viernes, 21 de marzo de 2025

Carta al padre - Franz Kafka


Título: Carta al padre                                                                                                             Autor: Franz Kafka

Páginas: 96

Editorial: Akal

Precio: 9 euros

Año de edición: 2024

No fueron fáciles las relaciones de Franz Kafka con su padre. Carta al padre (1919, publicada en 1952), no a su padre, detalle revelador, es un crudo y meditado ajuste de cuentas con la figura casi mítica del progenitor. Hermann Kafka era muy diferente a su hijo Franz. Pertenecía a esa generación judía centroeuropea que pasó de la pobreza del ghetto a una vida burguesa acomodada. Hermann tuvo que pelear muy duro para convertirse en un próspero comerciante en Praga, casarse, fundar una familia y tener cuatro hijos. 

Uno de ellos fue Franz, un niño extremadamente sensible, delicado, inteligente y con una pasmosa capacidad de observación. Preso de una incurable timidez, se agazapaba dentro de sí mismo para contemplar el sinsentido del mundo. Hermann, en cambio, luchaba contra ese mundo que se le resistía. Al contrario que su hijo, era duro, decidido, autoritario, gritón y a veces cruel. Una especie de sargento casero. Hermann y Franz no habían nacido para entenderse. Sus relaciones paternofiliales fueron tormentosas. 

Franz se sentía apabullado por la figura gigantesca del padre. Le tenía miedo. Era un tirano, un dictador. Un hombre autoritario que una noche, cuando el pequeño Franz no dejaba de incordiar pidiendo un vaso de agua, se levantó furioso, cogió al niño y lo encerró en el balcón, a la intemperie. Este arrebato paterno tuvo al parecer efectos desastrosos en la sensibilidad de Franz. Le enseñó que la vida era frágil e insegura. En cualquier momento alguien le podía sacar de la cama y llevarlo a lo desconocido. El poder tiránico no necesita justificación ni admite excusas. Ejerce su autoridad omnímoda al margen de la razón. El pobre se sentía humillado ante el padre, símbolo del mando sin restricciones.

Kafka admite que nunca fue agredido físicamente por su padre. No era el miedo a una bofetada lo que le hacía temblar. Era la mera presencia del padre, su sombra poderosa, el tono arrogante de sus palabras, la dureza con la que trataba a sus empleados, su capacidad para emitir dictámenes inapelables desde el sofá, el constante recordatorio de lo mucho que él había trabajado para que su familia llevara una vida fácil, la fría incomprensión que demostraba por las inquietudes de su hijo o el desprecio hacia sus amigos. Cuando el padre se reía entre dientes, dice Kafka, era el infierno.  

Los sentimientos de culpa, aislamiento y miedo a la existencia que acompañaron desde siempre a Kafka aumentaron por el despotismo del padre. Claro que un patriarca autoritario, victoriano, típico del siglo XIX, no era el más conveniente para una persona como él, a quien la vida se le ponía tan cuesta arriba que a cada corto trecho tiraba desalentado la toalla. Se consideraba vencido de antemano. Sin derecho a nada. Sin raíces en esta tierra. En este sentido, su padre fue una equivocación del destino: acabó por aplastarlo. Tampoco Kafka era precisamente un modelo de sencillez. 

Las relaciones con sus hermanas, con el judaísmo, con su madre, con el sexo, todo quedaba oscurecido por el padre colosal, voz de trueno y ademanes enérgicos. No tenemos un testimonio similar de Hermann Kafka. Podría haber escrito una Carta al hijo como réplica o justificación. Nunca lo hizo. De hecho, nunca supo de la existencia de la carta de Franz. Kafka se la entregó a su madre. La progenitora, quizá con buen criterio, no se la dio a su marido. Otro fracaso más del pobre Franz, que no daba una a derechas. 

Kafka examinaba minuciosamente todas las posibilidades. Terminaba escogiendo la peor. Quería casarse. Rompió dos noviazgos. No le interesaba un trabajo mecánico y repetitivo. Acabó trabajando de abogado para una casa de seguros. Aspiraba a una existencia pura, desprendida, casi de santo. Pero su vida se apagó pronto por culpa de la tuberculosis. Un fracaso vital que contrasta con su genialidad literaria. Su vida fue corta y oscura. Su literatura, inmortal. 

Sería demasiado fácil entender las tristes experiencias de infancia como prefiguraciones de sus escritos. Kafka tuvo otras influencias más positivas. Pero las resonancias son evidentes en su mundo fantástico. El joven convertido en un bicho repugnante a quien su padre uniformado arroja manzanas. El probo funcionario al que unos policías sacan de la cama por un delito que él desconoce. La guarida en la que se esconde una alimaña acosada. Carta al padre merece leerse como introducción al universo atormentado de Franz Kafka. Las penosas experiencias de la vida alimentaron la escritura gracias al talento de un genio. Imprescindible. 

Franz Kafka

Franz Kafka (1883-1924) fue un escritor checo en lengua alemana nacido en Praga. Su familia era de origen judío. Kafka ha tenido tal influencia en el mundo contemporáneo que se ha acuñado el adjetivo kafkiano para referirse a situaciones absurdas, insólitas y opresivas. Lo kafkiano es lo moderno. El absurdo de la burocracia. La tiranía de los jefes. La justicia que administra un aparato legal remoto e incomprensible. La imposibilidad de unas relaciones humanas auténticas y profundas. La tortura de una existencia monótona. La amenaza en la sombra. Lo trivial que mata. La involuntaria comicidad del absurdo. 

Kafka fue un visionario. El proceso, El castillo y La metamorfosis son alegorías terribles del desaliento que sufren personas corrientes incapaces de encontrar salida: una jaula fue a buscar un pájaro, escribió Kafka en uno de sus aforismos. El checo vivió poco, sufrió mucho y murió de tuberculosis pulmonar con solo 40 años. Publicó escasos escritos en vida. Sería su albacea testamentario, el también escritor Max Brod, quien salvó su obra del fuego y la publicó. Como Kafka sigue siendo una fuente inagotable de inspiración, es posible que todos tengamos dentro algo del mago de Praga

Publicado por Alberto.

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