Anteayer, jueves día 15 de enero, falleció en Santiago de Compostela José Luis Alvite, gran periodista y escritor, a los 65 años de edad, de cáncer. Era un tipo fenomenal, de una pieza, de verbo fácil, humor negro, gran corazón y las ideas muy claras.
Contó lo que le pasaba con su estilo habitual, tuiteando «Me han diagnosticado un cáncer de pulmón y otro de colon. Nunca pensé que envidiaría el estado de mi coche». Otra cosa que tenía dicho es aquello de «La vida es una mala costumbre de la que cuesta desprenderse» y desde que luchaba con su dolencia solía decir «Me levantaré cada mañana con la esperanza de que la muerte siga dormida».
Contó lo que le pasaba con su estilo habitual, tuiteando «Me han diagnosticado un cáncer de pulmón y otro de colon. Nunca pensé que envidiaría el estado de mi coche». Otra cosa que tenía dicho es aquello de «La vida es una mala costumbre de la que cuesta desprenderse» y desde que luchaba con su dolencia solía decir «Me levantaré cada mañana con la esperanza de que la muerte siga dormida».
Nieto, hijo y sobrino de periodistas, siempre se acordaba de una frase de su padre: «Hay dos maneras de estropear la letra, hijo, la masturbación y el periodismo, así que tú verás». A lo que él apostillaba «Elegí el periodismo que tiene sobre la masturbación la ventaja de que no hay que bajarse los pantalones».
Colaborador y amigo de Carlos Herrera en el programa de radio «Herrera en la onda», ésta es la impresionante y bella carta de despedida que le envió:
Querido Carlos Herrera:
Por primera vez no puedo culpar de mi ausencia a
la desidia, ni alegar que una monada ciega de Denver me salió al paso y
sin motivo alguno se encaprichó conmigo. Tampoco me servirá de excusa
la vieja historia de cuando era un niño muy delgado y el viento al
azotar me levantaba del suelo y me cambiaba de acera, de raza y de
familia.
Esta vez es el cáncer, amigo Herrera, esa cosa que yo pensaba que en mi caso sólo podría ser una mancha que, puesto en lo peor, haría una metástasis como de tebeo en la tapicería del coche. Cáncer de colon y cáncer de pulmón. Dos golpes en un solo mazazo. Fue algo desproporcionado, como encontrar un centollo en el interior de una almeja, pero, ¡qué demonios!, tantos años entre el humo del Savoy me enseñaron que la penumbra te salva del disgusto de que con la luz descubras que en la cola del piano no estaba sentada la mujer con la que contabas, sino el tipo impasible que viene a precintar las manos del pianista.
Es una de esas veces en mi vida que la peor noticia no me la da Hacienda. ¡Qué quieres que te diga!, el caso es que lo he encajado sin pestañear, no porque sea un valiente, sino, sencillamente, porque siempre supe que el mío en la vida sería un viaje en el que inesperadamente al tren se le acabarían por detrás el humo, y por delante, las vías.
No sé, Carlos, amigo mío... estas cosas ocurren y seguro que tienen algún sentido. Dice mi oncólogo que «la situación es muy comprometida» y eso significa que mi buena suerte puede haber cambiado a peor y que la vida ya no me dará la siguiente patada en el culo apócrifo de otro hombre. No importa. Ojalá pueda volver a tu lado. Y si no vuelvo, por favor, piensa que fue sólo porque me empeñé en el estúpido sueño de llegar por ferrocarril a una ciudad sin tren.
Esta vez es el cáncer, amigo Herrera, esa cosa que yo pensaba que en mi caso sólo podría ser una mancha que, puesto en lo peor, haría una metástasis como de tebeo en la tapicería del coche. Cáncer de colon y cáncer de pulmón. Dos golpes en un solo mazazo. Fue algo desproporcionado, como encontrar un centollo en el interior de una almeja, pero, ¡qué demonios!, tantos años entre el humo del Savoy me enseñaron que la penumbra te salva del disgusto de que con la luz descubras que en la cola del piano no estaba sentada la mujer con la que contabas, sino el tipo impasible que viene a precintar las manos del pianista.
Es una de esas veces en mi vida que la peor noticia no me la da Hacienda. ¡Qué quieres que te diga!, el caso es que lo he encajado sin pestañear, no porque sea un valiente, sino, sencillamente, porque siempre supe que el mío en la vida sería un viaje en el que inesperadamente al tren se le acabarían por detrás el humo, y por delante, las vías.
No sé, Carlos, amigo mío... estas cosas ocurren y seguro que tienen algún sentido. Dice mi oncólogo que «la situación es muy comprometida» y eso significa que mi buena suerte puede haber cambiado a peor y que la vida ya no me dará la siguiente patada en el culo apócrifo de otro hombre. No importa. Ojalá pueda volver a tu lado. Y si no vuelvo, por favor, piensa que fue sólo porque me empeñé en el estúpido sueño de llegar por ferrocarril a una ciudad sin tren.
José Luis Rey Martínez (Santiago de Compostela, 1949-2015), más conocido como José Luis Alvite, nació en una familia de periodistas y aunque fué empleado de banca durante cierto tiempo, luego se rehabilitó y continuó con la tradicón familiar. Trabajó en El Correo gallego, Diario 16, La Razón, Faro de Vigo, La Opinión de A Coruña, La Nueva España y últimamente en La Razón.
Noctámbulo, pesimista y muy gallego, se casó dos veces. Hacía un periodismo costumbrista de personajes marginales, de lenguaje algo callejero y coloquial, de novela negra, muy trabajado literariamente y con frecuentes metáforas. Era un periodista único e irrepetible, y desde luego, poco convencional. Tenía por costumbre salirse del guión, por ejemplo, escribiendo su propia necrológica, como puede verse más arriba. Publicó varios libros que recopilan sus artículos. En el 2014 recibió el Premio Diego Bernal por toda su carrera periodística.
Descanse en paz.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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