Baltasar del Alcázar (retrato de Francisco Pacheco)
Baltasar del Alcázar (Sevilla,1530-1606) fué un poeta sevillano del siglo de oro. Hijo de un juez, se alistó como soldado en las galeras del rey y estuvo algún tiempo prisionero de los franceses. Sirvió en el Castillo de Jaén, fué administrador del conde de Gelves, llego a ser duque de Alcalá y, amante de la buena mesa, murió en Ronda, de gota.
No publicó ningún poema en vida y los que nos han llegado proceden de un manuscrito del pintor Francico Pacheco que, además de pintar su retrato, recopiló sus versos. Escribió sonetos de mérito, composiciones satíricas y otras llenas de sntido del humor cono la que hoy traemos aquí, el famoso y divertido poema titulado La cena que algunos tuvieron que aprenderse de memoria en el colegio.
La cena
En
Jaén, donde resido,
vive
don Lope de Sosa
y
diréte, Inés, la cosa
más
brava de él que has oído.
Tenía
este caballero
un
criado portugués…
Pero
cenemos, Inés
si
te parece primero.
La
mesa tenemos puesta,
lo
que se ha de cenar junto,
las
tazas del vino a punto:
falta
comenzar la fiesta.
Comience
el vinillo nuevo
y
échole la bendición;
yo
tengo por devoción
de
santiguar lo que bebo.
Franco,
fue, Inés, este toque,
pero
arrójame la bota;
vale
un florín cada gota
de
aqueste vinillo aloque.
¿De
qué taberna se trajo?
Mas
ya…, de la del Castillo
diez
y seis vale el cuartillo,
no
tiene vino más bajo.
Por
nuestro Señor, que es mina
la
taberna de Alcocer;
grande
consuelo es tener
la
taberna por vecina.
Si
es o no invención moderna,
vive
Dios que no lo sé,
pero
delicada fue
la
invención de la taberna.
Porque
allí llego sediento,
pido
vino de lo nuevo,
mídenlo,
dánmelo, bebo,
págolo
y voyme contento.
Esto,
Inés, ello se alaba,
no
es menester alaballo;
sólo
una falta le hallo
que
con la priesa se acaba.
La
ensalada y salpicón
hizo
fin: ¿qué viene ahora?
La
morcilla, ¡oh gran señora,
digna
de veneración!
¡Qué
oronda viene y qué bella!
¡Qué
través y enjundia tiene!
Paréceme,
Inés, que viene
para
que demos en ella.
Pues,
sus, encójase y entre
que
es algo estrecho el camino.
No
eches agua, Inés, al vino,
no
se escandalice el vientre.
Echa
de lo tras añejo,
porque
con más gusto comas,
Dios
te guarde, que así tomas,
como
sabia mi consejo.
Mas
di, ¿no adoras y aprecias
la
morcilla ilustre y rica?
¡Cómo
la traidora pica;
tal
debe tener de especias!
¡Qué
llena está de piñones!
Morcilla
de cortesanos,
y
asada por esas manos
hechas
a cebar lechones.
El
corazón me revienta
de
placer; no sé de ti.
¿Cómo
te va? Yo, por mí,
sospecho
que estás contenta.
Alegre
estoy, vive Dios:
mas
oye un punto sutil:
¿no
pusiste allí un candil?
¿Cómo
me parecen dos?
Pero
son preguntas viles;
ya
sé lo que puede ser:
con
este negro beber
se
acrecientan los candiles.
Probemos
lo del pichel,
alto
licor celestial;
no
es el aloquillo tal,
no
tiene que ver con él.
¡Qué
suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué
rancio gusto y olor!
¡Qué
paladar! ¡Qué color!
¡Todo
con tanta fineza!
Mas
el queso sale a plaza
la
moradilla va entrando,
y
ambos vienen preguntando
por
el pichel y la taza.
Prueba
el queso, que es extremo,
el
de Pinto no le iguala;
pues
la aceituna no es mala
bien
puedes bogar su remo.
Haz,
pues, Inés, lo que sueles,
daca
de la bota llena
seis
tragos; hecha es la cena,
levántese
los manteles.
Ya
que, Inés, hemos cenado
tan
bien y con tanto gusto,
parece
que será justo
volver
al cuento pasado.
Pues
sabrás, Inés hermana,
que
el portugués cayó enfermo…
Las
once dan, yo me duermo;
quédese
para mañana.
Tampoco están nada mal estos versos a Inés y sus dotes culinarias y el siguiente soneto.
Preso de amores
Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso.
Esta Inés amante es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.
Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.
Fue de Inés la primer palma,
pero ya júzgase mal
entre todos ellos cuál
tiene más parte en mi alma.
En gusto, medida y peso
no le hallo distinción,
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.
Alega Inés su beldad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y berenjena
la española antigüedad.
Y está tan fiel en el peso
que juzgado sin pasión
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.
A lo menos este trato
de estos mis nuevos amores,
hará que Inés sus favores,
me los venda más barato.
Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.
La mujer celosa
Ningún hombre se llame desdichado
aunque le siga el hado ejecutivo,
supuesto que en Argel viva cautivo,
o al remo en las galeras condenado.
Ni el propio loco por furioso atado,
ni el que perdido llora estado altivo,
ni el que a deshonra trujo el tiempo esquivo,
o la necesidad a humilde estado.
Sufrir cualquiera pena es fácil cosa,
que ninguna atormenta tan de veras
que no la venza el sufrimiento un tanto.
Mas el que tiene la mujer celosa,
ese tiene desdicha, Argel, galeras,
locura, perdición, deshonra y llanto.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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