viernes, 22 de octubre de 2021

Diarios 1934-1944 - Alfred Rosenberg

 

Título: Diarios 1934-1944                                                                                                  Autor: Alfred Rosenberg

Páginas: 768

Editorial: Crítica

Precio: 29,90 euros

Año de edición: 2015

Este libro es una importantísima fuente histórica para entender los entresijos de la cúpula nazi y el desencadenamiento del Holocausto. Alfred Rosenberg (1893-1946), su autor, fue el principal ideólogo del nacionalsocialismo. Rosenberg ocupó altos cargos tanto dentro del partido nazi como del estado, aunque sus ambiciones políticas nunca fueron del todo satisfechas. Como ministro para los territorios ocupados del este a partir de 1941, fue el responsable último de la deportación y exterminio de millones de personas. Además, también se dedicó al expolio de obras de arte y bibliotecas por toda la Europa ocupada. Fue ahorcado en octubre de 1946, tras ser condenado a muerte por el tribunal de Núremberg. Estamos, por tanto, ante un sujeto repugnante, no solo por sus ideas racistas, sino ante todo porque las puso fríamente en práctica, con lo que se convirtió en un asesino de masas. Fue un genocida con todas las letras. 

Rosenberg, el profeta de la raza aria superior, tenía unos orígenes curiosos, dudosos. Era un alemán del Báltico, oriundo de la lejana y fría Reval, hoy Tallin, capital de Estonia, entonces parte del imperio ruso. Así que fue ciudadano ruso hasta el fin del imperio zarista. Se familiarizó desde joven con autores racistas como Chamberlain o Gobineau. Estudió arquitectura en Moscú (su proyecto fin de carrera fue un horno crematorio). La revolución de octubre de 1917 convirtió al joven Rosenberg en un enemigo fanático del comunismo. Detrás del comunismo, pensaba, estaban los judíos: el judeobolchevismo. Había leído los falsos Protocolos de los Sabios de Sión y se los creyó. Todas las convulsiones sociales y políticas, todas las revoluciones, obedecían a esa mano negra judeomasónica, con alguna ayudita de los jesuitas. He ahí la llave maestra que explicaba la historia. La conspiración. Lo oculto. 

Rosenberg huyó de Rusia. Se refugió en una Alemania hundida tras la derrota de la Primera Guerra Mundial. En su nuevo país de adopción se dedicó a difundir propaganda anticomunista y antisemita. En Múnich, hacia 1919 o 1920, conoció a cierto excabo con grandes facultades oratorias y un fanatismo que brillaba a través de sus relucientes y algo saltones ojos azules. Alfred Rosenberg se hizo nazi y amigo de Hitler. Se empezó a hacer un nombre entre la derecha nacionalista y contrarrevolucionaria de Baviera. Sus ideas alimentaron al joven partido nazi. Escribió innumerables panfletos, artículos y discursos. De ahí, al estrellato político, el crimen y la horca. 

Entre su enorme producción escrita, destaca el profuso, confuso e infumable mamotreto «El mito del siglo XX». Publicado en 1930, Rosenberg defiende en este libro la religión de la sangre nórdica. De acuerdo con esta nueva fe totalitaria, los avances de la humanidad solo son posibles si se mantiene pura e incontaminada la presunta «sangre rubia creadora». Se impone por tanto una revisión de la historia universal, la segregación por motivos raciales y la prohibición del mestizaje. El rechazo del humanismo universalista es absoluto y categórico. Este era el programa del señor Rosenberg

Alfred Rosenberg llevó un diario personal entre 1934 y 1944. Algunas de sus páginas siguen desaparecidas. La historia de este diario es tan interesante como el diario mismo. Ha sido muy bien contada en «El diario del diablo» (2017). Algunos fragmentos se publicaron en 1956. La edición que comentamos, a cargo de Jürgen Matthäus y Frank Bajohr, es ejemplar y monumental. Constituye un modelo de la más exigente historiografía. Incluye un erudito y exhaustivo estudio preliminar sobre el lugar ocupado por Rosenberg dentro del mareante entramado administrativo nazi. Se analiza minuciosamente su responsabilidad en los delitos perpetrados por la maquinaria de exterminio de Hitler. Innumerables notas enriquecen el texto, así como un interesante apéndice documental, un índice onomástico, otro toponímico y una detallada bibliografía. En una palabra: la edición es de lujo. 

En las páginas de su diario, nos enteramos de las andanzas de Rosenberg, públicas y entre bastidores: discursos, reuniones, rencillas con otros nazis, como su odiado Goebbels, a quien califica como «saco de pus», intrigas cortesanas, su odio al cristianismo en general y a la iglesia católica en particular (pretendía fundar una iglesia nacional alemana neopagana), o sus intentos de crear organizaciones fascistas afines a los nazis en otros países. El intelectual Rosenberg suministraba ideología al partido y luchaba dentro de la jungla nazi contra otros rivales. 

 En 1934, se muestra implacable con los disidentes nazis liquidados durante la purga de «La noche de los cuchillos largos». Nos describe escenas grotescas, que culminan en una matanza. Rosenberg aprueba tranquilamente los asesinatos. Incluso cree que para las víctimas hubiera sido más conveniente la horca. Estas palabras dan la medida de su humanidad. Por lo demás, teniendo en cuenta que él acabaría precisamente colgando de una soga, adquieren una dimensión profética, irónica y justiciera.

En 1936, queda impresionado por la Guerra Civil que estalla en España, pero, enfurruñado, admite que el antisemitismo racista nazi no cuaja entre los franquistas. También evoca el encuentro con un joven español «inteligente y claro», «nacionalista, pero no dinástico», «católico, pero no clerical»; se refiere al líder falangista José Antonio Primo de Rivera. El Pacto germano-soviético firmado en 1939 no convence al anticomunista Rosenberg

En 1940, se ufana de perorar en el París ocupado, pisoteando la herencia de 1789. En 1941 llega su hora. Hitler lo nombra ministro del este. Será su ascenso y perdición. Débil, entre otros tiburones nazis que no le hacen mucho caso; pero tan cruel como todos ellos. En 1943, se enfurece con la deserción italiana. En noviembre del mismo año, describe un raid aéreo sobre Berlín vivido en primera persona: destrucción, pánico, incendios, humo. Unos meses antes, fue arrasada la ciudad de Hamburgo. Para 1944, Rosenberg, melancólico, ya sabe que se acerca el fin. En una de las últimas notas de su diario rescata un ejemplar de Rilke de entre las ruinas de su biblioteca. Era un tipo culto. 

Impresiona la cerrazón de Rosenberg. Su completa falta de empatía y humanidad. No habla de su vida privada (estaba casado y tenía una hija). No muestra dolor, pena o arrepentimiento. Ni siquiera parecen conmoverle las catástrofes que sufre Alemania a partir de 1943. Los miles de soldados alemanes muertos en Stalingrado son para él únicamente símbolos del heroísmo teutón. Cuando escribe sobre el bombardeo de Hamburgo, piensa que es una estupenda oportunidad para reconstruir una Alemania idílica sin grandes ciudades, ruralizante y puramente aria. Obcecado dentro de su mundo totalitario, que quiere imponer a toda costa, Rosenberg es casi un autista. Con Hitler, la relación es de un servilismo total. Cuando el dictador le da la mano, le habla o elogia uno de sus artículos, se derrite de placer. Cae en el egocentrismo: soy la mente más firme de la revolución nazi, escribe. En 1945, fue detenido por los aliados. Ya sabemos cómo terminó el personaje.

En el holocausto, Rosenberg y sus subordinados estuvieron implicados al más alto nivel. Posiblemente, la orden directa de exterminio la dio Hitler oralmente entre noviembre y mediados de diciembre de 1941. Rosenberg estaba involucrado en aquel proceso de decisión. El 14 de noviembre mantuvo una larga conversación con el führer. Pero sobre ella nada escribió en su diario. En aquellos momentos, miles de judíos ya estaban siendo asesinados en masa en los territorios que caían dentro de su jurisdicción. 

Lean este testimonio único del fanatismo, la estupidez y la inhumanidad.  

 
Alfred Rosenberg (foto CC BY-SA 3.0 de Bundesarchiv)

Publicado por Alberto.

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