«Sócrates» ha sido ejecutado de nuevo por corromper a la juventud». Esa es la rotunda frase con la que se han movilizado este frío mes de noviembre los profesores de Filosofía por la desaparición de esa materia como asignatura obligatoria de la ESO en el nuevo proyecto de ley de educación del gobierno. Si nadie lo remedia, quedará arrinconada como una optativa. Una maría. Nuestros chicos podrán cursar la enseñanza obligatoria completa sin saber con un poco de detalle qué es la Filosofía, qué es la verdad y si es o no posible conocerla, la diferencia entre el bien y el mal, los fundamentos de la ética y por qué Kant y Voltaire, por citar dos ejemplos, son tan importante para nosotros.
sábado, 6 de noviembre de 2021
Sócrates, condenado de nuevo
En su lugar, se ha optado por asignaturas más prácticas, cómo la Digitalización, la Economía o el Emprendimiento. Malos tiempos para la lírica. Pero, incluso considerando solo la importancia de los conocimientos útiles, hace algún tiempo un interesante artículo nos recordaba para qué sirve la Filosofía y su enorme utilidad práctica.
Habrá que citar de nuevo los párrafos del prólogo de la «Álgebra» de Roger Godement, un libro de texto prohibido durante el franquismo solo por esas frases:
«Aún a
riesgo de provocar en algunas personas los sentimientos de horror y
consternación que Paolo Ucello ha pintado tan maravillosamente en “La
Profanación de la Hostia”, es necesario que manifestemos, porque la cuestión se
plantea cada vez más y más, nuestro desacuerdo con las numerosas personalidades
que, en la actualidad, piden a los científicos en general y a los matemáticos
en particular que formen los miles de técnicos que necesitamos, según parece,
para sobrevivir.
»Tal y como están las cosas, nos parece que en las “grandes”
naciones superdesarrolladas científica y técnicamente en que vivimos, el primer
deber de los matemáticos, y de muchas otras personas, sería proporcionar cosas
que no les piden: hombres capaces de reflexionar por sí mismos, de despreciar
los argumentos falsos y las frases ambiguas, y a los ojos de los cuales la
difusión de la verdad importe muchísimo más que, por ejemplo, la televisión
planetaria en colores y en relieve: Hombres libres, y no tecnócratas-robot. Es
tristemente evidente, que la mejor manera de formar a estos hombres que nos
faltan no es enseñarles ciencias matemáticas y físicas, que son ramas del saber
en que lo normal es aparentar que se ignora hasta la existencia misma de los
problemas humanos, y a las que nuestras altamente civilizadas sociedades
conceden, lo que debería parecer paradójico, el primer lugar. Pero incluso al
enseñar matemáticas se puede, por lo menos, tratar de dar a las personas el
gusto de la libertad y de la crítica, y habituarlas a verse tratadas como seres
humanos dotados de la facultad de comprender».
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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Qué desgracia, es increible la estupidez de los políticos. A no ser que sea premeditado (en este caso estarían siendo muy listos): formar autómatas idiotas en vez de personas. Gracias, Antonio, por este comentario y por el prólogo.
ResponderEliminarComo si la filosofía, la ciencia y la técnica no tuvieran una historia entrelazada. Para entender el origen de la filosofía en la Grecia del siglo VII antes de Cristo hay que entender previamente lo que eran las ciudades comerciales y marítimas de Jonia, la importancia de las actividades comerciales, la racionalidad creciente de los usos y costumbres, las mejoras en la navegación, la tolerancia y convivencia entre personas de razas y culturas diferentes, el libre mercado de ideas (muchas llegaban por mar, junto con las mercancias) etc. En ese ambiente de libertad, movimiento e inquietud se superó el mito, avanzando hacia una explicación racionalista y naturalista del origen y funcionamiento del cosmos. Si el mar azul tenía sus reglas, y había que conocerlas para navegar, ¿por qué su reflejo el cielo no habría de tenerlas también? En las ciudades costeras los horizontes son siempre más dilatados que en el interior: allí la historia se acelera; a orillas del mar se pasó de la cosmogonía a la cosmología; del mito, al logos. Y, claro, en el momento en que se busca una explicación objetiva, filosófica, del Universo, la ciencia -buscar, entender y controlar en beneficio del hombre las leyes universales de la Naturaleza con su lógica inmanente, que para nada necesitan de la intervención de lo sobrenatural, de los Dioses-, y sus aplicaciones prácticas, la técnica, vienen como por añadidura. Con la razón griega nacen la filosofía, la ciencia, la historiografía y hasta la democracia antigua. La razón es humana, y por eso la verdadera ciencia debe ser humanista, por y para el hombre; lo contrario es la técnica despojada de racionalidad humana y de moral: la bomba atómica o las cámaras de gas. Si no se entiende esto, no se entiende nada: nos quedamos flotando en el vacío agarrados al pincel, como en el chiste. Sin filosofía cristiana no se entiende la Edad Media; sin el humanismo renacentista es ininteligible la revolución científica; sin racionalismo filosófico no se comprende el siglo XVII y el avance hacia la secularización de la sociedad después de las guerras de religión; sin Ilustración, la revolución americana, francesa y el siglo XIX aparecen como de repente, por las buenas, sin sentido; sin la filosofía socialista es incomprensible el movimiento obrero y la Revolución rusa. Y así podríamos seguir. En fin, que como los hombres se mueven por ideas que ellos mismos crean, y que ningún acontecimiento concebible es ajeno al pensamiento, borrar la filosofía de la educación es como borrar de una ensalada la lechuga: un absurdo total, con consecuencias penosas. La filosofía ayuda a entender cómo pensaban los hombres del pasado (no solo los genios estilo Newton, Aristóteles, Kant o Marx; cómo pensaba la gente común y corriente, las mentalidades de cada etapa histórica, que cambian con los cambios socioeconómicos, y a su vez influyen en esos mismos cambios; las ideas son causa y consecuencia del progreso histórico en un proceso de retroalimentación: los cambios empujan las ideas, y las ideas, los cambios). Así que la historia es en buena medida la historia de las ideas; conocer estas ideas es el camino derecho para ordenar el propio pensamiento, estructurarlo y poder razonar de manera un poco autónoma. Quien piensa lo que pensaron los demás, acaba por pensar por sí mismo (y en los demás): regla de oro. Pero, por lo visto, no quieren personas autónomas capaces de razonar y pensar por cuenta propia sino autómatas que sepan apretar un botón, lo que puede hacer un mono, o soltar en cada momento el cliché necesario para quedar bien. A este fenómeno Orwell le llamaba pensar con la garganta, un incesante cuac, cuac, patoso y estúpido. Basta con ver cómo se ha banalizado totalmente el discurso público, estupideces efímeras que no significan nada y que además cambian al instante, para entender a qué lleva un rebaño incapaz de pensar más allá de lo políticamente correcto en cada momento. La era del vacío, o como se diga.
ResponderEliminarPerdón por el rollo. Pero hay cosas que a uno le calientan bastante.
Un cordial saludo.
Muchas gracias por el comentario y el discurso, que me parece muy sintético y brillante. No puedo estar má de acuerdo.
ResponderEliminarY gracias también a Charli. El punto no es que lo políticos sean estúpidos, que parecen serlo, sino que se muestran demasiado dóciles a las presiones de los lobbies empresariales y sus necesidades: mano de obra barata, precaria e ilusionada con convertirse en millonaria antes de los 30. Puro emprendimiento, vaya.
Salud y libros.