domingo, 19 de diciembre de 2021

Santo, el Enmascarado de Plata


Hay un lugar en el que los superhéroes son de carne hueso y andan por la calle. Gigantes poderosos, enmascarados y en mallas que los niños pueden ver y tocar. Luchan cada semana con los malvados que quieren dominar el mundo, vencen al mal y sus aventuras se publican en los tebeos. Pero son de verdad.

Ese sitio es el país llamado Estados Unidos... de México y a todo eso, se le llama lucha libre mexicana o pancracio, un deporte y también un espectáculo —¿qué deporte no lo es?—, un cóctel con las dosis justas de épica, drama, circo, competición y mito, que sigue levantando pasiones y encandilando a los críos.

Pero empecemos por el principio. Hacia 1860, durante la Intervención francesa en México, Enrique Ugartechea, primer luchador mexicano, desarrolló la lucha libre mexicana a partir de la lucha grecorromana. En la década de 1910, la compañía de teatro ambulante del italiano Giovanni Reselevitch y la compañía del Teatro Colón, de Antonio Furnier, popularizaron el deporte de la lucha libre al llevarlo por plazas y carpas de todo México, e hicieron famosos los enfrentamientos de luchadores de ambos elencos.

En 1933, el promotor mexicano  Salvador Lutherott, considerado el padre de la Lucha Libre Mexicana, fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre, hoy conocida como Consejo Mundial de Lucha libre, y popularizó ese deporte hasta convertirlo en un espectáculo de masas solo superado en el país azteca por el fútbol. En 1934, un luchador estadounidense que se presentó como La Maravilla Enmascarada hizo furor al presentar su identidad oculta bajo una máscara de cuero. Lutherott tuvo la visión de empezar a lanzar más y más luchadores con máscara, con identidades impactantes con las que los aficionados se pudieran identificar, organizados en dos bandos: los rudos, forzudos y malvados, y los técnicos, más habilidosos y que defendían el bien. 

Las máscaras crearon toda una cultura de veneración del héroe, acompañada de historias épicas y legendarias de personajes como Blue Demon, Mil Máscaras, El Cavernario Galindo, el Rayo de Jalisco, Huracán Ramírez, muchos otros y El Santo, el más famoso de todos ellos. La mayoría de los luchadores peleaban enmascarados y, de vez en cuando, realizaban desafíos de máscara contra máscara, en los que el perdedor estaba obligado a quitársela en público y no volver a emplearla, o de máscara contra cabellera.

Máscaras de lucha libre mexicana

Se hicieron películas, se vendían máscaras en la calle, se comenzaron a publicar cómics sobre los héroes de la lucha y los chicos leían en historietas el relato de los enfrentamientos que se producían en el ring, mezclado con aventuras de ficción. Los luchadores mexicanos expandieron la afición a países como Japón, Cuba y Estados Unidos, donde con el tiempo la lucha evolucionó hasta el actual Pressing Catch.

Los luchadores mexicanos no son tan voluminosos ni musculosos como los estadounidenses, entre los que prima la fuerza bruta, pero dominan la técnica, con profusión de llaves, contrallaves y maniobras aéreas, y ofrecen luchas reales en las que se siguen ciertas reglas para no hacerse daño, pero la competición es real. La afición a la lucha libre en México sigue siendo enorme.

Rodolfo Guzmán Huerta (Tulancingo, 1917-1984), más conocido como El Santo, fue el luchador mexicano más popular, un auténtico ídolo por su carisma y su habilidad para mantener una imagen impactante. Hijo de un representante de máquinas de coser era el quinto de siete hermanos y un gran deportista desde muy joven, ya que practicó el béisbol, el fútbol americano, jiu-jitsu y lucha grecorromana. Debutó a los 16 años y, después de llevar varias máscaras diferentes El Enmascarado, El Incógnito, El Demonio rojo, El Murciélago Enmascarado... —, se presentó a los 24 años como El Santo, el Enmascarado de Plata

Durante una larga carrera de 40 años nadie logró desenmascararle en un duelo, consiguió 17 campeonatos en varias categorías. Con un físico bastante convencional (medía 1,75 m y pesaba 95 kg), pero con un talento natural enorme para la lucha y la acrobacia,  su figura se convirtió en legendaria, corrió la leyenda de que jamás se quitaba la máscara, aparecieron sus aventuras en historietas —tebeos que vendían un millón de ejemplares cada semana y llegó a protagonizar un total de 52 películas, entre las que destacan dos filmadas en 1958 en La Habana, Santo contra el Cerebro del Mal y Santo contra los Hombres Infernales, que muestran la Cuba precastrista, y Santo contra las mujeres vampiro (1962), que parece ser la mejor.  

Se retiró en 1982 y en 1984, en el programa de televisión Contrapunto, se quitó la máscara parcialmente y reveló su identidad, como puede verse en este vídeo. Nueve días más tarde, falleció de un infarto a los 66 años de edad. A su funeral asistieron más de 10.000 personas, muchas enmascaradas, y está enterrado con su máscara. Su hijo, ha seguido la estela de su padre con el nombre de El Hijo del Santo y se ha convertido en un gran campeón.

El Santo, Rodolfo Guzmán Huerta

Hay un lugar en el que los superhéroes son de carne hueso y andan por la calle. Gigantes poderosos, enmascarados y en mallas que los niños pueden ver y tocar. Luchan cada semana con los malvados que quieren dominar el mundo, vencen al mal y sus aventuras se publican en los tebeos. Pero son de verdad.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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