a otro, sino que eran capaces de abrir nuevas rutas, descubrir caminos y paisajes,es decir, de ensanchar el mundo conocido.
La expedición, formada por ocho coches y veinte hombres, entre los que se encontraban el pintor ruso Alexander Iacovleff y el cineasta León Poirier, fué bautizada como «El Crucero Negro». Partió en octubre de 1924 y tras atravesar ríos, selvas, montañas y de arrostrar peligros y aventuras son fin, llegó a Ciudad del Cabo ocho meses después.
En una época en la que no había GPS, sin mapas fiables y con la única ayuda de la brújula y las estrellas para orientarse, recorrieron 24 000 km, abrieron caminos nuevos en la jungla, construyeron puentes de madera, sufrieron enfermedades tropicales, se perdieron varias veces y vivieron mil y una peripecias.
En varias ocasiones, retenidos a la fuerza por un rey del África profunda, Iacovleff salvó la situación engatusando al monarca con un retrato sobre la marcha.
Retratos hecho durante el viaje por Iacovleff
Como resultado de la gesta llevaron a París 27 km de película, 6 000 fotografías, los dibujos y pinturas de
Alexandre Iacovleff, que retratan la vida de los pueblos y etnias con
las que se encontraron en su camino, 300 muestras de plantas, 800 aves y 1500 insectos, la mayoría de ellos desconocidos hasta entonces.
El magnate del automóvil no se quedó satisfecho y en 1928 organizó otra expedición bajo el nombre de «El Crucero Amarillo», para atravesar todo Asia siguiendo la antigua ruta de la seda, incluyendo el desierto de Gobi y el Himalaya, en un recorrido de 30 000 km, de Beirut a Pekín, esta vez con el apoyo de la National Geographic Society y la presencia del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, como geólogo y paleontólogo. El viaje les llevaría cuatro años de penalidades y el fallecimiento de Haardt, pero finalmente lo consiguieron.
Una historia increíble, hoy prácticamente olvidada, de un pionero de la automoción que hace casi un siglo organizó unas expediciones dignas de las mejores novelas de Julio Verne. Por algo, se ha propagado en las redes la idea de que el símbolo de Citröen está formado por dos de las espigas que deja como marca en el la arena una moto oruga. En realidad, se trata de la representación esquemática de dos chalones (véanse los comentarios).
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
El simbolo de Citröen no tiene q ver con la huella de la oruga , si no con los engranajes epicicloidales , descubiertos y patentades por Monsieur Andre
ResponderEliminarGracias por el comentario. Tienes razón. El fundador de la compañía, André Citroën, parece que se fijó en 1900 en la eficiencia de las ruedas dentadas de madera que se empleaban en la construcción de los molinos polacos. Con forma de espiga, esta geometría aumentaba la superficie del engranaje y repartía mejor el esfuerzo. Decidió copiar la idea sobre engranes de acero, y así nació su primera compañía, la Citroën Hinstin. Los nuevos engranajes fueron un éxito rotundo: más fuertes, silenciosos y fiables.
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