viernes, 19 de mayo de 2023

España contemporánea - Rubén Darío

 

Título: España contemporánea                                                                                         Autor: Rubén Darío          

Páginas: 468 pág.

Editorial:
Renacimiento

Precio: 20 euros

Año de edición: 2013

El gran poeta Rubén Darío vino a España en 1899 como corresponsal del diario bonaerense La Nación. Rubén ya había estado antes en nuestro país. Lo conocía y admiraba. Pero la suya era una admiración que no cerraba los ojos ante la patética situación española a caballo entre los dos siglos. La España salida del desastre de 1898 había sido motejada de nación moribunda. Una sociedad anclada en el pasado por la que apenas había pasado la brisa de la modernidad. Un mundo de campesinos analfabetos, aldeas de barro, mangantes, mendigos y políticos pícaros. La aristocracia seguía teniendo gran influencia. El Antiguo Régimen se resistía a morir. España seguía siendo, como dijo Kant, la tierra de los antepasados. 

En «España contemporánea» (1901), el maestro nicaragüense se encuentra con una sociedad atrasada, cierto, pero que se moderniza por algunos flancos. Rubén observa en Barcelona, adonde llega un día de enero de 1899, una ciudad industriosa, plagada de fábricas y obreros, cada vez más alejada del resto de la nación. Cunde el regionalismo, cuando no el separatismo. En cambio, Madrid sigue conservando la esencia un tanto rancia de lo español de pandereta. Rubén entra en contacto con el mundillo de la Villa y Corte: los cafés repletos, los cesantes, los periódicos que aparecen y desaparecen, los toros, la sociedad aristocrática, la regente María Cristina, doña Virtudes, y su joven hijo, el futuro Alfonso XIII, las anécdotas, los chistes, las vendedoras de lotería, el teatro, los burros y los curas.

Es un mundo profundamente provinciano. Los teatros viven de malas traducciones de obras francesas. Los artistas aclamados por la crítica oficial son vacíos e ineptos. Los poetas como Núñez de Arce o Manuel del Palacio no pasan de grandilocuentes y prosaicos versificadores. Las calles son pobres. La mendicidad, abrumadora. El espectáculo de los toros bajo un sol ardiente es un sacrificio atávico y cruel que hace exclamar a los extranjeros: ¡África empieza en los Pirineos! El volumen de libros publicados en España es ridículo. Los periódicos tienen tiradas muy cortas. El analfabetismo es una lacra. La universidad está muerta. La investigación no existe. España es el país occidental que menos porcentaje de su presupuesto nacional dedica a la educación. Eso sí: en el palacio real se celebra con pompa la grotesca ceremonia del lavatorio de pies a los pobres. En la meseta española, habitada por tipos ceñudos y miserables, en la que reina la estética del enano Gregorio el Botero, que diría Ortega, la rubicunda Europa parece muy lejos. Rubén Darío toma nota de estos hechos innegables.

La situación no es buena. Pese a todo, la vieja tradición española, ahora tan venida a menos, es admirable para Rubén. Una España asimilada completamente a la industriosa Europa dejaría de ser España. Perdería su encanto romántico. Afortunadamente, emergen nuevas figuras intelectuales, que demuestran que el genio español está más despierto y alerta de lo que podría suponerse. Darío conoce al dramaturgo Jacinto Benavente, pequeño, dandi y viperino, a la condesa Emilia Pardo Bazán, novelista culta admirada fuera de nuestras fronteras, o a un joven pensador vasco, arisco y cultísimo, llamado Miguel de Unamuno. Autores como Maeztu exaltan el capitalismo moderno representado por Bilbao. En Barcelona, una rica burguesía apadrina el arte modernista. Las clases medias se van articulando por toda España. También lo hacen los obreros. Grandes maestros realistas como Clarín o Galdós siguen escribiendo. La vieja España que ora y bosteza va dejando paso a una sociedad nueva terriblemente conflictiva. El perspicaz Darío lo advierte muy bien. 

La España que muere queda simbolizada en dos personajes a los que visita: Campoamor, poeta, y Castelar, político y orador. Don Ramón de Campoamor, poeta asturiano, hoy justamente revalorizado, que representó como nadie el gusto burgués y conservador de su tiempo, agoniza en su casa. Casi no puede moverse, ni hablar, pero no quiere que le ciñan los laureles de poeta nacional, al estilo de Victor Hugo. Desea morir en paz, lejos de políticos arribistas. Mal de salud andaba también don Emilio Castelar, republicano y católico, progresista, orador vacuo y tremebundo, que se lamenta ante Darío de estar tan pachucho, él, cuya firma se cotizaba con muchos ceros en cualquier periódico del mundo. Castelar, Campoamor, Menéndez y Pelayo, Echegaray, Valera o Zorrilla: los viejos ídolos van perdiendo fuelle. Los contemporáneos de Rubén Darío son Unamuno, los Machado, Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. La modernidad literaria y cultural: el modernismo, el futuro. 

Rubén quería estrechar lazos entre las Españas. Se presenta como una especie de heraldo de la necesaria comunidad espiritual entre iberoamericanos y españoles peninsulares. Todos son tributarios del mismo idioma. Comparten una cultura milenaria que hunde sus raíces en la vieja meseta castellana. El nicaragüense cree que la independencia política no debe romper la hermandad entre las dos orillas. Advierte tempranamente el poder abrumador de los EE. UU. Era un tópico muy de la época contraponer un presunto pragmatismo yanki frente a la espiritualidad hispánica. En realidad, se trataba de un complejo de inferioridad ante la supremacía anglosajona. Darío enfrenta a Don Quijote contra el choricero «sin alma» de Chicago. Estas cosas, después de un revolcón militar, es posible que fueran balsámicas. Hoy nos resultan patéticas. No obstante, como corresponsal de un diario argentino, Darío contrapone varias veces la en aquella época pujante Argentina, Buenos Aires era la Nueva York del sur, con la apolillada España. En definitiva, «España contemporánea» es un estupendo reportaje periodístico de un gran poeta que demostró ser también un prosista de excepción. De lectura más que recomendable.

Rubén Darío
 
Rubén Darío (1867-1916) fue quizá el poeta en español más influyente del siglo XX, pope del modernismo y notable prosista, nacido en Metapa (Nicaragua). Sus padres eran primos y se llevaban fatal entre ellos. El niño Rubén fue criado por sus abuelos. Según parece, comenzó a leer con tres años. Publicó su primer soneto con trece primaveras. En Managua, se dedicó al periodismo, aunque se aburría como una ostra, y acabó por plantarse en Valparaíso
 
En 1888 apareció su libro «Azul», verso y prosa, clave en la revolución modernista. Rubén fue nombrado corresponsal de La Nación de Buenos Aires, se casó, llevó una vida errante en Lima, San Salvador, Guatemala y Costa Rica. Llegó a España por primera vez en 1892. En París se relacionó con la bohemia. En Argentina comenzó a beber sin freno. Sus libros, como «Prosas profanas» (1895), lo convirtieron en el buque insignia del modernismo. A su sombra florecieron los Machado, Juan Ramón Jiménez o Valle-Inclán. En 1905, publicó su obra maestra: «Cantos de vida y esperanza».

Rubén Darío vivió sus últimos años entre París y España, macerado en alcohol y con importantes problemas económicos. No obstante, le prestó a Antonio Machado 300 francos para que pudiera regresar a España desde la capital francesa con su esposa Leonor, enferma. Como diplomático de la república de Nicaragua, debió alquilar en alguna ocasión el frac y el sombrero de copa. 
 
En 1910, borracho como una cuba, se quiso suicidar a bordo de un barco. Pasó una temporada tranquila en Mallorca, pero su salud ya estaba arruinada. Con la Primera Guerra Mundial defendió el pacifismo. Presintiendo la muerte, regresó a su patria, «sus tierras de oro», como escribiera su amigo Machado. Una cirrosis galopante lo mató el 6 de febrero de 1916. Sus exequias duraron varios días. Está enterrado en una tumba custodiada por un león escultórico doliente y humano. 

Publicado por Alberto.

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