También el teatro es literatura y constituye uno de sus géneros esenciales, con una magia muy especial que se despliega en las representaciones en directo, cuando una persona habla y actúa como si fuera otra, el espectador juega a creérselo y, durante un rato, surge el milagro. Hablamos pocas veces en este blog de teatro y vamos a remediarlo hoy un poco hablando de un clásico del siglo de oro. Las obras de esa época resulta a veces las más difícilea porque ¿puede interesarnos y conmovernos un texto dramático escrito hace casi 400 años? Para encontrar una respuesta convincente os recomiendo asistir a un montaje de una obra del Siglo de Oro.
En la sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia —situado en la madrileña calle del Príncipe, 14— la Compañía Nacional de Teatro Clásico representa «La gran Cenobia» hasta el 6 de marzo, una obra de teatro escrita por Calderon de la Barca en 1625, en versión de Luis Sorolla, que propone una muy interesante y sugerente propuesta a las preguntas de ¿qué me está diciendo hoy en día el drama de Calderón? ¿qué significado actual puede tener?
No puedo desvelar mucho de la obra, pero sí os diré que se basa en la figura de Cenobia, reina de Palmira —en la actual Siria— en nombre de su hijo y después del asesinato de su marido el rey. Reinó del 267 al 272 d. C. y aprovechando la debilidad momentánea de Roma, creo un imperio extenso y poderoso, que llegó a dominar Egipto y todo Asia Menor. Roma envió al general Decio contra ella, pero fué derrotado y volvió humillado. Aureliano aprovecho la situación para castigarle, tomar el poder y marchar con tropas de refuerzo para doblegar a Palmira, cosa que consiguió gracias a la traición de un palmirano llamado Libio. El emperador Aureliano entró triunfante en Roma, llevando cautiva a Cenobia. Sin embargo, Decio se tomó cumplida revancha destronándo a Aureliano, matándole, liberando a la reina y matando también a quienes la habían traicionado.
Esa es la historia a grandes rasgos que nos cuenta Calderón en su obra, que resulta imposible de clasificar como verdadera o de ficción, porque en el siglo XVII, igual que ahora, la reina de Palmira era un personaje legendario, del que poco se sabía con seguridad. Hay fuentes que la describen como despótica, tirana y cruel, otras en cambio hablan de una hábil política, que supo gobernar con sentido común y justicia un vasto imperio. ¿Qué variante es la verdadera de las que circulan por ahí? Sin saber cuál era la verdad, Calderón escribió su propia versión, en la que curiosamente, aparece Cenobia escribiendo su diario, su propia historia, y en esta nueva versión del drama calderoniano se plantean cuestiones muy interesantes a partir de ese juego de verdades y ficciones que rodean al personaje, y de la lucha por imponer un relato, una narrativa, que acompaña a toda lucha por el poder; no en vano se dice que la primera víctima de toda guerra es la verdad.
Esa línea temática se superpone a la original del drama de Calderón, en la que la ambición, la arrogancia y la traición no conducen a nada bueno, porque la rueda de la fortuna intercambiará posiciones antes o después —como dice e viejo lema: reinaré, reino, reiné—, y quienes hayan obrado mal sufrirán las consecuencias de sus actos. La soberbia de Aureliano y Libio cuando la fortuna les favorece contrasta con el estoicismo de Cenobia y Decio al caer en desgracia.
La escenografía, el vestuario y la música de rock acercan el contexto hasta el siglo XX y acaban por conformar un montaje espléndido, rematado con un monólogo final extraordinario.
Una función muy recomendable, con actores jóvenes que brillan, en la que vale la pena estar muy concentrado durante la hora y tres cuartos que dura la representación para no dejar escapar detalles de los versos calderonianos. También vale la pena leer toda la información disponible sobre la obra original, para calibrar mejor en qué consiste esta nueva e innovadora versión de Luis Sorolla. Muy interesante.
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