«Casi nada de lo que creemos que es importante me 
lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo 
imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y
 de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la 
maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y 
malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias,
 sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una 
partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que 
ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y
 palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres 
esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un 
pedazo de pan.
»Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar
 y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye 
su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. 
Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las 
huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A 
los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen 
pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en 
lugar de sentir, pensar y ser.
»Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada.
 Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. 
Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la 
cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado 
de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la 
noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo 
demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi 
conciencia esté tranquila.
»También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico 
por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero 
toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para 
disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar 
desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la 
suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. 
Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de 
ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, 
pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de
 personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo».
Ángeles Caso (Gijón, 1959), licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo, trabajó como periodista durante un buen número de años. Fué presentadora del telediario, sin embargo a los 35 años dió un giro a su vida y empezó una carrera literaria en la que ha obtenido los premios más prestigiosos y el Premio Planeta en el 2009.
Publicado por Antonio F. Rodríguez. 
                

 
 
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