miércoles, 7 de febrero de 2024

La abadesa de Castro - Stendhal

 

Título: La abadesa de Castro                                                                                                Autor: Stendhal                       

Páginas: 176 pág.

Editorial: Impedimenta

Precio: 19,90 euros 

Año de edición: 2007

Es aconsejable volver a los clásicos de vez en cuando, porque hay obras muy interesantes, como esta pequeña joya, una novela ligeramente corta, de 170 páginas, escrita por el gran Henry Beile en 1839, en la mejor etapa de su producción literaria, el mismo año que publicó «La cartuja de Parma».

Es la primera de sus Crónicas italianas, novelas que presenta el autor como basadas en casos «encontrados» en un viejo archivo cuando ejercía como vicecónsul de Francia en Civitavecchia, cargo que, efectivamente, ocupó entre 1832 y 1836. Por un lado, el truco del «manuscrito hallado» era muy utilizado por los escritores de la época, pero también es verdad que eran muy aficionados en rebuscar entre antiguos procesos judiciales para encontrar tramas para sus novelas, especialmente si se trataba de crímenes pasionales.

La obra se sitúa en 1589, para contarnos los amores imprudentes y desgraciados entre el bandolero, hijo de bandoleros, Julio Branciforte, de 22 años, y la joven noble Elena Campireali, de 17 años. En el siglo XVI, el bosque de Faggiola, situado en el camino entre Roma y Nápoles, estaba infestado de auténticos ejércitos de bandidos, aventureros de baja extracción social que se rebelaban contra los poderosos, tan heroicos o malvados como ellos, según se mire, temibles, y rodeados de un aura de leyenda.

¿En qué radica el encanto de esta novela? Pues en mi opinión, en tres puntos. En primer lugar, una historia romántica así planteada podría ser tópica y previsible pero, muy al contrario, la trama está llena de sorpresas, casi nada ocurre como uno espera y casi parece a veces un libro de aventuras. Hay batallas enconadas, saqueos crueles, traiciones y desengaños, disfraces solapados y encuentros inesperados, emboscadas peligrosas, conventos asaltados, torturas despiadadas, suicidios, venganzas y cien cosas más, que parece mentira que quepan en tan pocas páginas. Por otro lado, las peripecias del amor entre estos jovenzuelos, inocentes y apasionados como tortolitos, resultan enormemente creíbles, y bien pudiera ser que ocurriesen en realidad episodios parecidos a los que aquí se cuentan. Y, por último, el maravilloso estilo de Stendhal, sobrio, preciso y elegante, hace que sea una verdadera delicia la lectura de estas páginas.

La obra, en general, tiene un marcado espíritu romántico, con pasiones desbordadas, dulces enamorados, desmayos y sobresaltos, crueles vacilaciones, padres preocupados solo por el honor, madres que ven la guerra como una ordalía, obispos enamorados, embarazos inoportunos, amores arrebatados y amantes superados por la fuerza de sus sentimientos. En el fondo, late la idea típicamente romántica de que el amor justifica todos los actos, por más locos, injustos, erróneos o despiadados que sean. La historia así planteada, resulta apasionante y muy movida. No deja de ser curioso el comportamiento de varios personajes ya se han mencionado algunos, especialmente los dos protagonistas: él, de nobles sentimientos y valiente hasta la temeridad, pero también colérico e iracundo, con un pronto muy malo que será su perdición; ella, débil y pusilánime, que se deja llevar y convencer fácilmente, y también candorosa e inocente, porque después de muchos encuentros con su amado, seguía siendo virgen.

No faltan las frases contundentes que merecen ser citadas: «Es la visión de la felicidad lo que me hace sentir desgraciado», «Los saqueos son como los entremeses, que hacen reír después de la tragedia», «Si en el momento en que estéis obligados a hablar, no os parece que una mentira pueda ser conveniente, mentid de todos modos y guardaos, como si fuera pecado mortal, de decir una sola verdad», «Lo único que veo ante mí es la tumba de aquella Elena que, en Albano, parecía haberse entregado a mí para toda la vida», «... habría sido preferible para ella y, tal vez, también para el lector», «Ni el amo más duro dirigiría al criado más inepto una cuarta parte de las injurias con las que la altiva abadesa humillaba al joven cardenal», «Cuando se habla a alguien en ese tono, es que ambas personas están haciendo el amor hace tiempo», «¿Y quién os ha dicho que quiero que me salvéis?».

En fin, una obra llena cualidades, brillante y entretenida, un trueno de novela, llena de dramatismo y humanidad, exquisitamente bien redactada, llena de trucos y sorpresas, concebida con habilidad para ser al mismo tiempo y en cierto modo, muy realista e intensamente romántica. Muy recomendable.

La traducción, tan cuidada como merece una obra de este autor, es obra de la madrileña Olalla García García, traductora, historiadora y autora de nueve novelas. Esta edición viene acompañada de una introducción de Pablo D'Ors.

Henri Beyle (Grenoble, 1783-1842) fue un gran novelista francés del siglo XIX, probablemente uno de los fundadores de la novela moderna y artífice de un puñado de obras maestras. Mantenía el ideal del realismo, la novela como un espejo que se paseaba por un camino, y reflejaba la vida con la máxima fidelidad posible.

Sin embargo, a mi me parece un romántico solapado, autor de obras llenas de pasión y sentimiento, descritas con justeza, precisión psicológica, sentido dramático y equilibrio, presentadas con el lujoso envoltorio de un estilo exquisito. Porque era un estilista consumado que, antes de empezar a escribir, leía unas cuantas páginas del mítico Código Civil francés, una maravilla de concisión y precisión, para ir cogiendo el tono.

Estudió Derecho, era bueno en matemáticas, se hizo funcionario y consiguió tiempo para desarrollar su gran pasión: la escritura. Viajó a Italia y allí descubrió el romanticismo: No se casó nunca, pero tuvo una decena de amantes estables y sucesivas con las que tuvo una relación muy especial.

Murió a los 59 años de un ataque al corazón y está enterrado en París en el cementerio de Montmartre, en una tumba con un epitafio, escrito por el mismo, que dice así: «Henri Beyle, milanés. Escribió, amó, vivió 59 años y 2 meses. Murió el 23 de marzo de 1842».

Stendhal

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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