Título: La muerte de una dama
Autor: LLorenç de Villalonga
Páginas: 160
Editorial: Veintisiete letras
Autor: LLorenç de Villalonga
Páginas: 160
Editorial: Veintisiete letras
Precio: 15 euros
Año de edición: 2008
Publicada en catalán en 1931, esta novela desencadenó un gran escándalo en la sociedad mallorquina de la época, que se vió retratada sin contemplaciones, con demasiada fidelidad y crudeza, con todos su vicios y miserias, que eran muchos, al descubierto. Y lo malo es que Villalonga lo hacía con un estilo inmejorable, con aroma de obra maestra y una elegancia literaria indiscutible.
El primer texto lo redactó a los veinte años, no sabemos si luego lo reescribió, probablemente lo corrigió al menos, pero la novela sorprende por su madurez, su exquisito acabado y la ambición de su planteamiento: presentar a un personaje con una fuerza y personalidad comparables a una Emma Bovary o una Ana Ozores: Doña Obdulia Montcada, dama de gran fortuna, mucho carácter y gran belleza marchita, primera dama de la alta burguesía de la isla, descendiente de piratas, comerciantes, barones y beatos.
Una novela opulenta y suntuosa, sobre los vicios y defectos (virtudes tenía pocas) de la alta y señorial clase más rica de la isla, con pasado de pies de barro y muchas tierras, que miraba por encima del hombro al resto de la humanidad, especialmente a los pianistas extranjeros que recalaban en la isla y a la muchedumbre de turistas que ya se empezaban a dejar ver en sus playas.
Doña Obdulia se muere en su lujosa cama de dosel, mientras recuerda su belleza, olvida su avaricia y planea el entierro más grandioso que nunca se haya visto en Mallorca, que tiene que ser superior incluso al de su hace años fallecido marido. Por supuesto, mientras tanto, en las salas de la mansión las visitas familiares cuchichean sobre el testamento, que no dejará a nadie indiferente y estalla al final con una sorpresa inesperada.
Un novelita estupenda, que nos recuerda otra época, otras costumbres y que, como dijo Talleyrand, «Quien no ha vivido en Francia antes de la revolución, no tiene verdadera idea de lo que es la dulzura de vivir».
Yo la he leído en la edición de bolsillo de la inefable editorial Bruguera, tristemente desaparecida, que publicaba en su colección Libro amigo títulos muy baratos y a la vez muy agradables para los sentidos. Éste volumen apareció en 1981 al precio de 200 pesetas.
Año de edición: 2008
Publicada en catalán en 1931, esta novela desencadenó un gran escándalo en la sociedad mallorquina de la época, que se vió retratada sin contemplaciones, con demasiada fidelidad y crudeza, con todos su vicios y miserias, que eran muchos, al descubierto. Y lo malo es que Villalonga lo hacía con un estilo inmejorable, con aroma de obra maestra y una elegancia literaria indiscutible.
El primer texto lo redactó a los veinte años, no sabemos si luego lo reescribió, probablemente lo corrigió al menos, pero la novela sorprende por su madurez, su exquisito acabado y la ambición de su planteamiento: presentar a un personaje con una fuerza y personalidad comparables a una Emma Bovary o una Ana Ozores: Doña Obdulia Montcada, dama de gran fortuna, mucho carácter y gran belleza marchita, primera dama de la alta burguesía de la isla, descendiente de piratas, comerciantes, barones y beatos.
Una novela opulenta y suntuosa, sobre los vicios y defectos (virtudes tenía pocas) de la alta y señorial clase más rica de la isla, con pasado de pies de barro y muchas tierras, que miraba por encima del hombro al resto de la humanidad, especialmente a los pianistas extranjeros que recalaban en la isla y a la muchedumbre de turistas que ya se empezaban a dejar ver en sus playas.
Doña Obdulia se muere en su lujosa cama de dosel, mientras recuerda su belleza, olvida su avaricia y planea el entierro más grandioso que nunca se haya visto en Mallorca, que tiene que ser superior incluso al de su hace años fallecido marido. Por supuesto, mientras tanto, en las salas de la mansión las visitas familiares cuchichean sobre el testamento, que no dejará a nadie indiferente y estalla al final con una sorpresa inesperada.
Un novelita estupenda, que nos recuerda otra época, otras costumbres y que, como dijo Talleyrand, «Quien no ha vivido en Francia antes de la revolución, no tiene verdadera idea de lo que es la dulzura de vivir».
Yo la he leído en la edición de bolsillo de la inefable editorial Bruguera, tristemente desaparecida, que publicaba en su colección Libro amigo títulos muy baratos y a la vez muy agradables para los sentidos. Éste volumen apareció en 1981 al precio de 200 pesetas.
Una novela morrocotuda y suculenta, de gran calidad, con mucha clase, que describe la sociedad mallorquina de principios del siglo XX, una rareza sociológico-arqueológica cuyos vestigios todavía sobreviven en algunas casas de imponentes muros y persianas cerradas. Una pequeña obra maestra eclipsada por otra todavía mejor, «Bearn o la sala de muñecas», escrita por Villalonga 25 años después.
Hay otra novela por escribir sobre esa sociedad en este siglo y cómo se ha transformado aparentemente para que nada cambie en el fondo, pero para escribirla como Dios manda tendría que nacer otro Lorenzo Villalonga y eso ¡ay! es imposible.
Llorenç Villalonga (Palma de Mallorca, 1897-1980) o Lorenzo Villalonga, hermano del también escritor Miguel VIllalonga,
escribía en español y catalán, indistintamente, y es uno de los autores
más importantes en lengua catalana del siglo XX.Hijo de militar, fué
medico, psiquiatra, falangista, admirador de Proust, afrancesado moderno y escritor anticatalanista hasta los años 50, cuando comenzó a escribir novelas en catalán.
Comenzó su carrera literaria en 1919 publicando artículos excelentes en periódicos como «El Día». Dio numerosas charlas en la radio y fundó la revista literaria «Brisas». Con «Bearn», su obra maestra, publicada en español, intentó ganar el Premio Nadal y el Ciudad de Barcelona, pero eran los años del realismo social, los años de «El Jarama», y no lo consiguió. Sin embargo, ganó el Premio de la Crítica en 1963 después de reescribirla en catalán.
Lorenzo Villalonga
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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