Precio: 18 euros
«Fue un lunes de octubre cuando aparecieron caminando por en medio de la calle desierta. Era la hora de la siesta en la pampa. En el aire no corría un carajo de viento y un sol de sacrificio fundía los ánimos de todo lo que respiraba sobre la faz de la tierra».
Así comienza esta curiosísima y desaforada novela, barroca y derrochadora de palabras, que conquista desde la primera página la complicidad del lector. El decorado es un campamento salitrero, uno de tantos asentamientos mineros en el norte de Chile, en pleno desierto de Atacama —el más seco de mundo—, dedicados a la extracción de salitre, una mezcla de nitratos muy útil para obtener abonos, pólvora y productos químicos. El tiempo, una fecha indeterminada del siglo pasado, alrededor de los años 40 o 50. La anécdota inicial, la llegada de un artista del balón, un malabarista de la pelota que llena de esperanza a los vecinos del campamento de los comemuertos (por estar cerca del cementerio) en las vísperas de un gran encuentro de fútbol contra el campamento vecino, el de los cometierra (por estar cerca de una maquinaria que produce una polvareda), eternos rivales y enemigos a muerte. La trama, un desvarío encantador y una fiesta del lenguaje, una sucesión de pequeñas historias secundarias y anécdotas que describen a toda una galería de vecinos de tan peculiar localidad minera. El estilo, barroco y humorístico, da la sensación de que el autor está riéndose de sí mismo continuamente, parece que escribe de broma unas frases larguísimas, alguna de tres páginas, que se eternizan en digresiones encantadoras y descripciones costumbristas.
Cuando tenía 15 años, su familia se trasladó a Antofagasta, pero la madre murió por la picadura de una araña de los rincones y se volvieron de nuevo a una salitrera, pero Hernán se quiso quedar. Vivía en una chabola, trabajaba repartiendo periódicos y se pasaba las horas muertas en el cine. A los 18, volvió a una explotación, donde fue mensajero y electricista, a los 19 viajó como mochilero durante tres años por todo Sudamérica. En ese viaje decidió ser escritor. Volvió a la mina y se matriculó en una escuela nocturna.
Diez años más tarde publicó una edición de 500 ejemplares por su cuenta de su primer libro de poesía, «Poemas y pomadas», que fue vendiendo de puerta en puerta. Luego vendría un libro de cuentos y por fin, la novela «La reina Isabel cantaba rancheras» (1994), que tuvo un gran éxito y le lanzó a la fama. Ha publicado en total 15 novelas y en 2022 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Chile. Alguna vez ha contado que escribió su primer poema para ganar un concurso radiofónico de poesía porque el primer premio era una cena. Ni que decir tiene que ganó el certamen y la cena.
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