Título: Miles de millones
Autor: Carl Sagan
Páginas: 328
Editorial: Ediciones B
Precio: 17,94 euros
Año: 1998
Autor: Carl Sagan
Páginas: 328
Editorial: Ediciones B
Precio: 17,94 euros
Año: 1998
A principios de los 80 Carl Sagan (Nueva York, 1934-1996) nos invitó a un maravilloso paseo en «Cosmos: Un viaje personal», un documental en el que nos mostraba que el aparente caos de la naturaleza puede ser visto como un mundo armonioso, simplemente comprendiendo las leyes que rigen el universo. La serie compuesta de trece episodios, además de darnos a conocer un gran comunicador, se convirtió en el paradigma de los programas televisivos de divulgación científica.
Este libro publicado, tras su muerte, en 1998 constituye el legado final de su autor y consta de una veintena de capítulos, donde aborda los temas que le preocupaban cuando las tres parcas le abandonaron. La primera, Cloto, le había capacitado para hilar fino acerca de sus conocimientos. La segunda, Láquesis, le ayudó a devanarse magistralmente la sesera, tanto para entender como para explicar el mundo en que vivimos. Y la tercera Átropos — ¡ay, la tercera!— cumpliendo su cometido a rajatabla, le cortó el hilo de la vida cuando a sus 62 años le quedaba tanto por aportar sus semejantes.
El título viene de una expresión, «miles y miles de millones», que le adjudicaban erróneamente. Él la referenciaba para explicar que en ciencia es absolutamente necesario ser muy preciso y no se pueden utilizar cifras tan ambiguas como ésa. Con un sentido del humor no exento de fastidio, recuerda que él nunca empleo tales términos, aunque le cayera como un sambenito hasta el fin de sus días.
Conforme avanzan los capítulos se van desgranando reflexiones sobre temas, algunos ya publicados con anterioridad, como la historia de la invención del ajedrez o la búsqueda de un espacio de encuentro en la enorme controversia que provoca el aborto entre los partidarios «provida» y los defensores de la «libertad de la madre». También, en un contexto de furibunda guerra fría, aporta la imaginativa hipótesis de un poderoso enemigo común extraterrestre, que automáticamente volatiliza todos los argumentos hostiles entre ambos bloques. En otro capítulo, nos descubre la Tierra como un ecosistema en el que no existe salvación, ni individual ni de especie, si no hay una cooperación universal para evitar la degradación del planeta.
Es capaz de desmontar prejuicios raciales, alegando que si bien en el espectro visible hay diversidad de colores de piel, bajo los rayos X y en la mayor parte del espectro lumínico todos los seres humanos somos negros.
Todos los asuntos son tratados desde una perspectiva científica, sin sofismas ni intereses bastardos. Con la valentía del que afronta la aproximación a la verdad, sin trampa ni cartón, argumentando sobre la base del uso de la pura razón, sazonado con sentido común.
La crisis económica y la precariedad subsiguiente nos han hecho focalizar la atención en los problemas —económicos, laborales y de vivienda— que menoscaban los derechos básicos propios de los miembros de sociedades desarrolladas. Sin embargo, al no poder atender a tantos frentes, hemos perdido perspectiva acerca de los peligros que acechan a la atmósfera terreste. Los recortes han puesto anteojeras a la concienciación sobre la capa de ozono, el calentamiento global o el cambio climático que parecen haber desaparecido de la lista de preocupaciones de la gente. Sagan dedica algunos capítulos a hacernos conscientes de la fragilidad de ese envoltorio que contiene el aire que respiramos y cuyo espesor se reduce al 0,1 % del diámetro del planeta. Si la Tierra fuese un melocotón, la atmósfera terrestre seria como la pelusa que lo rodea.
Parece que, dos décadas después de esta publicación, hemos descuidado lo que constituye el escudo que nos protege de todas las radiaciones nocivas procedentes del exterior. Sagan desde su libro nos conmina a salvaguardarlo, porque nos sigue yendo la vida en ello.
Esta obra, más fácil de encontrar en formato digital que en papel, a semejanza de «Cosmos», trata temas aparentemente inconexos pero que, en su conjunto, componen una reflexión científica sobre quiénes somos, cómo nos comportamos o dónde habitamos y fundamentalmente nos urge a poner los pies sobre la tierra, recordándonos que es la irrepetible casa común de toda la humanidad.
Este libro publicado, tras su muerte, en 1998 constituye el legado final de su autor y consta de una veintena de capítulos, donde aborda los temas que le preocupaban cuando las tres parcas le abandonaron. La primera, Cloto, le había capacitado para hilar fino acerca de sus conocimientos. La segunda, Láquesis, le ayudó a devanarse magistralmente la sesera, tanto para entender como para explicar el mundo en que vivimos. Y la tercera Átropos — ¡ay, la tercera!— cumpliendo su cometido a rajatabla, le cortó el hilo de la vida cuando a sus 62 años le quedaba tanto por aportar sus semejantes.
El título viene de una expresión, «miles y miles de millones», que le adjudicaban erróneamente. Él la referenciaba para explicar que en ciencia es absolutamente necesario ser muy preciso y no se pueden utilizar cifras tan ambiguas como ésa. Con un sentido del humor no exento de fastidio, recuerda que él nunca empleo tales términos, aunque le cayera como un sambenito hasta el fin de sus días.
Conforme avanzan los capítulos se van desgranando reflexiones sobre temas, algunos ya publicados con anterioridad, como la historia de la invención del ajedrez o la búsqueda de un espacio de encuentro en la enorme controversia que provoca el aborto entre los partidarios «provida» y los defensores de la «libertad de la madre». También, en un contexto de furibunda guerra fría, aporta la imaginativa hipótesis de un poderoso enemigo común extraterrestre, que automáticamente volatiliza todos los argumentos hostiles entre ambos bloques. En otro capítulo, nos descubre la Tierra como un ecosistema en el que no existe salvación, ni individual ni de especie, si no hay una cooperación universal para evitar la degradación del planeta.
Es capaz de desmontar prejuicios raciales, alegando que si bien en el espectro visible hay diversidad de colores de piel, bajo los rayos X y en la mayor parte del espectro lumínico todos los seres humanos somos negros.
Todos los asuntos son tratados desde una perspectiva científica, sin sofismas ni intereses bastardos. Con la valentía del que afronta la aproximación a la verdad, sin trampa ni cartón, argumentando sobre la base del uso de la pura razón, sazonado con sentido común.
La crisis económica y la precariedad subsiguiente nos han hecho focalizar la atención en los problemas —económicos, laborales y de vivienda— que menoscaban los derechos básicos propios de los miembros de sociedades desarrolladas. Sin embargo, al no poder atender a tantos frentes, hemos perdido perspectiva acerca de los peligros que acechan a la atmósfera terreste. Los recortes han puesto anteojeras a la concienciación sobre la capa de ozono, el calentamiento global o el cambio climático que parecen haber desaparecido de la lista de preocupaciones de la gente. Sagan dedica algunos capítulos a hacernos conscientes de la fragilidad de ese envoltorio que contiene el aire que respiramos y cuyo espesor se reduce al 0,1 % del diámetro del planeta. Si la Tierra fuese un melocotón, la atmósfera terrestre seria como la pelusa que lo rodea.
Parece que, dos décadas después de esta publicación, hemos descuidado lo que constituye el escudo que nos protege de todas las radiaciones nocivas procedentes del exterior. Sagan desde su libro nos conmina a salvaguardarlo, porque nos sigue yendo la vida en ello.
Esta obra, más fácil de encontrar en formato digital que en papel, a semejanza de «Cosmos», trata temas aparentemente inconexos pero que, en su conjunto, componen una reflexión científica sobre quiénes somos, cómo nos comportamos o dónde habitamos y fundamentalmente nos urge a poner los pies sobre la tierra, recordándonos que es la irrepetible casa común de toda la humanidad.
Carl Sagan
Publicado por Adolfo Pérez.
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