viernes, 25 de noviembre de 2022

El alma de los verdugos - Baltasar Garzón y Vicente Romero

 

Título: El alma de los verdugos                                                                                     Autores: Baltasar Garzón y Vicente Romero

Páginas: 680 pág.

Editorial: RBA

Precio: 8,39 euros

Año de edición: 2008

«El alma de los verdugos» se acerca a unos criminales irredentos. Es dudoso que tuvieran alma. Sin embargo, estos desalmados eran personas normales. Querían a su familia, se preocupaban por los amigos, celebraban las fiestas de rigor y lloraban si se les moría el gato. En traje de faena, mataban. Nos estamos refiriendo a los terroristas estatales argentinos de los años 70. Este libro es un compendio de entrevistas a víctimas y verdugos (aunque estos últimos generalmente prefieren mantener la boca cerrada). Sus autores son el juez Baltasar Garzón y el periodista Vicente Romero. Existe además un interesante documental con el mismo título del libro. 

Para entender este drama hay que remontarse a finales de la década de los 60, cuando muchos jóvenes argentinos creían en la violencia para conseguir una sociedad teóricamente más justa. Aparecieron una veintena de grupos que practicaban la lucha armada: terrorismo urbano y guerrilla rural. Los más importantes fueron los Montoneros, peronistas de extrema izquierda, si eso es posible, y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), marxista-leninista-trotskista. Estaban influidos por la revolución cubana e inspirados por el mítico Ernesto Che Guevara. Asesinaron a centenares de personas en nombre de la revolución socialista (o revoluciones, porque entre ellos mantenían interminables querellas). Nunca pudieron tomar el poder. Su voluntarismo ciego desataría una contrarrevolución feroz.

Desde los años 50, militares argentinos se habían formado en la Doctrina de la Seguridad Nacional enseñada por los EE. UU. en la infame Escuela de las Américas: guerra fría, guerra psicológica, contrainsurgencia, torturas. El objetivo era frenar la expansión comunista. A esta (mala) educación se sumó la influencia de la guerra sucia francesa en Argelia. En el orden religioso, los centuriones argentinos eran integristas católicos.

El resultado fue la cristalización del alma de los verdugos. Su dogma era que un insidioso enemigo interior amenazaba la civilización occidental y cristiana: el subversivo. Contra el subversivo no cabe la recta aplicación de la ley administrada por tribunales ordinarios. No: debe hacérsele desaparecer literalmente de la sociedad mediante una operación expeditiva de limpieza política. La salud nacional exige su exterminio. Sin piedad. Sin ley.  

En 1976, los militares argentinos alcanzaron el poder mediante un golpe de Estado (desde 1930, el ejército era el árbitro de la política argentina). La represión fue inmediata. Pero antes, durante los caóticos gobiernos peronistas, centenares de personas ya habían desaparecido sin dejar ni rastro. A la violencia «subversiva» de las organizaciones guerrilleras se respondió con un terror clandestino e indiscriminado al margen de la legalidad. Era un terrorismo parapolicial, vinculado al Estado, pero nunca reconocido por este. El peor escuadrón de la muerte fue la temible Triple A fundada en 1973 por José López Rega, que era astrólogo, ministro de bienestar social y secretario de Perón

En 1975, varios decretos extendieron la jurisdicción castrense a todo el territorio nacional argentino para combatir el «accionar subversivo». Así pues, los militares perfeccionaron un terrorismo estatal que ya existía. Entre 1976 y 1979 es posible que desaparecieran 30.000 argentinos. Se discuten las cifras, no los hechos.  

Las víctimas que sobrevivieron a este infierno cuentan sus abrumadoras experiencias. En general, eran jóvenes. Militantes, idealistas, algunos violentos, pacíficos la mayoría. Había estudiantes, profesores, guerrilleros, intelectuales, obreros, escritores, sindicalistas, psicólogos, políticos o artistas. Una generación apasionada fue segada en verde. Para sus verdugos eran la «antipatria» y debían desaparecer de la faz de la tierra. 

El patrón genocida se repitió miles de veces: secuestro nocturno, traslado a campos clandestinos de internamiento y tortura, mucha tortura. Las víctimas se esfumaron en un vacío legal que era la muerte. Centenares de niños fueron robados después de asesinar a sus padres. Un ambiente sordo de terror se extendió por Argentina. Se sospechaba lo que pasaba, pero nadie reaccionaba. Hasta que unas pocas mujeres valientes exigieron al gobierno militar saber dónde estaban sus hijos. Así nacieron las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. Su combate pacífico por la verdad hizo un daño incalculable a los verdugos. 

Ciertos verdugos intentan justificarse. Hablan de una guerra contra el comunismo internacional. En una guerra siempre hay muertos, heridos y desaparecidos. Los guerrilleros declararon la guerra al Estado y este tenía la obligación de responder. No hubo tantos muertos como se denuncia sino "solo» 7000. Admiten ciertos lamentables excesos inevitables en una guerra sucia. No tienen nada de lo que arrepentirse porque salvaron a su país de la subversión. Misión cumplida. Escandalizados, tampoco entienden que se les juzgue por cumplir con su deber. Cuánta ingratitud y revanchismo con unos valientes luchadores por la patria. 

Los verdugos son devotos católicos. El flaco general Jorge Rafael Videla acudía a misa diaria (en la milicia le apodaban la pantera rosa por sus andares desgarbados). Un día que estaba inspirado, Videla afirmó lo siguiente: morirán todos los argentinos que sean necesarios. Amén. Desde luego, el alma negra de los verdugos huele a chamusquina inquisitorial. 

Este libro es esencial para entender cómo un ejército moderno se transformó en un entramado criminal dedicado al secuestro, el robo, la tortura y el asesinato con la justificación de combatir el terrorismo. Sin duda, los peores terroristas fueron los militares. Décadas de adoctrinamiento en teorías paranoicas de guerra total contra un enemigo demoníaco y mimetizado en la sociedad les llevó a cometer los peores crímenes. La crueldad ciega de estos inquisidores era en algunos casos simple sadismo propio de chiflados. 

Pero los verdugos en su gran mayoría no estaban locos. Eran criminales que obedecían tranquila y metódicamente las órdenes recibidas. Aplicaron a rajatabla lo aprendido durante años. Su alma era burocrática, tortuosa y cínica. Los eslóganes servían para justificar las atrocidades. Fuera de la sala de torturas llevaban una vida corriente. Muchas de sus víctimas no eran violentas (aunque lo fueran: la ley está precisamente para aplicarse a los violentos). En cualquier caso, estaban indefensas. De hecho, el subversivo podía ser cualquier argentino de ideas vagamente izquierdistas. 

Lean este libro apasionante y saquen sus propias conclusiones sobre la insondable maldad humana.  

Alberto Garzón y Vicente Romero

Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 1955) es un exjuez de la Audiencia Nacional, obstinado perseguidor del delito y un defensor infatigable de la justicia internacional. En 2012 fue expulsado de la carrera judicial por prevaricación. Desde entonces, se dedica al activismo, la abogacía y la política. Ha escrito varios libros. Hombre comprometido con la izquierda, tiene tantos defensores como detractores. 

Vicente Romero (Madrid, 1947) es un veterano periodista madrileño, que ha trabajado como corresponsal de guerra en medio mundo. Comenzó su carrera en el diario «Pueblo» para luego pasar a TVE. Conferenciante y novelista, es un gran experto en cine mudo. Ha recibido numerosos premios por su larga trayectoria como informador.

Publicado por Alberto.

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