Título: Fractura
Autor: Andrés Neuman
Páginas: 496
Editorial: Alfaguara
Precio: 20,80 euros
Año de edición: 2018
Palabras, palabras saltarinas, palabras de colores, palabras lágrima, palabras oceánicas, palabras silencio, volanderas, cansadas, redondas, renacidas, resistentes, palabras sin huecos, sonoras, alegres, extravagantes, sensuales, transparentes, palabras mágicas, palabras rotas, palabras agua…
Todas ellas y cualesquiera imaginables son las que con arte magistral pone a danzar Andrés Neuman al son de una coreografía en la que el ritmo nos lleva más allá del entendimiento, más allá de la comprensión, más allá de lo racional; a una región en donde reina la intuición, la percepción, la sensación; una región de brumas más que de nítidos contornos; un lugar en el que la sonrisa tiene más valor que la risa y el presentimiento más que la explicación; un espacio en el que la certidumbre no es evidencia y el dolor es sístole contenida; un lugar donde al fin y, tras un largo y agitado viaje, las palabras encuentran el sitio para el que fueron puestas en movimiento: ese etéreo espacio donde se agitan las emociones. Así es la literatura de Andrés Neuman.
El autor de esta novela es firme defensor de que el lenguaje conforma el pensamiento y éste la identidad, así como mantiene que la cultura, que tiene como vehículo fundamental la lengua, tiene mucho que ver en lo que somos las personas. Por ello, en esta novela nos habla desde cinco puntos de vista diferentes y con cinco formas de expresión distintas, para mostrarnos un personaje complejo conformado de fragmentos lingüísticos y culturales muy diferentes.
Palabras, palabras saltarinas, palabras de colores, palabras lágrima, palabras oceánicas, palabras silencio, volanderas, cansadas, redondas, renacidas, resistentes, palabras sin huecos, sonoras, alegres, extravagantes, sensuales, transparentes, palabras mágicas, palabras rotas, palabras agua…
Todas ellas y cualesquiera imaginables son las que con arte magistral pone a danzar Andrés Neuman al son de una coreografía en la que el ritmo nos lleva más allá del entendimiento, más allá de la comprensión, más allá de lo racional; a una región en donde reina la intuición, la percepción, la sensación; una región de brumas más que de nítidos contornos; un lugar en el que la sonrisa tiene más valor que la risa y el presentimiento más que la explicación; un espacio en el que la certidumbre no es evidencia y el dolor es sístole contenida; un lugar donde al fin y, tras un largo y agitado viaje, las palabras encuentran el sitio para el que fueron puestas en movimiento: ese etéreo espacio donde se agitan las emociones. Así es la literatura de Andrés Neuman.
El autor de esta novela es firme defensor de que el lenguaje conforma el pensamiento y éste la identidad, así como mantiene que la cultura, que tiene como vehículo fundamental la lengua, tiene mucho que ver en lo que somos las personas. Por ello, en esta novela nos habla desde cinco puntos de vista diferentes y con cinco formas de expresión distintas, para mostrarnos un personaje complejo conformado de fragmentos lingüísticos y culturales muy diferentes.
De esta manera diversa nos va
acercando al protagonista, el señor Watanabe, un japonés superviviente de la
bomba de Hiroshima. Nos lo va descubriendo poco a poco, a través de las
confidencias en primera persona de cuatro mujeres que, en cuatro países
diferentes, rememoran aspectos importantes de la vida que compartieron con él.
Quien las escucha es un periodista argentino tartamudo -siempre la importancia
de los símbolos- empeñado en conocer cómo se recuerdan -más bien cómo y por qué
se olvidan o se ocultan- los desastres nucleares con el paso de los años, y las
consecuencias de ello en las personas supervivientes y en los países.
La quinta
voz, la del narrador, se intercala con apariencia de objetividad y nos sumerge
en la enorme problemática de los desastres nucleares y sus consecuencias que
van mucho más allá de las fronteras. En cuanto al protagonista, siempre en
búsqueda de sí mismo, ese narrador omnisciente añade algunos detalles que lo
completan. Esta visión poliédrica de un personaje complejo nos lleva a la
reflexión -una vez más- de la dificultad de formarnos una opinión con una sola
versión. En el caso del protagonista, evoluciona a medida que aprende las
nuevas lenguas de los países en los que va viviendo y a medida que va
adaptándose a unas culturas tan diferentes a la suya: Francia, Estados Unidos,
Argentina, España. El paso de la vida va haciendo también su labor y así se va conformando
un adulto que llegado a la edad de la jubilación -en palabras puestas en boca del
protagonista por el autor- pierde opiniones y gana ideas.
Estupenda novela en la que hay de
todo: periodismo de investigación, ficción, ensayo, poesía, humor y siempre,
verdad y compromiso. Si la diversidad de temas y perspectivas que aborda el
autor es amplia pues los espacios y el tiempo escenarios de la acción también lo
son -desde el desastre de Hiroshima y Nagasaki en 1945 hasta el de Fukushima en
2011-, no son menos los recursos literarios que utiliza para llegar a amalgamarlos
con coherencia. Lo hace a la manera de su admirada técnica de restauración kintsug,
con polvo de oro que une los
fragmentos rotos, lo que en España hacían de manera más rústica con grapas los
lañadores. En este caso los fragmentos son los distintos yoes del
protagonista: el niño, el joven, el adulto y el mayor. El conjunto queda enmarcado
con unos capítulos inicial y final magníficos en donde la agilidad y la
originalidad de Andrés Neuman llegan al máximo creando un ritmo sugerente y
trepidante al que nos abandonamos.
Andrés Neuman (Salvador Salas)
Ser espectadora
directa de esa suave y amable cortesía que Andrés Neuman prodiga y que envuelve en afabilidad y elocuencia
a quien le entrevista; escucharle sus propios versos que recorren las cicatrices
del alma grabadas en cada centímetro de la anatomía sensible de su reciente
libro; sentirse cómplice y receptora de su franca sonrisa y dejarse llevar al
son de sus imposibles giros lingüísticos -si no es para un argentino que ejerce
de tal-, es ponerse en la mejor predisposición para gozar de su arte jugando
con las palabras cual prestidigitador que utiliza todos los trucos posibles
para sacar de la chistera tanto y tan bueno.
Andrés Neuman
Publicado por Paloma Martínez.
Me identifico con muchas de las opiniones, pero fundamentalmente con una de ellas, que nos hace sentir que con la jubilación, perdemos opiniones y ganamos ideas.
ResponderEliminarGracias por hacer tangible con palabras el pensamiento individual.