viernes, 2 de junio de 2023

¡Exterminador! - William S. Burroughs

 

Título: ¡Exterminador!                                                                                                        Autor: William S. Burroughs   

Páginas: 144 pág.

Editorial:
Libros Crudos

Precio: 15 euros

Año de edición: 2014

William S. Burroughs no es lo que se dice un escritor corriente. El autor de «El almuerzo desnudo» (1959) fue uno de los artistas norteamericanos más renovadores de su generación. Pontífice de la Beat Generation, vivió al margen de la sociedad. Fue un trotamundos, alcohólico, drogadicto y homosexual. Siempre rechazó los valores conservadores norteamericanos como una forma de dependencia maligna. Su vida complicada se destiló en una literatura experimental heredera de las vanguardias: surrealismo, fragmentarismo narrativo, burla sarcástica de la corrección política del tiempo, sintaxis torturada (lo que abre camino a una nueva forma de expresión sincopada que se acerca a la poesía), argumentos no lineales, atracción por la sordidez como burla de la comodidad burguesa. Un universo alucinante que ha inspirado a creadores como el director de cine canadiense David Cronenberg

«Exterminador» (1973) es una colección de relatos breves que nos acerca a las obsesiones que Burroughs desarrolla en sus obras mayores. No son cuentos con un planteamiento, un nudo y un desenlace. Para un vanguardista, lo tradicional no existe porque se rechaza la norma dada de una vez y para siempre; el artista crea continuamente de acuerdo con su libérrima voluntad: solo obedece a ella. Estos cuentos parten de una base realista, por lo general autobiográfica, para acabar derivando hacia el surrealismo, con una fuerte carga de transgresión de las normas, sean estas literarias o morales.

Para Burroughs la existencia es un errar continuo amenazado por pesadillas. De hecho, muchos de sus relatos parecen la reelaboración literaria de sueños. En ellos aparece una gran obsesión por la literatura de ciencia ficción, los insectos, la prostitución, las drogas, las servidumbres del poder, la metamorfosis y el control. El cuento que da título al volumen es la extravagante historia de un aniquilador de insectos y otras sabandijas en una ciudad decadente: interiores sucios que albergan bichos repugnantes, personajes horripilantes, diálogos absurdos no carentes de humor. En otro perfecto cuento de horror de una sola página, el sonido de una trompeta marca la agonía de un escritor en crisis que intenta llegar a nado a una isla fantasmagórica. El sueño de la razón produce monstruos. No hay salvación.

El autor considera la vida ordinaria como el sueño/pesadilla de un loco manipulado por un poder siniestro escondido entre las sombras. Este poder lo personifican ciertos especialistas de sonrisa metálica. Médicos, funcionarios, agentes secretos o policías constituyen una sociedad del control que quiere eliminar cualquier comportamiento heterodoxo mediante terapias conductistas. La justificación es el bienestar colectivo. Entre las víctimas predilectas destacan personajes como el mismísimo William S. Burroughs. Así se trate de uniformes o batas blancas, representan el mal dentro de su ideario paranoico-crítico, por decirlo en términos dalinianos. El Gran Satán de Burroughs es el poder norteamericano, simbolizado por esas organizaciones que no obedecen a nadie, pero pretenden obligar a todos. Un poder tanto más peligroso cuanto más benefactor resulta en apariencia. 

Frente al poder, está el delirio individual. La libertad para Burroughs no conoce límites. En esas habitaciones negras, plagadas de insectos, la droga, la ebriedad y el homoerotismo impulsan la creación literaria. Es un ámbito libre por el que vagabundea la conciencia del escritor. Debe esforzarse en huir de los guardianes del poder porque su persecución alcanza el territorio de los sueños. Claro que la libertad creadora estimulada por las drogas lleva a la pesadilla. Pero es una pesadilla de alguna manera lúcida, en el sentido de que es personal y controlable hasta cierto punto. Lo contrario es la pesadilla colectiva impuesta por el poder abrumador de las corporaciones. La alienación. 

La libertad creadora permite la sátira feroz. En uno de sus mejores cuentos, la raza blanca aparece en un accidente nuclear hace 30.000 años. La blancura no es consecuencia de la pureza sino de la enfermedad. El morbo blanco se transmite de generación en generación, como el pecado. Con esta herencia atávica no es extraño que los autoproclamados defensores de la democracia arrasen Hiroshima. Hay más, mucho más. Los efebos homosexuales se convierten en hombres lobo. Un caballero inglés inventa una curiosa terapia del mínimo esfuerzo que consiste en pensar hasta el más pequeño movimiento para luego incorporarlo inconscientemente a la vida diaria. Es, claro, otra sibilina terapia de control. También está la represión cruda. Cuando el sheriff blanco empuña la pistola siente una especie de éxtasis sexual. Es el poder duro del imperio. 

Su estilo es semejante a un caleidoscopio. La libertad imaginativa conduce a la ruptura de las convenciones. Los cuentos se presentan como un collage. Pero no son indescifrables. El surrealismo de Burroughs no es hermético, sino jovial, dentro de su sordidez. Los diálogos intencionados son el remate de las imágenes diabólicas o paradisíacas que se derraman con la fuerza de una erupción volcánica. En ocasiones la fragmentación se lleva al extremo del puntillismo. Se pasa revista a los personajes con la unción de un entomólogo preocupado por los aspectos más nimios de las criaturas que investiga. Conclusión: un autor de lujo para lectores sin prejuicios. Debe al menos probarse, aunque no sea para todos los gustos. La literatura como riesgo y transgresión.

William S. Burroughs

William S. Burroughs (1914-1997) fue un escritor y artista norteamericano nacido en San Luis, Misuri. Su familia era burguesa y acomodada. Como otros hijos de la élite, William se graduó en Harvard en 1936. Pero la vida no le llevó por rutilantes despachos empresariales sino por caminos mucho más sórdidos. Era homosexual, drogadicto (heroinómano) y artista. Su primera novela, dura y directa, fue «Yonqui» (1953). El surrealismo, la sátira y la autodestrucción casi lo matan. En su caso la literatura fue peligrosa, casi fatal, algo que se refleja una y otra vez en sus libros. 

Formó parte de la Beat Generation, conjunto informal de escritores que rechazaban los valores americanos clásicos. Al parecer, fue amante del gran poeta Allen Ginsberg, el autor de «Aullido». Los beatniks eran tipos raros que elucubraban sus libros en siniestros locales penumbrosos de atmósfera densa y música de jazz mientras fumaban drogas. Pero Burroughs fue más que un beatnik. Su obra influiría decisivamente en la contracultura contemporánea. Su idea esencial era que la vida norteamericana estaba tan controlada por instancias superiores, lo que él llamaba el álgebra de la necesidad, que se hacía obligatoria una ruptura total.  

En México tuvo lugar la gran tragedia de su vida. Borracho y drogado, quiso imitar a Guillermo Tell. Colocó encima de la cabeza de su mujer una manzana y disparó. La mató. El absurdo está bien en el arte, pero no en la vida real. Quedó destrozado. Fue su más terrible bajada a los infiernos. 

Este hombre que tanto había vivido y sufrido (viajó por medio mundo; sobre todo le atraía Tánger, por la morfina y el libertinaje), murió pacíficamente en Lawrence, Kansas, como un tranquilo abuelito de gafas, sombrero y jersey de pico. 

Publicado por Alberto.

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