Precio: 19,95 euros
Año de edición: 2022
En torno a sesenta y cinco mil fueron los libros editados en papel en 2019 en España. Si se añaden otros soportes el número aumenta en más de veinte mil. Y no hemos salido de nuestro país. El problema se plantea a la hora de elegir los que vamos a leer en un periodo de tiempo, pongamos un año, pues todos sabemos el número aproximado de títulos que somos capaces de leer en nuestro limitado tiempo. ¿Cómo elegir? Hay veces que el asunto puede llegar a crear cierta desazón por la evidencia de que no podemos ni aproximarnos a conocer a los escritores clásicos y tener una panorámica de los noveles. Una de las fuentes de «inspiración lectora» es seguir las recomendaciones de nuestros autores favoritos. Es el caso del libro que se reseña.
Vivian Gornick, estupenda escritora cuyos libros «Apegos feroces», «La mujer singular y la ciudad» y «Mirarse de frente» han sido reseñados en este blog por su creador Antonio F. Rodríguez, nos habla en «Cuentas pendientes» de libros que en su día le influyeron de forma importante y de cómo su relectura años después le ha llevado a realizar otras interpretaciones de aquello que le marcó e influyó en su manera de ser y concebir diferentes temas, pero en especial el de la mujer, el papel que han desarrollado la mujeres en la sociedad a lo largo de los tiempos y la imagen dada en la literatura que proviene de autores hasta no hace demasiados años, mayoritariamente hombres.
En diez capítulos va rememorando sus lecturas preferidas y comentando la diferente concepción que de ellas ha tenido a medida que cumplía años y consecuentemente, también evolucionaba, así como para ir contando experiencias propias.
Explica que desde sus comienzos como periodista escribió según sus propias vivencias de las noticias sobre las que debía informar. Por ello toda su obra está pasada por su experiencia personal sobre el terreno. Ella lo llama «periodismo personal». Como ejemplo, narra la asistencia a una manifestación de mujeres feministas, las pioneras del s. XX en Estados Unidos, que le hizo adoptar sus convicciones en favor del feminismo, algo que sigue ocupándole y por lo que sigue luchando desde su obra entera, pero en especial en «Apegos feroces», que obtuvo gran éxito en Europa. Desde sus primeros momentos de periodismo es una de las voces más lúcidas del movimiento feminista en Estados Unidos.
A lo largo de diez capítulos, más una muy jugosa introducción, la autora va desgranando esas lecturas que con seguridad se podrán comprender mejor si se han leído, cosa que no es necesaria, pues su resumen y crítica es más que suficiente para hacernos una idea del interés de los libros y para sugerirnos su lectura.
Los libros son:
- «Hijos y amantes» de D. H. Lawrence que leyó tres veces y en cada una se «encarnó» en un personaje diferente, abriendo así el campo de su primera interpretación a otras perspectivas. Habla también, aunque con menos prolijidad, de «El arco iris» y «Mujeres enamoradas».
- «Chéri» y «El fin de Chéri» de Colette. De esta autora confiesa que los que más le influyeron fueron «La vagabunda» y «El obstáculo». Señala en Colette la división de las mujeres entre las que tienen ansias de libertad escenificadas en el trabajo, el amor y la independencia y aquellas para quienes su anhelo es la pasión. Habla también de la confusión entre amor y pasión y las graves consecuencias de ello.
- «La muerte del corazón», «La casa en París» y «El fragor del día» de Elizabeth Bowen que es otra de sus autoras «fetiche». Habla de la vida de la autora y también de su propia experiencia con uno de sus maridos, a lo que le lleva el personaje del primero de los títulos, un hombre que sufre alexitimia, esto es, es incapaz de expresar sus sentimientos, que están muy alejados de la potencia de los de las personas «normales» y que, consciente de ello, pasa la vida fingiendo.
- Se detiene en el tema de la emigración y la «judeidad» estadounidense. Nombra «Llámalo sueño» de Henry Roth. Ella misma es hija de inmigrantes judíos, pero contrapone su obra a la de otros pues, dice, no escribe desde esa condición. Sin embargo, sí lo hicieron otros escritores en sus mismas condiciones, como Saul Bellow y Philip Roth a los que considera revolucionadores de la lengua.
- «El legado de Humboldt» y «El mundo es una boda» de Delmore Schwartz. Al hilo de A. B. Yehoshúa, que aparece en el libro, nos habla de su propia experiencia decepcionante en su viaje a Israel donde lo conoció y leyó sus relatos que, sin embargo, le gustaron.
- «La soledad del ser» es el último mitin de Elizabeth Cady Stanton que en 1848 era presidenta de la Asociación nacional para el sufragio de mujer en EE. UU. Era radical y entendió desde el sentimiento lo que ya había comprendido con la razón, que la soledad es lo natural y la mujer se ha refugiado en la compañía del hombre para no sentirla. Caminamos solos igual los hombres que las mujeres. Asoció estas ideas a la igualdad política y habla de la necesaria lucha para aprender todos a no depender más que de nosotros mismos. «¿Quién puede osar arrogarse los derechos, los deberes y las responsabilidades de otra alma humana?».
- «Mi oficio» de Natalia Ginzburg. Destaca Gornick que el truco de la autora era fijarse estrictamente en su experiencia real y buscar luego la forma para que se amoldara a ella. En sus novelas habla de gente corriente como en «Las palabras de la noche». Cuenta Vivian Gornick que los ensayos parecían hablarle a ella y que su favorito es «Él y yo». «Las relaciones humanas», es una obra en la que Ginzburg investiga en su propia historia emocional y «Léxico familiar» son sus memorias escritas a los 47 años. Habla de las dos. Es una autora también reseñada en este blog.
- «Un mes en el campo» de J. L. Carr y «Regeneración» (volumen I de la trilogía) de Pat Baxer, que tienen como tema la 2ª y 1ª Guerras Mundiales respectivamente. La primera obra es breve y la descubrió realmente en su segunda lectura entendiendo que se trataba de la destrucción de un hombre provocada por la guerra. La segunda, que se desarrolla en un hospital para soldados afectos de «neurosis de guerra», le caló hasta lo más profundo. Se estremece por haberlos leído por segunda vez y le hace pensar en lo que pierde por aquellos libros a los que nunca ha vuelto.
- «Gatos ilustres», un relato breve de Doris Lessing, que la primera vez dejó sin terminar. Al cabo del tiempo la propia Gornick se hizo con un par de gatas, volvió al libro y lo leyó de una sentada. Comprendió la autoprotección de Lessing en sus narraciones que califica de frías y distantes y dice que ese desafecto, que era su gran fuerza, la que le hizo ser referente de las feministas de todos los tiempos, también fue su limitación. Los gatos que tenía compensaban su «careta» externa de frialdad y le posibilitaban sacar a la luz su fragilidad.
- «Jude el oscuro» de Thomas Hardy. Releída dos veces, de ella cuenta, al igual que de otros libros, cómo se dieron cambios de percepción en las dos relecturas.
En el Capítulo 10, relata la autora que en una ocasión fue a releer un libro que se le desmoronó al cogerlo y se extraña de lo que estaba subrayado y de lo que no. Vuelve a subrayar con otro color, lo ata y guarda deseando tener tiempo para volver a subrayarlo aún con otro color diferente.
Estupenda autora. Un libro lleno de interesantes sugerencias.
Vivian Gornick, nació en el Bronx en 1935, en
un barrio comunista en el que, según sus propias palabras, creer en la
injusticia social era algo que venía dado y Marx y la clase obrera eran
artículos de fe. Escritora, periodista y activista feminista que llegó a crear
un grupo radical, ha levantado la voz para luchar por la mujer y la necesidad
del cambio social, y de las propias mujeres que dice tenían fijada demasiado
profundamente la imposibilidad de considerarse simplemente como trabajadoras.
La asunción de la teoría a través de la racionalización cuenta que supuso que
en los 70 se diera una brecha entre la teoría y la práctica dando como
consecuencia unos yoes traumatizados. Aludiendo a Chéjov, dice que es el yo el
que debía sacar al esclavo que llevamos dentro.
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