viernes, 13 de octubre de 2023

La vieja religión - David Mamet

 

Título: El amor de mi vida                                                                                                      Autor: David Mamet

Páginas: 191
 
Editorial: El Mundo

Precio: 1,97 euros
 
Año: 2003

«La vieja religión» (1997) de David Mamet se inspira en la historia real de un hombre que fue acusado por una sociedad racista de un crimen terrible, sin pruebas convincentes y acabó pagando por su «delito» un alto precio. En 1913, Leo Frank era un joven de menos de treinta años que dirigía una fábrica en Atlanta, Georgia. Un mal día, una de las obreras, Mary Phagan, una niña de trece años, apareció muerta dentro del recinto. Alguien la había violado antes de asesinarla. Leo Frank fue detenido como el principal sospechoso del crimen. Se trataba de un brillante hombre de negocios educado en las mejores universidades. Ingeniero. De familia burguesa. Ciudadano norteamericano. Pero su religión era la judía. En el profundo sur, los negros eran considerados como no personas por el dogma supremacista. Los blancos, anglosajones y protestantes, tan temerosos de su Dios, desconfiaban de los judíos. Después de todo, eran los asesinos de Cristo. 

El dramaturgo David Mamet plantea su novela como el intento fracasado de un outsider para convertirse en un norteamericano bien integrado dentro de su clase social. Un hombre que ha seguido al pie de la letra el credo nacional de trabajo, esfuerzo individual y libre empresa. Que ha diluido su identidad judía dentro de la sociedad americana respetable. Que cumple con todas las exigencias para ser considerado como irreprochable por el vecino de al lado. Si América es el paraíso de los hombres honrados, Leo Frank intenta ser un capitalista honrado. Su vida es ordenada y metódica. Está casado con una mujer de buena familia. Tiene una casa excelente. Amigos que le estiman. Saluda amablemente a sus conocidos. Es una persona respetada por la comunidad de la cual cree formar parte. Cierto, no es cristiano, pero los EE. UU. son un país también libre en el delicado asunto de las creencias religiosas. Pertenece a la vieja religión. No obstante, hace serios esfuerzos para cumplir escrupulosamente con las reglas del credo civil yanqui: el americanismo. Quizá no sea del todo un americano pata negra, claro, pero lo intenta. Sin embargo, de la noche a la mañana, como un soplo ardiente de realidad, el montaje se viene abajo. Escándalo. 

En el sur las cosas debían estar en su sitio. También Leo Frank. Su dinero, elegancia y atractivo personal son un arma de doble filo. Por un lado, le garantizan el reconocimiento de una sociedad capitalista obsesionada por el lucro (lo acogen con palmaditas en la espalda en sus fiestas de campo como a uno de los suyos). Cierto. Pero, por otro, alimentan el mito del judío arrogante, rico y triunfador. El prejuicio del hebreo que engaña a los incautos cristianos. Él no es anglosajón ni protestante, aunque sea blanco. En el fondo es alguien que levanta sospechas. Es el otro. El distinto a quien se le puede señalar con el dedo si llega el caso. Cuando una niña blanca y pobre es mancillada, todas las miradas de las buenas gentes atraviesan a Leo Frank. Es culpable. Quizá no del crimen. Sí de ser judío. Encima, pretende ser como ellos, los blancos de verdad. A por él. Este prepotente, truena la prensa más inmunda, atacó a nuestra niña. Es un monstruo libidinoso. Un animal. Un cerdo. Desde la noche de los tiempos, un odio milenario asciende contra él. Leo Frank es el chivo expiatorio de la comunidad, tras haber sido, ¿realmente?, un socio respetable de ella. 

David Mamet es un estilista consumado. Su novela está formada por los pensamientos del protagonista. Son retazos intensos, discontinuos, atormentados, que se caracterizan por una extraordinaria capacidad para evocar atmósferas cargadas, entre somnolientas y amenazantes. Los meandros de la mente van dando vueltas sobre los sucesos. A veces, se pierden en evocaciones difíciles de precisar. Así era el estilo de un William Faulkner: los sonidos amortiguados de una fiesta confederada, el olor agrio de la prisión, un ruido enervante causado por una persiana que mueve el viento, un despacho en penumbra, el puro que se consume lentamente en un cenicero llenando la atmósfera de un aroma acogedor, el ruido de unas llaves contra los barrotes de una celda. Leo está solo. Dentro de sí mismo otea un panorama amenazante. Su mente activa le permite seguir viviendo. Para el populacho es el demonio judío, frío e insensible. Durante su cautiverio recupera la herencia de sus antepasados. Habla con el rabino de la prisión. Estudia hebreo. A veces le supera el desaliento. Otras, la rabia. No ve una salida cabal a su embrollo. 

Este es un libro apasionante que hace pensar, más allá de la triste peripecia personal de su protagonista. Leo Frank es un símbolo universal de la dificultad para ser aceptado dentro de una comunidad cerrada que quiere solucionar en familia todos sus problemas. Cuando salta el conflicto, inevitable, los palos son siempre para el distinto, más por serlo que por ser realmente culpable. Es distinto, luego es culpable. Está marcado. La culpabilidad no es un hecho que se demuestra en tales o cuales circunstancias concretas sino una mancha ancestral que conduce a un destino trágico. El hombre aislado es un pelele a quien las turbas voltean como a un muñeco. Todos desean una comunidad protectora. Leo Frank no la encuentra. Una lectura muy recomendable. 

David Mamet

David Mamet (1947), polifacético escritor norteamericano, una de las figuras más destacadas de la cultura de su país desde los años 70 del siglo XX. Mamet nació en Chicago en una familia de ascendencia judía. Ante todo, está considerado como uno de los grandes dramaturgos americanos, con más de treinta obras estrenadas, entre las que destaca «Glengarry Glen Ross» (1984), que ganó el Premio Pulitzer de teatro. Es también un guionista de prestigio, nominado en dos ocasiones a los Premios Óscar. En 1987 dirigió la que quizá es su mejor película, la fascinante «Casa de juegos» (1987).

Infatigable, ha escrito asimismo novelas, poemas, artículos y críticas que confirman su alta talla literaria. David Mamet se ha casado en dos ocasiones y tiene cuatro hijos. Últimamente, ha derivado hacia posiciones políticas fuertemente conservadoras, lo que le ha valido bastantes críticas. Una frase de Mamet: «Mi idea de felicidad perfecta es una familia sana, paz entre las naciones y todos los críticos muertos».  

Publicado por Alberto. 

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