viernes, 24 de febrero de 2023

La gente del abismo - Jack London

 

Título: La gente del abismo                                                                                               Autor: Jack London

Páginas: 288

Editorial: Gatopardo

Precio: 17,95 euros

Año de edición: 2016

Este es un libro sobre la miseria. Londres en 1902: medio millón de personas vivían en los abarrotados slums del East End. La otra cara de la arrogante sociedad victoriana. Los londinenses «decentes» se estremecían con solo pensar en aquellos barrios tan alejados de la magnificencia imperial. Una población variopinta bullía por arroyos sucios e intentaba sobrevivir. No pocos dormían en los bancos del parque. Los cuchitriles más alucinantes tenían siempre huéspedes. Proscritos de la sociedad, algunos morían como bestias. Otros más afortunados recalaban en crueles asilos que parecían inspirados en las novelas de Charles Dickens (la naturaleza imita al arte). Por siniestras callejuelas neblinosas pululaban trabajadores de los muelles, deshollinadores, carpinteros, mendigos, moribundos, bandadas de golfillos, prostitutas, ancianos abandonados, patronas mugrientas, desocupados, delincuentes y buscavidas. 

Jack London se sumergió en este revuelto mundillo y contó su experiencia en «La gente del abismo» (1903), un apasionante documento acerca de la pobreza urbana. El americano tenía amigos londinenses que le desaconsejaban barrios tan peligrosos. Cualquier caballero evitaba sus calles. London planea su visita como el que va de expedición al Amazonas (incluso tiene un refugio seguro en casa de una familia de clase media baja que vive en la zona «elegante» del East End). Para entender a la gente del abismo, se debe vivir como ellos. Compartir sus miserias. Quizá también alguna esperanza. El documento social es asimismo un estudio antropológico sobre los barrios bajos, contando unas cuantas vidas descabaladas. La literatura enseña la realidad que nadie quiere ver. El testimonio constituye una denuncia. Disfrazado con harapos, Jack London cogió aliento y se lanzó, con cierto miedo, a ese territorio comanche. Se hacía pasar por un marinero sin trabajo. 

La capacidad de observación del americano es portentosa. Con leves pinceladas recrea la atmósfera de aquel barrio dejado de la mano de Dios. Las fotografías en sepia que se conservan transmiten como nadie el bullicio barriobajero. Gente mal vestida. Ceñuda. Vidas sombrías. Se palpa la necesidad, aunque los vecinos tienen su orgullo de cockneys de pura cepa. 

Whitechapel: callejuelas laberínticas por donde deambulaba Jack el Destripador catorce años atrás. Oscuras tiendas atestadas de los cachivaches más insólitos. Tabernas en donde una fauna pintoresca se atiborra de mala cerveza. Zapateros que trabajan doce o catorce horas en sórdidos y minúsculos talleres. Obreros endomingados que fuman tranquilamente en pipa a la puerta de sus casas tristes. Cuartuchos que albergan confusamente varias familias. Gritos y peleas. Mercadillos dudosos. Muelles cubiertos de bruma. Policías que hacen su ronda agitando una linterna en la oscuridad. Mezquindad. Roña. Una sinfonía de horribles olores. Niebla, fango y enfermedades. 

La economía descriptiva de London hace milagros en apenas unas frases: «El panorama que nos ofrecían todas las travesías y callejones no era otro que el de ladrillos y miseria (...) el aire nos traía los ruidos obscenos de las riñas y trifulcas (...) por todas partes veía muros de ladrillo, pavimentos enfangados y calles atestadas de griteríos». Pío Baroja en «La ciudad de la niebla» (1909) reflejó con el mismo talento idéntico ambiente. 

A medida que va penetrando en el corazón de las miserias, London conoce a personas de extracción social humilde zarandeadas por la existencia. De inteligencia mediana, como la gran mayoría. Gente normal. Un marinero que solo sabe emborracharse entre barco y barco. O el caso patético de un viejo militar derrotado que espera su turno en la cola del asilo. Obreros que perdieron a sus familias, hundiéndose lentamente en la marginalidad. Jóvenes recién llegados a Londres que no encuentran su sitio. Parados. Nada extraño, ni exótico. 

La muerte siempre estaba al acecho de sus cortas vidas y como pariente de la muerte, la enfermedad. La mayoría de los compañeros casuales de Jack London están enfermos de hambre. Los desheredados no podían resistir mucho tiempo la dieta de pan duro, mantequilla rancia y té flojo. Pobres, pero no vagos. La inmensa mayoría de los habitantes del East End eran laboriosos (el estereotipo del haragán miserable es falso). Pero era muy difícil salir del gueto. Los más vulnerables se morían en silencio. En 1902 los servicios sociales estaban en mantillas. Primaba el laissez-faire más despiadado.

Una época inmisericorde con los humillados y ofendidos. El darwinismo social era la vulgata de la burguesía. En la lucha por la vida los triunfadores lucían altos, guapos, buenos y preferentemente rubios; los fracasados, cetrinos e innobles, debían perecer. Sabemos a qué llevó semejante filosofía social reaccionaria. De hecho, era tan predominante, que un socialista como London no estaba libre de ella. Teme la multiplicación del proletariado. El mito positivista de la degeneración hacía estragos. Los individuos de las clases sociales inferiores eran considerados como seres primitivos y atávicos. Afortunadamente, nuestro autor se olvida rápidamente de teorías. La realidad son las personas concretas de carne y hueso con las cuales se cruza. Son iguales a nosotros, advierte, solo que más desafortunadas. «La gente del abismo» permanece como un clásico en la denuncia de la injusticia social.

 
Jack London

Jack London (1876-1916) es un escritor norteamericano, cuyos orígenes son confusos. Al parecer, su nombre real era John Griffith Chaney, y es posible que su padre biológico fuera el astrólogo William Chaney. Lo que sí es seguro es que vino al mundo en San Francisco. Autodidacta, se formó leyendo libros en una biblioteca pública. Fue marinero, vagabundo, ostrero, enlatador y pasó una temporada en la cárcel. También estuvo con su cuñado en Klondike, buscando oro. No lo encontró, pero su salud se resintió bastante. Contrajo matrimonio. 

Fueron sus magníficos relatos de hombres rudos enfrentados a las inclemencias de la naturaleza los que le hicieron rico. Sus ideas eran progresistas y socialistas, aunque Jack London compartía bastantes de las obsesiones racistas de la época. En 1910 se compró un rancho de mil acres en California. Atesoró unos 15.000 libros. Su muerte fue tan complicada como sus orígenes: se habló de suicidio, uremia e incluso de una sobredosis accidental de morfina. Sigue siendo uno de los escritores más queridos por jóvenes y grandes. 

Publicado por Alberto.

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