martes, 5 de octubre de 2021

Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel - Josefina Carabias

  

Título: Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel                                                        Autora: Josefina Carabias

Páginas: 376

Editorial: Seix Barral

Precio: 20 euros

Año de edición: 2021

Don Manuel Azaña (1880-1940) fue el arquetipo del intelectual metido en política. Funcionario del Ministerio de Justicia, escritor sin demasiado éxito y presidente del Ateneo, Manuel Azaña nace a la vida pública en abril de 1931 con la proclamación de la Segunda República. Durante los agitados años treinta, fue sucesivamente Ministro de la guerra, Presidente del gobierno y Presidente de la república. Su programa reformista y democrático quiso convertir a España en una democracia liberal y laica al estilo de su admirada Tercera República Francesa.

Azaña salió del poder en 1933. En 1934 fue encarcelado, falsamente acusado de participar en la revolución de octubre. Volvió al poder con la victoria electoral del Frente Popular en el año trágico de 1936. El verano de ese mismo año, una sublevación militar desencadenó la guerra civil. Durante el conflicto, se opuso a la violencia de ambos bandos en nombre de la paz, la piedad y el perdón. Falleció exiliado en Francia en 1940. Azaña se ha convertido con el correr de los años en el símbolo de la primera democracia española y también de su fracaso. 

Más acá del hombre público, del que hemos ofrecido un brevísimo resumen, del gran orador e intelectual, estaba la persona llamada Manuel Azaña. Aquel hombre inteligentísimo, feo y tímido, elegante, desdeñoso, orgulloso, en ocasiones antipático, honrado a carta cabal, y con un acusado sentido del humor, la estética, el decoro y la vida privada. En cierta ocasión, se definió a sí mismo como «un intelectual, un liberal y un burgués». Liberal, por ideología; burgués por extracción social, e intelectual por vocación, aunque desbordada por la política, que él entendía como la aplicación de la razón a la cosa pública. El racionalismo en política: eso fue exactamente Azaña. En tiempos de sinrazón y violencia. 

Pues bien, de contarnos cómo era la persona Azaña se ocupa la gran periodista Josefina Carabias (1908-1980) en este admirable libro, publicado por primera vez el mismo año de la muerte de su autora. Era una joven abulense de familia acomodada y conservadora. Estudió derecho, pero profesionalmente se dedicó al periodismo. Josefina, moderna e independiente, se ganaba el sustento con su trabajo. Compartía el ideario republicano de Azaña. Quería que las mujeres españolas fueran libres, porque todavía no lo eran. Ejemplo: hacia 1932, Carabias necesitó del permiso expreso de su padre para poder salir de España. Contra esa minoría de edad de media España se rebelaron algunas de las mujeres más lúcidas de su generación.  

Hacia 1930, la joven Josefina Carabias conoce a don Manuel Azaña en el Ateneo madrileño. La monarquía alfonsina agoniza. Queda deslumbrada por ese personaje adusto y culto, al que algunos admiran, y muchos más detestan. Con ella, sin embargo, Azaña se muestra encantador, amable, simpático. Con la proclamación de la República, el oscuro burócrata (covachuela de últimas voluntades) asciende al olimpo de la gran política. Es la época de la reforma del ejército, de la separación entre la iglesia y el Estado, del Estatuto de autonomía paraCataluña, de los balbuceos de la reforma agraria y de la participación socialista en los gobiernos republicanos. En todos esos meses brilla Azaña. Comienza a ser mitificado por media España y odiado por la otra media. 

Con el talento de los grandes periodistas, capaces de reflejar en una frase el instante que resume toda una época, Carabias nos pinta un Azaña pálido y preocupado, paseando sin mirar a nadie por los pasillos de las Cortes; Azaña relajado y ocurrente, sentado con sus amigos y correligionarios, una tertulia en una nube de humo, entre ellos Valle-Inclán, genial y díscolo ejemplar azañista; Azaña con su mujer, comiendo en un restaurante de El Escorial; Azaña en la tribuna, enérgico, jacobino, pronunciando frases para la historia: «España ha dejado de ser católica», «Si ellos se levantan de la silla, yo tiraré la mesa»; Azaña salvando del pelotón de fusilamiento al general golpista Sanjurjo; Azaña en Cataluña, más incómodo que esperanzado. Son todos el mismo Azaña al que, de cerca o de lejos, desenfadado ciudadano o frío estadista, Josefina Carabias supo tratar y entender tan bien.  

Una persona viva y auténtica emerge de las páginas de este libro. No el mito, sino el hombre. Con todas sus virtudes y defectos. Josefina Carabias no esconde estos últimos. Azaña tenía demasiadas virtudes, que en política son defectos. No era oportunista. No era capaz de mentir a sangre fría. No abandonaba a sus amigos para salvarse él. Era demasiado humano. No se aferraba al poder. No quería fusilar a nadie. Su energía era más fachada que otra cosa. Su lengua afilada le creó muchos enemigos, innecesarios. Además, al intelectual Azaña le devoraban las dudas. 

A partir de 1933 comienza la caída de Azaña: fuera del poder, injustamente encarcelado, cabeza del Frente Popular, victoria electoral, presidente de la República. Pero es, como observa Carabias, un hombre agotado, y que barrunta lo peor. Al liberal y cada vez más pesimista Azaña, las masas se le sublevan a izquierda y derecha. Con la guerra desencadenada por los golpistas, se convierte en la voz de la razón, habla para todos los españoles, para la historia, escribiría Antonio Machado. Derrotado, exiliado y perseguido, Azaña, ya muy enfermo, escapó de sus enemigos solo con la muerte en Montauban.

Lean este espléndido testimonio de Josefina Carabias, prodigio de perspicacia y lucidez. Además, está escrito en un castellano magistral, puro y perfecto, moderno, como modernos eran ella y su inolvidable Azaña. No les decepcionará. 

Josefina Carabias

Publicado por Alberto.

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