Título: Tríptico de la infamia
Autor: Pablo Montoya
Autor: Pablo Montoya
Páginas: 305
Editorial: Penguin/Random House
Precio: 17,90 euros
Año de edición: 2015 (2ª edición)
Es
realmente fascinante descubrir un escritor que logre apasionarnos al narrar con
gran erudición, entrega y método una
época lejana y al mismo tiempo tan incomprendida. Hablar en los países
latinoamericanos de la Conquista de América es abrir heridas, confrontar
visiones, descubrir miradas y despertar sobre todo el interés por una época
pasada con la intención de llamarnos a la reflexión.
Si
escribir ficción es un ejercicio prodigioso, escribir una novela histórica es
una tarea titánica: se requiere vocación de investigador, análisis preciso,
mirada límpida y una espléndida capacidad narrativa. Todos esos atributos tiene
Pablo Montoya, reconocido escritor colombiano nacido en 1963; historiador,
agudo crítico de la realidad social de su país y gran conocedor de la Conquista del continente. Es precisamente
por esta gran novela que Montoya recibiera el año pasado el Premio Rómulo Gallegos.
La formación de Montoya, que sabe de música, pintura, literatura e
historia, un hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI, enriquece la obra y le
permite dar vida a personajes que
efectivamente transitaron en la época relatada. Con maestría les otorga voz propia y a través de ellos descubrimos con
los ojos del arte, una nueva manera de ver y comprender los sucesos narrados,
que nos muestra la dualidad que existe en todo ser humano, capaz de los actos
más sublimes y al mismo tiempo de las fechorías y las iniquidades más grandes.
Baste considerar que la intolerancia religiosa, los fanatismos, la avaricia, la
ambición y las causas perdidas sin
remedio, que son el eje de esta historia, nos vinculan con muchos de los
acontecimientos que forman nuestra vida cotidiana.
¿Por
qué tríptico? Porque justamente son las
miradas de tres artistas del siglo XVI quienes en un concierto polifónico nos transportan a
esos tiempos terribles. Jacques Le Moyne (1533-1588) ilustrador francés,
discípulo de Philippe Tocsin, eminente cartógrafo de la época, que acompaña
la expedición de Ribault y Laudonniere en 1564-1565 patrocinada por el
almirante Gaspard de Coligny con el objeto de fundar una colonia francesa en
tierras americanas, La Florida, a fin de
asegurar tierra y sustento a los seguidores de la nueva religión que se
instauraba en Europa: el Protestantismo.
En
esta primera parte de la novela Pablo Montoya utiliza un narrador omnisciente. Las
obras de Le Moyne se conservan hasta hoy en día y dan cuenta de su
reconocimiento por los timicuas, esos hombres libres de la América ignota que
utilizaban sus propios cuerpos como lienzos. Se tiene constancia de los excesos
de los españoles en esas tierras, porque el propio Le Moyne sobrevivió a la
carnicería que Pedro Menéndez de Avilés, capitán español y sus dos mil hombres
perpetraran en el Fuerte Carolineo para recuperarlas en nombre del soberano
español.
La
segunda parte de la novela está dedicada a François Dubois (1529-1584) artista protestante francés y autor de la
escalofriante obra «La matanza de San Bartolomé», que recuerda la tristemente
célebre noche del 23 de agosto de 1572, en la que cientos de protestantes, entre
ellos Coligny, fueron asesinados vilmente a manos de católicos en nombre de la
religión. Catalina de Médici, la cruel reina francesa y su hijo Carlos IX no
dudaron en dar la orden que acabaría con familias enteras. Un momento infame en
la historia de Francia y en la historia de las religiones.
La narración aquí es en primera persona, es
el propio Dubois quien con terror y amargura, en su vejez y en el exilio, nos
describe los abusos y excesos de esa
terrible experiencia.
La
tercera parte me parece sublime y al
mismo tiempo desgarradora: en un giro diferente el autor nos muestra su manejo
de los recursos literarios y elige como forma narrativa un diálogo imaginario
entre Theodor de Bry (1528-1598) y el propio escritor de la novela, quien hace
gala de un minucioso trabajo de investigación al mencionar a personajes de la
época como Durero, Raleigh o Standen, en un intento por comprender el mundo
perdido al recorrer los mismos sitios en Frankfurt, donde de Bry hiciera una
brillante carrera no sólo como grabador sino también como editor de libros.
Pablo Montoya tiene la capacidad de transmitirnos el proceso de humanización de de Bry, quien al leer la «Brevísima relación de la destrucción de las Indias» de Bartolomé de las Casas y conocer de viva voz por un testigo presencial
de los hechos, el terrible proceso de exterminio llevado a cabo en América, se ve motivado para incluir la obra en la
edición de «Los grandes viajes» ilustrado en 1590, con diecisiete grabados que denunciaban la muerte impune de
tantos hombres.
Creo
preciso detenerme en uno de los últimos capítulos del libro: «El Exterminio» es
verdaderamente sobrecogedor asistir, a través de su narración, a la masacre en
América: las descripciones son sencillamente horripilantes. No necesitamos ver
el grabado para comprender toda la crueldad y bajeza de la empresa «civilizatoria». Hay una frase en el libro, que angustia y duele: «A la llegada
de los conquistadores había ochenta
millones de habitantes en América. Cincuenta años después quedaban diez».
Si bien el autor no señala la fuente de
información tan atroz, la mención de dicho dato, nos deja sin palabras ante el significado
del terrible choque de estas dos civilizaciones.
Hoy en día que tanto se habla de la recepción
de la obra escrita, es menester señalar que gracias a la denuncia de las atrocidades
cometidas, el libro de Bartolomé de las Casas propició una revisión de las
leyes españolas sobre el trato a los indios e inclusive la iglesia católica
promulgó una Bula: Sublimis Deus, en
la que se prohibía la esclavitud de los indígenas.
No
me queda sino recomendar una vez más esta obra, que nos hace ver a través del
arte y una acuciosa investigación la
conquista de América bajo una nueva perspectiva. Mucho se ha hablado sobre la
gran herencia que dejaron nuestros conquistadores: la lengua y la religión. Poco sobre
la leyenda negra de fuego, masacre y destrucción ocurrida durante esa empresa,
pero casi nada sobre la búsqueda de la belleza y una mirada distinta para
comprender nuestras raíces y motivaciones.
¿Por
qué vale la pena leerlo? Porque nos permite relacionar la brutalidad de la
conquista –de todas las conquistas- con
algunos hechos de la sociedad contemporánea: la situación de barbarie en
varios países del continente africano, el fenómeno terrible y ominoso de la
migración de ciudadanos de los países árabes hacia una indiferente y cruel
Europa o el oscurantismo del Estado Islámico frente a la persistente realidad
del capital y su tiranía. La novela tiene el mérito de ser una reflexión vibrante y a pesar de ser dolorosa, esperanzadora.
Pablo Montoya
Publicado por María Antonieta Canseco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario