Begoña M. Rueda (foto Mariano J. Sánchez)
Begoña M Rueda (Jaén, 1992) trabaja desde hace dos años como lavandera-planchadora en el Hospital Punta de Europa de Algeciras, lavando y poniendo a punto la ropa de cama de los enfermos, sus pijamas, las batas de los cirujanos y toda la ropa del hospital. Pero no es una lavandera como todas, porque es poeta.
Pero tampoco es una poeta como las demás, porque ha ganado nada menos que el Premio Hiperión de Poesía 2021, con el libro titulado Servicio de lavandería, y a pesar de su juventud, ha desarrollado una brillantísima carrera obteniendo un premio con cada libro que ha publicado.
Han caído el II Premio de Poesía Joven Antonio Colinas, el I Premio Luis Cernuda de la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, el Premio de Poesía de la Universidad Complutense de Madrid, el XLVI Premio de Poesía Ciudad de Burgos, el VIII Certamen Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, el XVII Premio de Poesía Dionisia García y ahora el Premio Hiperión de poesia 2021. Siete premios, siete libros. Todo un récord.
El jurado calificó el libro de «cohesionado, crítico, lírico sin excesos, poderosamente plástico, con marcados contrastes y finales rotundos» y añadió que la autora, «renunciando al adorno y al artificio, construye una poética humana de la enfermedad y sus secuelas en general y de la pandemia en particular, focalizada en unas coordenadas subjetivas inéditas, intrahistóricas: la de los y las protagonistas anónimos de la historia desde un lugar invisible: el personal que se encarga de limpiar la ropa en los hospitales».
Espléndido. Aquí os dejo una muestra de su poesía:
A 18 de mayo de 2019
El día de la presentación de mi libro
hay quien se acerca a preguntarme
a qué me dedico, si soy profesora.
No es la primera ni la última vez
que a la gente le sorprende
que trabaje en una lavandería,
como si por ello
me convirtiera en peor poeta.
Creía que eras
una mujer con aspiraciones,
es lo más delicado que me responde
una chica en la presentación de mi libro,
me ha mirado tan por encima del hombro
que ha debido de hacerse
daño en las cervicales.
A 11 de abril de 2019
A pesar de que la ropa es lavada
a temperaturas de ochenta grados
y tratada con detergentes específicos,
productos neutralizadores de cloro,
lejías y suavizantes,
no es raro percibir un leve aroma a perfume
al doblar las camisas de los pijamas.
Sé a qué huelen los enfermos
antes de fallecer,
sé que algunos se peinan, se afeitan
y se empapan en Varón Dandy
como si morir
no consistiera sino en dar otro de muchos paseos
los domingos por la mañana.
* * *
Escribo estos poemas
igual que plancho
el pijama de un niño enfermo,
una los escribe
con especial esmero, como si
estuviera escribiendo los poemas
que quisiera que leyeran mis hijos.
A 23 de marzo de 2020
Los sudarios se apilan en cajas de cartón
junto a la puerta del cuarto de baño.
Son las únicas prendas del hospital
que no se lavan después de darles uso.
Como todo en nuestra época
también vienen dentro de un plástico,
encontrándose la muerte como la bollería industrial,
envasada y directa al vacío.
Una se pregunta quién fabrica los sudarios,
qué fría máquina los cose y los empaqueta
listos para cubrir cualquier cuerpo
que yazca mudo en la morgue.
Yo por sudario quisiera las manos de mi madre,
morir antes que ella
y engendrarme de nuevo en su vientre,
volver a ser niña y no tener ni idea
de que en las lavanderías de los hospitales
la muerte se apila en cajas de cartón
junto a los inodoros.
A 27 de marzo de 2020
En frente de la lavandería se encuentra el tanatorio.
Ayer planché la ropa
del que ahora sacan a cuestas entre cuatro.
Lavé sus sábanas, doblé su pijama, le apañé una almohada.
Esto somos.
Corre el viento de levante y una lluvia fina
repiquetea sobre su ataúd.
A 23 de abril de 2020
Cómo será la boca
de la enfermera que me pincha el dedo
y lo aprieta hasta sacarme la última
gota de sangre.
Me pregunto si llevará pintados
los labios de rojo tras la mascarilla,
si sabrá besar en la frente o pronunciar
exitus.
Huele a gel hidroalcohólico y tiene
casi tanto miedo como yo,
un lazo negro en el uniforme blanco
y los resultados de nuestros test.
Mañana podría tocarle a ella,
pienso.
Coronas de flores frescas
acompañarían su ataúd
y una compañera de facultad
la reemplazaría al día siguiente.
Así, como si nada.
Como si la vida
mañana podría tocarle a ella
lo mismo que podría tocarme a mí.
Begoña Moreno Rueda empezó a escribir a los 10 años. Empezó a estudiar Filología Hispánica en la Universidad de Jaén pero, cuando solo le quedaban ocho asignaturas para acabar, tuvo que ponerse a trabajar. Ha sido trabajadora precaria y explotada en varias empresas y como ella dice, «Escribir poemarios es un trabajo que lleva su tiempo y su esfuerzo, lo ideal sería que estuviera bien remunerado, que yo pudiera regresar a estudiar mi carrera».
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
Gracias por darnos a conocer esta poeta.
ResponderEliminarMe ha parecido magnifico lo leído.
Un saludo
Gracias, Ángel, por el comentario. A mí tambien me ha sorprendido. ¡Es tan buena!
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