Título: ¿Qué es ser agnóstico? Autor: Enrique Tierno Galván
Páginas: 143 pág.
Editorial: Tecnos
Precio: 4 euros
Año de edición: 1987 (4ª edición)
Ser agnóstico no es ser ateo. Así comienza don Enrique Tierno Galván su breve y magistral ensayo acerca del significado del agnosticismo, publicado por primera vez en 1975 y reeditado en varias ocasiones.
El agnosticismo de Tierno Galván no es una postura pasional, sino de aceptación de la finitud del mundo. En cambio, el ateísmo depende existencialmente de Dios al negarlo. Los agnósticos no son adversarios de la religión y mucho menos de Dios. En realidad, carecen de un lazo emocional con la esfera de la trascendencia. Los creyentes afirman la existencia de Dios. Los ateos, la inexistencia de Dios. En ambos casos, son hombres de fe. En cambio, los agnósticos, más que afirmar, dudan. Admiten que racionalmente es improbable la existencia de un Dios personal. Para los agnósticos, Dios acaba siendo una especie de juguete roto, producto de una era de fervor que se va extinguiendo. Si Dios existe, es contra toda razón, como puro absurdo.
El ateo es producto de una secularización imperfecta, que todavía conserva numerosos elementos de idealismo religioso. Por eso, personas educadas en un ambiente creyente acaban a menudo odiando la religión con un fervor religioso invertido. En cambio, el agnóstico es aquel que acepta la finitud del mundo, que se instala en esa finitud y que rechaza cualquier tragedia existencial. Porque para él no hay dos mundos sino solo uno. Todo es mundo, o sea finitud.
Tierno Galván indica proféticamente que en el mundo crecerán los agnósticos en vez de los ateos. El ateísmo es demasiado religioso. El reconocimiento de la finitud lleva a una cierta conformidad con lo irremediable. La finitud se opone totalmente a la trascendencia. La existencia de esa tercera sustancia llamada Dios (hombre, mundo, Dios) se muestra problemática por falta de pruebas. Es una simple hipótesis sin comprobación. El ateo quiere que Dios no exista. El agnóstico se encoge de hombros admitiendo que el dilema de la existencia de Dios es irresoluble.
Naturalmente, queda la fe. Pero la fe nada demuestra. Creer es una postura subjetiva. Una creencia no es una evidencia universal e irrefutable. La fe justifica la fe y eso es todo. La ciencia y la fe son incompatibles. Escribe Tierno: «Los elementos apodícticos que genera la fe sólo tiene consistencia en función de la propia fe. Resulta así que el sentido de la fe es lo absoluto y de la ciencia lo relativo. Constituyéndose así dos campos diferenciados y no convergentes».
El agnóstico apuesta por el humanismo. La vida es personal e irrepetible. No hay un más allá, ni recompensas de ultratumba. De ahí la necesidad de que los hombres aprendan a vivir ayudándose unos a otros. La vida es la única certeza a la que podemos agarrarnos. Si se pierde, no hay otra. Es la única verdad. No es el vehículo hacia un más allá inexistente. Vivir mejor y cuidar de nuestro planeta, única morada del hombre en el cosmos, es la receta del humanismo agnóstico de Tierno Galván. De esta forma quizá venga la vida dichosa. El ser humano debe ocuparse de sí mismo, de los demás y del mundo que todos compartimos sin hacerse falsas ilusiones ni inventando quimeras que nos roban cordura, salud y tiempo.
El agnóstico es precavido. Su moderación deriva del reconocimiento de la propia vida y de la intangibilidad de la vida ajena. El humanismo secular del agnosticismo es arreligioso más que antirreligioso. No precisa de ninguna criatura sobrenatural que imponga desde arriba un código moral administrado por una burocracia eclesiástica con sus correspondientes premios y castigos. Al contrario, la salvación está en este mundo. No es posible sin la colaboración de los demás. De ahí brota la conciencia de la obligación de conservar los bienes de la especie, entre los que se incluye el hombre. El agnóstico cree en la utopía del mundo: «Confía en que el conocimiento completo de lo finito lleve a una instalación del hombre en el mundo que coincida absolutamente con las necesidades de la especie».
En definitiva, para
Tierno Galván ha pasado la época del cristianismo trascendente. Esto no
significa que las religiones vayan a desaparecer. Los hombres necesitan de unos
códigos simbólicos que den sentido a su existencia. Es más, si las religiones
se vuelven agnósticas se conseguirán más fácilmente sus fines sociales. Pero
deben renunciar al dogma de la salvación fuera del mundo. Al hombre, si no
se salva aquí y ahora, no lo salva ni Dios. Tierno admite que el 90 % de la
cultura occidental es cristiana, pero un Dios trascendente «razonable y
voluntarioso» roza lo imposible. En una palabra: «Cabe imaginar que hasta
ahora nos habíamos coronado con la corona de un sublime personaje de
existencia imaginaria para la razón, llamado Dios. Conviene que
devolvamos al personaje la corona y nosotros sigamos siendo lo que somos y
no personajes de una representación».
Este breve librito ha sido llamado con razón el Kempis del laico. Extraordinariamente conciso, minucioso en sus argumentaciones, con frases espléndidas que destacan dentro de una prosa fría y exacta como el diamante, sin concesiones retóricas o sentimentales, «¿Qué es ser agnóstico?» arroja serias dudas acerca de los grandes relatos dogmáticos de salvación, empezando por las religiones trascendentes. Frente a los que creen sin pruebas, el profesor Tierno Galván defiende el agnosticismo como rechazo de la sinrazón y respeto a todos los hombres de buena voluntad. Lo que se entiende por tolerancia. Un pequeño gran libro.
Enrique Tierno Galván (Madrid, 1918-1986) fue un pensador y político madrileño. Nació en una familia de clase media. Luchó en el bando republicano durante la guerra civil. Tras la derrota, se quedó en España. Fue catedrático de derecho político en las universidades de Murcia, Salamanca y Madrid. Adversario del franquismo, organizó clandestinamente varios grupos de opositores.
Desde los años 50,
Tierno Galván se situó en el campo socialista. Su militancia acabó llevándolo a
la cárcel. Fundó revistas y seminarios que difundieron lo mejor del
pensamiento occidental moderno. También ejerció la abogacía. En 1965, fue
expulsado de la universidad y se trasladó a la universidad de Princeton. En 1968
fundó el Partido Socialista del Interior, que pasaría a llamarse en 1974
Partido Socialista Popular. Volvió a la universidad en 1976. Acabó integrando
en 1978 su pequeño partido en el PSOE. En 1979 se convirtió en el mejor alcalde
de Madrid, querido y respetado por todos por encima de
afinidades ideológicas. Don Enrique Tierno Galván falleció en 1986.
Publicado por Alberto.
No se si podemos saber si Dios existe o no pero me gustaría creer.
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