El pasado mes de enero, en el acuario de Kaikyokan, al sur de Japón, un pez luna (mola mola) cambió radicalmente su comportamiento cuando cerraron la entrada al público para acometer obras de remodelación. El pez, antes activo y alegre, empezó a mostrarse apático y aburrido, dejó de comer y se frotaba contra los cristales del acuario. Parecía que echaba de menos a la gente, así que sus cuidadores idearon una solución a su tristeza: pegaron en las paredes de cristal fotos a tamaño natural y en color de visitantes. En menos de un día, el animal recuperó el apetito y volvió a estar tan contento como siempre. Y es que, amigos míos, los peces luna son unos románticos incurables.
En este vídeo podéis ver que esta historia no es un invento.
Ha habido otros casos similares. En el acuario de Sumida, en Tokio, durante el confinamiento debido a la epidemia de covid-19, las anguilas perdieron la costumbre de ver gente y se volvieron muy tímidas. Empezaron a enterrarse cada vez que se acercaba algún cuidador. Para volver a habituarlas a ver personas, el personal que las cuida ideó un método creativo: organizar visitas virtuales continuas a las anguilas mediante videollamadas, con lo que se solucionó el problema. Y es que ya se sabe: ojos que no ven, corazón que no siente.
En fin, son noticias que confirman lo que siempre he sospechado: que los zoológicos y acuarios son lugares pensados para que los animales puedan observar a seres humanos sin correr ningún peligro.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
¡Qué bueno tu comentario final! Me parto.
ResponderEliminarJa, ja, ja... gracias,sí. A veces parece que las vallas, rejas, fosos y cristales son para proteger a los animales.
ResponderEliminar