Título: El alma de los verdugos Autores: Baltasar Garzón y Vicente Romero
Páginas: 680 pág.
Editorial: RBA
Precio: 8,39 euros
Año de edición: 2008
«El alma de los verdugos» se acerca a unos criminales irredentos. Es
dudoso que tuvieran alma. Sin embargo, estos desalmados eran personas
normales. Querían a su familia, se preocupaban por los amigos,
celebraban las fiestas de rigor y lloraban si se les moría el gato. En
traje de faena, mataban. Nos estamos refiriendo a los terroristas
estatales argentinos de los años 70. Este libro es un
compendio de entrevistas a víctimas y verdugos (aunque estos últimos
generalmente prefieren mantener la boca cerrada). Sus autores son el
juez Baltasar Garzón y el periodista Vicente Romero. Existe además un
interesante documental con el mismo título del libro.
Para
entender este drama hay que remontarse a finales de la década de los
60, cuando muchos jóvenes argentinos creían en la violencia para
conseguir una sociedad teóricamente más justa. Aparecieron una veintena
de grupos que practicaban la lucha armada: terrorismo urbano y guerrilla
rural. Los más importantes fueron los Montoneros, peronistas de extrema
izquierda, si eso es posible, y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), marxista-leninista-trotskista.
Estaban influidos por la revolución cubana e inspirados por el mítico
Ernesto Che Guevara. Asesinaron a centenares de personas en nombre de la
revolución socialista (o revoluciones, porque entre ellos mantenían
interminables querellas). Nunca pudieron tomar el poder. Su voluntarismo
ciego desataría una contrarrevolución feroz.
Desde
los años 50, militares argentinos se habían formado en la Doctrina de
la Seguridad Nacional enseñada por los EE. UU. en la infame Escuela de las Américas: guerra fría, guerra psicológica, contrainsurgencia, torturas.
El objetivo era frenar la expansión comunista. A esta (mala) educación
se sumó la influencia de la guerra sucia francesa en Argelia. En el
orden religioso, los centuriones argentinos eran integristas católicos.
El
resultado fue la cristalización del alma de los verdugos. Su dogma era
que un insidioso enemigo interior amenazaba la civilización occidental y
cristiana: el subversivo. Contra el subversivo no cabe la recta
aplicación de la ley administrada por tribunales ordinarios. No: debe
hacérsele desaparecer literalmente de la sociedad mediante una
operación expeditiva de limpieza política. La salud nacional exige su
exterminio. Sin piedad. Sin ley.
En
1976, los militares argentinos alcanzaron el poder mediante un golpe de Estado
(desde 1930, el ejército era el árbitro de la política argentina). La
represión fue inmediata. Pero antes, durante los caóticos gobiernos
peronistas, centenares de personas ya habían desaparecido sin dejar ni
rastro. A la violencia «subversiva» de las organizaciones guerrilleras
se respondió con un terror clandestino e indiscriminado al margen de la
legalidad. Era un terrorismo parapolicial, vinculado al Estado, pero
nunca reconocido por este. El peor escuadrón de la muerte fue la temible
Triple A fundada en 1973 por José López Rega, que era astrólogo,
ministro de bienestar social y secretario de Perón.
En
1975, varios decretos extendieron la jurisdicción castrense a todo el
territorio nacional argentino para combatir el «accionar subversivo». Así pues, los militares perfeccionaron un terrorismo estatal que ya
existía. Entre 1976 y 1979 es posible que desaparecieran 30.000
argentinos. Se discuten las cifras, no los hechos.
Las
víctimas que sobrevivieron a este infierno cuentan sus abrumadoras
experiencias. En general, eran jóvenes. Militantes, idealistas, algunos
violentos, pacíficos la mayoría. Había estudiantes, profesores,
guerrilleros, intelectuales, obreros, escritores, sindicalistas,
psicólogos, políticos o artistas. Una generación apasionada fue segada
en verde. Para sus verdugos eran la «antipatria» y debían desaparecer de
la faz de la tierra.
El
patrón genocida se repitió miles de veces: secuestro nocturno, traslado
a campos clandestinos de internamiento y tortura, mucha tortura. Las
víctimas se esfumaron en un vacío legal que era la muerte. Centenares de
niños fueron robados después de asesinar a sus padres. Un ambiente
sordo de terror se extendió por Argentina. Se sospechaba lo que pasaba,
pero nadie reaccionaba. Hasta que unas pocas mujeres valientes exigieron
al gobierno militar saber dónde estaban sus hijos. Así nacieron las
Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. Su combate pacífico por la verdad
hizo un daño incalculable a los verdugos.
Ciertos verdugos
intentan justificarse. Hablan de una guerra contra el comunismo
internacional. En una guerra siempre hay muertos, heridos y
desaparecidos. Los guerrilleros declararon la guerra al Estado y este
tenía la obligación de responder. No hubo tantos muertos como se
denuncia sino "solo» 7000. Admiten ciertos lamentables excesos
inevitables en una guerra sucia. No tienen nada de lo que arrepentirse
porque salvaron a su país de la subversión. Misión cumplida.
Escandalizados, tampoco entienden que se les juzgue por cumplir con su
deber. Cuánta ingratitud y revanchismo con unos valientes luchadores por
la patria.
Los verdugos
son devotos católicos. El flaco general Jorge Rafael Videla acudía a
misa diaria (en la milicia le apodaban la pantera rosa por sus andares
desgarbados). Un día que estaba inspirado, Videla afirmó lo siguiente:
morirán todos los argentinos que sean necesarios. Amén. Desde luego, el
alma negra de los verdugos huele a chamusquina inquisitorial.
Este
libro es esencial para entender cómo un ejército moderno se transformó
en un entramado criminal dedicado al secuestro, el robo, la tortura y el
asesinato con la justificación de combatir el terrorismo. Sin duda, los
peores terroristas fueron los militares. Décadas de adoctrinamiento en
teorías paranoicas de guerra total contra un enemigo demoníaco y
mimetizado en la sociedad les llevó a cometer los peores crímenes. La
crueldad ciega de estos inquisidores era en algunos casos simple sadismo
propio de chiflados.
Pero
los verdugos en su gran mayoría no estaban locos. Eran criminales que
obedecían tranquila y metódicamente las órdenes recibidas. Aplicaron a
rajatabla lo aprendido durante años. Su alma era burocrática, tortuosa y
cínica. Los eslóganes servían para justificar las atrocidades. Fuera de
la sala de torturas llevaban una vida corriente. Muchas de sus víctimas
no eran violentas (aunque lo fueran: la ley está precisamente para
aplicarse a los violentos). En cualquier caso, estaban indefensas. De
hecho, el subversivo podía ser cualquier argentino de ideas vagamente
izquierdistas.
Lean este libro apasionante y saquen sus propias conclusiones sobre la insondable maldad humana.
Alberto Garzón y Vicente Romero
Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 1955) es un exjuez de la Audiencia Nacional, obstinado perseguidor del delito y
un defensor infatigable de la justicia internacional. En 2012 fue expulsado de
la carrera judicial por prevaricación. Desde entonces, se dedica al activismo,
la abogacía y la política. Ha escrito varios libros. Hombre comprometido con la
izquierda, tiene tantos defensores como detractores.
Vicente Romero (Madrid, 1947) es un veterano periodista madrileño, que ha trabajado como corresponsal
de guerra en medio mundo. Comenzó su carrera en el diario «Pueblo» para luego
pasar a TVE. Conferenciante y novelista, es un gran experto en cine mudo. Ha
recibido numerosos premios por su larga trayectoria como informador.
Publicado por Alberto.
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