Título: Postales coloreadas Autora: Ana Alcolea
Páginas: 320
Editorial: Contraseña
Precio: 18,90 euros
Año de edición: 2017
¡Qué importante es el ritmo en una novela!
En «Postales coloreadas» me ha llamado la atención el ritmo, hasta el punto de ser consciente de él a lo largo de toda la lectura, de sentirlo perfectamente ajustado a lo que nos cuenta la autora y al tono elegido. Es un libro que está a caballo entre la realidad y la ficción, en el que las partes inventadas encajan con verosimilitud en lo que son transcripciones de recuerdos de la abuela de la escritora, unos pocos de ella misma y otros «rellenos de huecos». El ritmo es cadencioso, proporcionado y ajustado a la época, los personajes y lo que cuenta y, de tanto en tanto, se intensifica por medio de un diálogo, una anécdota, un refrán o cualquier otro recurso lingüístico o literario que nos confirman el buen oficio de la escritora.
Es esta su primera novela para adultos y se lee con una serena agilidad que resulta muy agradable. Cuenta la autora que necesitó diez años para sacarla a la luz porque le fue difícil encontrar el tono. El inconveniente, relata, fue encontrar el equilibrio entre contar historias que hablan de uno mismo y su familia, que por tanto mueven sentimientos, y saber que es un ejercicio de rescate de las personas para sacarlas del olvido convirtiéndolas en personajes. En ese proceso de transformación es necesario liberarlas de todo sentimentalismo familiar. Es curioso porque en un momento dado cuenta que tiene que parar de escribir y tomar aire —está escrita en primera persona— y, sin embargo, nunca nos traspasa a los lectores esos ahogos sentimentales.
La novela abarca más de un siglo, desde finales del XIX con la referencia a sus tatarabuelos, hasta principios del s. XXI con la muerte de su abuela materna a los 103 años. A lo largo de ese tiempo vamos asistiendo a los cambios sociales y económicos de este país y en la última parte a la transformación de Zaragoza, de donde es oriunda la autora y en donde transcurre el último período familiar. Importancia capital en la novela es la del ferrocarril, uno de los ejes del progreso del siglo XX. El protagonismo está justificado porque su bisabuelo, Juan, un personaje ciertamente original y muy relevante en la historia, prefirió salir de su casa acomodada de señorito andaluz para seguir su obsesión de pertenecer al ferrocarril porque era el símbolo de su propia libertad. En contra de lo establecido por su padre, que era un empresario acomodado, se hizo funcionario, jefe de estación, aunque malvivió —en realidad hizo malvivir a su familia— toda la vida.
Y así, poco a poco, con idas y venidas en el tiempo, iremos conociendo a una familia numerosa que pasa penurias por la irresponsabilidad del bisabuelo Juan que nunca dejó de hacer lo que quiso y que se justificaba diciendo que era librepensador, cuando lo que realmente era, como dice su bisnieta con cierta sorna, un librehacedor.
Una familia en la que la mayoría son mujeres y es interesante porque se observa la evolución del papel de la mujer en la sociedad desde principios de siglo XX hasta el momento actual. Como la familia tiene escasos recursos dada la poca importancia de los pueblos de donde es jefe de estación Juan, serán las hijas las que, sin ni siquiera acudir a la escuela para aprender a leer y escribir, trabajen desde muy jóvenes para aportar lo necesario a la familia, algo habitual es esos casos.
Descubrimos el despertar a la vida de unas chicas recatadas por la educación que habían recibido. Como son seis, la autora nos da un muestrario de personalidades distintas que se enfrentan de muy diferente manera a lo que encuentran, a lo que buscan o de lo que huyen en la vida. Son útiles a la autora los diálogos entre las hermanas para mostrarnos a cada una con su personalidad diferente, unas más lanzadas otras más discretas. Leemos este libro con ternura, pero no deja de provocarnos un sentimiento de alegría comprobar, una vez más, cómo han cambiado las cosas, especialmente para las mujeres, por mucho que falte por conseguir.
Atravesar los acontecimientos de un siglo muy agitado, aunque sea levemente por ser telón de fondo, y hacerlo desde las perspectivas diferentes de sus personajes, especialmente los bisabuelos tan diferentes y de sus hijas, hace que nos resuenen algunas situaciones y ambientes porque también pertenecen a nuestra memoria familiar. Es un placer añadido para quienes somos zaragozanos porque reconocemos las calles, el clima y hasta los cafés, aunque hayan desaparecido. Todo ello influye en la lectura emocional de un libro contenido en la forma, pero que llega al corazón.
Una obra amable que nos provoca abundantes sonrisas por la fina ironía de la autora. Un libro interesante por lo que cuenta y por las resonancias que produce. Un libro bien escrito. Un libro con una bonita portada de Alberto Gamón y una cuidada edición, como siempre hace la editorial Contraseña.
Un libro, en suma, muy recomendable.
Ana Alcolea Alcolea (Zaragoza, 1962). Estudió filología hispánica e inglesa y se ha dedicado a la docencia de jóvenes. Quizás de ahí su dedicación principal como escritora a partir de 2001. En el momento actual cuenta ya con una veintena de obras juveniles, infantiles y tres novelas. Ha sido reconocida por su labor en muchas ocasiones. Sin nombrar todos los premios, ha obtenido desde el Cervantes chico en 2016 que otorga Alcalá de Henares hasta el Premio de las Letras Aragonesas en 2019 y el último, en octubre de este año, el premio José Antonio Labordeta de Literatura. También ha realizado ediciones didácticas sobre la enseñanza de la lengua y literatura. Una escritora muy amable y generosa que va a charlar a institutos y bibliotecas constantemente y que en las entrevistas transmite la misma serenidad que la novela reseñada. Un placer.
Publicado por Paloma Martínez.
Muchísimas gracias por tu generosa lectura de POSTALES COLOREADAS. Todo un honor que hayan pasado por tu mirada. Ana
ResponderEliminarA ti Ana por tu generosidad y por hacernos disfrutar leyéndote.
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