Título: Berlin Alexanderplatz Autor: Alfred Döblin
Páginas: 520 pág.
Editorial: Cátedra
Precio: 21,95 euros
Año de edición: 2003
«Berlin Alexanderplatz» es una de las grandes novelas del siglo XX. Publicada en 1929, supuso un cambio radical en la narrativa alemana, que se volvió laberíntica y fragmentaria. En sus páginas existe no obstante un hilo conductor: el expresidiario Franz Biberkopf y su descenso a los abismos. Alfred Döblin envuelve a sus personajes en una telaraña indescifrable. El aliento urbano está formado por sonidos, voces, rumores, imágenes, monólogos interiores y anuncios publicitarios. Un rompecabezas que se fracciona en miles de celdillas, para instantáneamente volver a reconstruirse. La ciudad adquiere un protagonismo colectivo. Su carácter es opresivo, deshumanizado: la jungla de asfalto. Las vidas corrientes se anegan irremisiblemente en este infierno futurista. Así pues, «Berlin Alexanderplatz» entra de lleno en la narrativa urbana de vanguardia. Es el ejemplo de «Manhattan Transfer» (1925) de John Dos Passos o, posteriormente, de «La colmena» (1951) de Camilo José Cela. Al fondo, por supuesto, el «Ulises» (1922) de Joyce.
Franz Biberkopf ha estado cuatro años en prisión por homicidio. Es un tipo vulgar. Trabajó de peón. Lo ponen en libertad. Biberkopf ve desfilar en vertiginosa sucesión las imágenes abrumadoras de Berlín. No solo es un observador. Su vida será cinematográfica, acelerada y fatal. En la amenazante capital alemana la existencia brota como la tímida vegetación entre las losas de un patio: gentes pobres, casas inhóspitas, frío, toses. Biberkopf busca su sitio. No lo encuentra. Se frustran sus buenas intenciones. El pasado de alcohol y muerte quiere volver. Los recuerdos carcelarios de Biberkopf se alternan con un presente alienado. La ciudad es otra prisión. Las esperanzas se marchitan y caen una tras otra como hojas secas. Un determinismo ciego empuja a nuestro hombre hacia la perdición. Acabará siendo un delincuente y un chulo.
Corren los últimos años de la década de los veinte. Agoniza la República de Weimar. Se acerca la crisis económica. La situación política es complicada. Las tensiones sociales desgarran Berlín. Nazis y comunistas se pelean en las calles. Las clases dominantes son contempladas con sarcasmo. El desaliento impregna las conversaciones. Los políticos democráticos son despreciados. Cunde la demagogia. El diluvio se acerca. Döblin (médico de profesión) lo anticipa en una detallada autopsia literaria: abre en canal a la enferma sociedad berlinesa; nos muestra el avance imparable de su desintegración, que es la de Alemania; no existe remedio conocido contra el mal. Franz Biberkopf se pierde. Quiere pertenecer a algo, aunque sea a una banda de criminales. A partir de una peripecia desafortunada, se pronostica el suicidio colectivo.
Cualquier lector de esta gran novela reconocerá sus escenarios si ha visto el clásico de Fritz Lang «M, el vampiro de Düsseldorf» (1931). Una ciudad gris y sórdida. Los bajos fondos. Tabernas oscuras en donde se esconde una fauna variopinta envuelta en humo. Mendigos que arrastran sus miserias por lóbregos callejones. Veteranos de guerra con el cuerpo mutilado, el alma muerta y en las entrañas, un deseo de revancha. Vendedores callejeros de diversas porquerías. Prostitución. Redadas policiales. Crímenes de un macabro sin igual. Humor negrísimo. Mataderos en donde las bestias agonizantes lamen su propia sangre. Comidas repugnantes. Cerveza, mucha cerveza. Apartamentos sucios, desolados patios de vecindad que parecen patios de cárcel y vecinos siniestros de aire expresionista. Una sensación general de rabia contenida que nadie sabe por dónde reventará. Mucha tristeza.
Berlín es la ciudad. Döblin aplica su mirada omnisciente sobre el desventurado Biberkopf, quien se mueve entre proscritos. A su alrededor, indiferente, bulle la gigantesca metrópolis de cuatro millones de habitantes. La novela está saturada de onomatopeyas y ruidos. El zumbido incesante de la vida. Obras en las calles. Chirrían los tranvías que se pierden en la vorágine. Los autos hacen sonar sus cláxones. Con un estruendo infernal culebrean los trenes elevados. La multitud indiferenciada emite un murmullo sordo mientras pasa. Va a cualquier sitio, apresurada. La ciudad lo arrolla todo. Una fuerza rugiente. Un río desbordado. En la anónima sociedad de masas únicamente sobreviven aquellos que se mimetizan perdiendo su perfil individual. El asfalto devora a los hombres. Biberkopf es un marginado deseoso de redimirse. No tiene suerte. Pronto llegará 1933 y la salvación colectiva: la multitud será a partir de entonces una comunidad totalitaria organizada desde arriba.
En conclusión: «Berlin Alexanderplatz» es el caleidoscopio extraordinario de una sociedad disgregada cercana a la barbarie. Una novela intensa que transmite el fragor anonadante de la sociedad urbana. Dentro del remolino: la crónica negra de un infeliz, uno de tantos. En 1927, Walter Ruttmann estrenó su película «Berlín: sinfonía de una ciudad». Un clásico digno de verse. Esa es la ciudad que inspiró a Döblin. Les recomiendo sesión doble: lectura y película. Además, hay tres adaptaciones al cine de esta novela. La primera es de 1931, la segunda de Fassbinder, de 1980 y la última, de 2020.
Alfred Döblin (1878-1957), novelista, ensayista y médico alemán, nació en Pomerania, en una familia de judíos asimilados. Sufrió el antisemitismo. Liberal, enemigo de la autoritaria y represiva sociedad alemana de su tiempo, Döblin estudió medicina, y se especializó en neurología y psiquiatría. Se empezó a relacionar con la rica comunidad literaria y artística alemana. Conoció a los expresionistas. Se casó. Le llegaron los hijos. Sus primeros escritos fueron acogidos con mediano éxito. Luchó en la Primera Guerra Mundial. Ejerció su carrera de médico.
«Berlin Alexanderplatz» (1929) convirtió a Döblin es uno de los grandes escritores alemanes, admirado por su amigo Thomas Mann. Se exilió en 1933. Acabó recalando en 1940 en los EE. UU.. Allí colaboró con otros artistas alemanes exiliados en labores de propaganda antinazi. Regresó a Alemania en 1945 y participó activamente en la reconstrucción cultural de su país. Al final de su vida se convirtió al catolicismo: falleció en 1957.
Publicado por Alberto.
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