Foto CC-BY-NC-ND Sebas Navarrete (Blog Instantes)
Hace poco y en un comentario, Gregorio Camacho, uno de los colaboradores de este blog me recomendaba un emocionante artículo sobre la actividad de escribir publicado por Juan José Millás en «El País» el 5 de noviembre de 2000 y titulado de manera muy sencilla: «Escribir».
Es un texto formidable, que no me resisto a reproducir aquí para que lo disfrutéis:
Escribir
13.15. Todos los tripulantes de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas". Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. Él mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación, pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres.
En situaciones extremas, la literatura
sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El
documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario.
Mientras la muerte trepaba por sus piernas, ese hombre se entregó con
fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.Naturalmente, lo que no
dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el
lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que
escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que
es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que los fruteros son
bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en
cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura
resultaría imposible.
Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración. Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimiento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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