Páginas: 222
Editorial: Fondo de Cultura Económica
Precio: 16 euros
Esta triste historia comienza con la guillotina. El método revolucionario para ejecutar en serie, de manera eficiente, rápida e impersonal. Con la guillotina el técnico releva al verdugo a la antigua usanza. No mata un hombre, sino una máquina. El hombre muere en un instante. Caen en el cesto un montón de cabezas indiferenciadas, como ovejas en un matadero. La guillotina anuncia las matanzas burocráticas del siglo XX. Los genocidios. Y si hablamos de genocidas, los nazis salen a escena. No fueron los únicos en matar a mansalva de manera fría y premeditada. Pero hay que reconocer que elevaron la matanza a un nivel desconocido de eficiencia. Durante los dos últimos siglos se fueron sentando los precedentes que cuajaron en el Holocausto.
El historiador italiano Enzo Traverso repasa en su libro La violencia nazi (2022) la genealogía de las ideas, discursos y prácticas que cuajaron en los genocidios del siglo veinte. El Antiguo Régimen desaparece guillotinado por una gran revolución que marcó el comienzo de la era contemporánea protagonizada por las masas. Pero no se trataba solo de matar, sino también de vigilar y castigar. Aparece la prisión moderna. Con sus trabajos forzados. El trato cruel a los presos. El dominio de las conciencias. Jeremy Bentham ideó el panóptico, la prisión reformadora, como el ojo que todo lo ve, al que nada se le escapa.
Guillotina, cárceles, mataderos, ejércitos nacionales, fábricas jalonaron el nuevo paisaje macabro del siglo XIX. Las élites conservadoras se obsesionaron con disciplinar a presos, soldados y obreros. De la disciplina alienante de los trabajadores de las fábricas se ocupó el ingeniero Taylor. La cadena de montaje funcionaba en las factorías de Henry Ford en Detroit. El proceso productivo moderno borró al hombre, como denunciaron desde Karl Marx hasta Charles Chaplin, pasando por Walter Benjamin.
El siglo XIX fue también el de la expansión imperial europea a expensas de millones de africanos y asiáticos. Traverso destaca que las matanzas colonialistas, hasta llegar al genocidio, fueron el modelo de futuros exterminios en Europa, algo que suele olvidarse. Para justificarlas, políticos, militares e intelectuales empleaban un crudo discurso darwinista: el hombre blanco superior tiene derecho lisa y llanamente a eliminar a los pueblos de color, declarados «inferiores» en la escala evolutiva. Era el precio a pagar por el progreso. Cañoneras, balas dum dum, ametralladoras o trabajos forzados en condiciones de esclavitud fueron los instrumentos de tan truculento «progreso». Traverso calcula en un mínimo de 60 millones los muertos durante la aventura colonial. Fuera de la presunta civilización, la carga del hombre blanco era sencillamente criminal.
La muerte anónima dispensada por ciegas máquinas alcanzó su culminación durante la Primera Guerra Mundial, semillero de los fascismos y del comunismo ruso. La vida perdió importancia ante la omnipresencia azarosa de la muerte, vomitada por millares de bocas de fuego. En 1916, durante la batalla del Somme, murieron en unas semanas 600.000 soldados. El matadero de la Primera Guerra Mundial prefigura otros mataderos. También los campos de concentración, las deportaciones y las represalias colectivas. La Guerra Total alcanzaba a los civiles. Nadie se escapaba de su radio de acción. Además, en 1915, los turcos, al abrigo del conflicto, emprendieron el exterminio de millón y medio de armenios. Hitler tomaría nota.
En 1914 terminó abruptamente el siglo XIX. En 1918 muchos guerreros volvieron de las trincheras con ganas de gresca. Ahí está el origen inmediato de los fascismos. Los excombatientes de extrema derecha continuaron la guerra contra los enemigos internos: judíos, comunistas, socialistas, pacifistas o demócratas en general. Para el autor, el fascismo fue un compromiso entre el modernismo tecnológico y las ideas reaccionarias contrarias a 1789 y 1917. Una contrarrevolución que apelaba a las masas. Distinta, por esa razón, del viejo conservadurismo. Los fascistas querían fundar su imperio. El camino era la guerra sin concesiones. El escenario volvería a ser Europa a partir de 1939.
Traverso es claro en este espléndido libro: la violencia genocida nazi no fue un accidente, una casualidad o una locura transitoria. Se fue incubando a lo largo de decenios desde el momento en que la barbarie fue dominando el escenario europeo y colonial. El lenguaje racista ya estaba codificado, la tecnología disponible y las víctimas propiciatorias señaladas. Esta filosofía del crimen y la muerte, como la llamó Antonio Machado, era compartida, aun parcialmente, por personas que no eran en absoluto fascistas o nazis. Auschwitz, fábrica de muertos, e Hiroshima, ciudad aniquilada gracias a la física moderna, iban a entrar en la historia.
Enzo Traverso (Gavi, 1957) es un historiador italiano, actualmente catedrático de la Universidad Cornell. Estudió en la Universidad de Génova y durante muchos años vivió en Francia. Influido por el marxismo, el profesor Traverso es uno de los grandes expertos sobre el fascismo, los totalitarismos y la historia de las ideas del siglo XX. Entre sus libros se cuentan La historia, instrucciones de uso (2007), A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1918) (2009) o Revolución. Una historia intelectual (2022).
No hay comentarios:
Publicar un comentario