viernes, 8 de octubre de 2021

Historia de dos ciudades - Charles Dickens

  

Título: Historia de dos ciudades                                                                                        Autor: Charles Dickens

Páginas: 488

Editorial: Alba

Precio: 14 euros

Año de edición: 2021

Curiosamente y según la Wikipedia, este el segundo libro más vendido de la historia —con 200 millones de ejemplares—, detrás de «El Quijote» y excluyendo los libros de texto, las obras religiosas, como La Biblia y el El Corán, y las de obligada lectura, como «El libro Rojo» de Mao. Si efectivamente es así, eso dice mucho de la potencia de la industria editorial británica, del dominio cultural de todo lo anglosajón y del momento en el que se publicó, cuando las novelas por entregas estaban de moda y se iniciaron las campañas de alfabetización a gran escala.

Publicada en 1859, es la duodécima novela de un Dickens en plena forma y apareció en 31 entregas semanales durante un periodo de 7 meses, en la época en la que se popularizó la lectura. En 1865 apareció la figura de el lector, un trabajador cuya única función era leer novelas en voz alta en una gran sala de trabajadores manuales, como todavía se puede ver en la fábrica de puros Partagás, en Cuba.

Estamos pues, ante un típico ejemplo de folletín romántico, con parentescos ocultos, amores eternos, venganzas, envidias, golpes de efecto, secretos que vuelven patas arriba la trama y mil trucos similares propios del género. Recuerda a otros famosos folletines, como «Los tres mosqueteros» (1844), «El Conde de Montecristo» (1845), «Los miserables» (1862) o las «Aventuras de Rocambole» (1857), el mejor ejemplo, que ha dado lugar al adjetivo rocambolesco para denominar a las historias demasiado retorcidas, forzadas e inverosímiles.

«Historia de dos ciudades», con un estilo florido, moroso, lleno de digresiones y muy entretenido, nos cuenta una historia llena de sorpresas, en la que se gestiona muy bien el suspense, ya que en cada capítulo hay un misterio que nos intriga, y se suceden los puntos de giro, las revelaciones insospechadas y los golpes de efecto. La trama arranca en 1775, se desarrolla entre París y Londres, abunda en elipsis y saltos en el tiempo, llega a la Revolución Francesa (1789) y tiene, a mi buen entender, cuatro puntos fuertes:

  • Una deliciosa ironía, un sentido del humor fino y zumbón que, sobre todo en la primera parte, se disfruta en cada párrafo.
  • Personajes peculiares y entrañables, como: Mr. Lorry, un abogado que ya de niño era un hombre de negocios; el granujiento señor Crunch, tan lleno de remordimientos que le tiene prohibido a su mujer que rece, o la pareja de abogados formada por Stryver, prepotente y sin talento, y Carton, borracho y perdido, pero que le resuelve todos los casos.
  • Gran cantidad de escenas y detalles costumbristas, que nos dicen mucho sobre aspectos cotidianos, como que Londres era muy inseguro, que en las diligencias había correas para sujetarse y paja en el suelo, que se usaban pelucas de hilos de cristal, que la falsificación de moneda se castigaba con la muerte y la traición, con el descuartizamiento, que en los juicios se rodeaba el banquillo del acusado de hierbas olorosas y vinagre, porque las condiciones de la prisión hacían que el reo oliese a rayos, que ya se bebía mucho en Inglaterra (¿y cuándo no?), o que había quienes sin ser pareja, se despedían con un beso en los labios.
  • Un ejemplo magnñifico de intrahistoria, utilizando el término acuñado por Unamuno: se narran grandes acontecimientos históricos, como la Revolución Francesa, de manera indirecta y a través de sus consecuencias en la vida cotidiana de la población.

Y por añadidura, posee uno de los mejores arranques de toda la historia de la literatura:

«Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno; era, en una palabra, un siglo tan diferente del nuestro que, en opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal».

Esta edición tiene además el atractivo de estar ilustrada con los grabados originales de la primera edición, obra de H. K. Browne, «Phiz», y está basada en la excelente traducción de A. de la Pedraza. 

Un clásico estupendo que hay que paladear poco a poco y sin prisa, sin olvidar que fué escrito para que se leyese uno o dos capítulos cada semana. Una de las obras menos conocidas del gran Dickens, una golosina para buenos lectores.

 
IIustración de la primera edición

Charles Dickens (Portsmouth, 1812-1870), hijo de un oficinista de la Pagaduría de la Armada con tendencia al despilfarro, nació en una familia de ocho hermanos. No fué al colegio hasta los nueve años y fué autodidacta en buena medida. Lector voraz desde niño, sus libros favoritos eran «El Quijote» y los de picaresca.
 
Estuvo en la cárcel con su padre condenado por deudas (entonces la familia podía vivir con el progenitor si era condenado a prisión). Empezó a trabajar 10 horas al día en una fábrica de betún a los doce años, y luego como pasante de un parlamentario, taquígrafo, reportero y periodista. Se casó, tuvo diez hijos y escribió multitud de cuentos, artículos y quince novelas, la mayoría por entregas, que le han consagrado como uno de los grandes de la literatura. 

Vivió en la época victoriana, cuando Londres era el centro del mundo y la capital de un gran imperio, pero su atención se fijó preferentemente en los pobres, los desfavorecidos y los oprimidos. Hizo campaña a favor de ellos, describió su vida y sus afanes en sus novelas, los sacó a la luz y los puso a la vista de todos. Sus libros tuvieron una gran influencia política y hasta Carlos Marx dijo que en Dickens y otros escritores victorianos había más verdades sociales y políticas que en los discursos de todos los políticos juntos. Gran admirador de la obra de Cervantes, no es difícil rastrear guiños cervantinos en sus libros, como el comienzo de «Oliver Twist»: «Entre otros edificios públicos de cierta ciudad, cuyo nombre no conviene mencionar por muchos motivos...».
   
Siendo ya un escritor de fama vivió un accidente ferroviario en el que todos los vagones de primera, menos el suyo, cayeron desde un puente. Pasó largo rato auxiliando a los heridos mientras llegaban las emergencias, luego echó algo de menos y volvió al vagón para recuperar el manuscrito de una de sus novelas, que nunca llegó a acabar. La noche anterior había tenido un sueño premonitorio del accidente especialmente vívido y realista, lo que afectó profundamente. No publicó nada más y se obsesionó con el espiritismo, los médiums y la hipnosis.

Cinco años después del accidente, a los cincuenta y ocho años, agotado por interminables lecturas en público y largas sesiones de trabajo, murió de una apoplejía. Circuló por todo Londres una octavilla con el siguiente epitafio: «fue simpatizante del pobre, del miserable, y del oprimido; y con su muerte, el mundo ha perdido a uno de los más grandes escritores ingleses».
   
Fue un escritor tremendamente popular en vida, que influyó poderosamente en generaciones enteras de autores. Se han hecho más de 180 películas basadas en alguna de sus obras, además de piezas de teatro, adaptaciones, comics, etcétera. Clásico entre los clásicos, pocos autores tienen un adjetivo (dickensiano) que describe su mundo.

Charles Dickens

Publicado por Antonio F. Rodríguez. 

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