domingo, 30 de enero de 2022

René Lavand, el mítico ilusionista manco

 

Hoy quiero rendir un homenaje al gran René Lavand, el único prestidigitador que conozco con una sola mano, el más dramático, el más literario y, para mí, uno de los mejores que he tenido la suerte de ver actuar. Dos cosas llamaban la atención de este genio del escenario: la primera, que era manco, ¿cómo podía hacer aquellos asombrosos juegos de cartas con una sola mano que, además, era la izquierda?, y la segunda, los pequeños cuentos que contaba mientras actuaba, de manera que parecía que sus espectaculares trucos no eran más que una ilustración de lo que contaba mientras.

Siempre elegantemente vestido, cortés y caballeroso, dominaba la escena, la pausa y el silencio, el efecto dramático, el énfasis, el pulso de la narración. Así que en realidad era un excelente contador de historias que, además y como propina, hacía números de magia para ilustrarlos. Él decía que había aprendido lo esencial de Mae West (Nueva York, 1893-1980), el icono sexual del Hollywood de los años 30, sin haberla conocido en persona: «lo realmente importante no es lo que se hace, sino cómo se hace; y más importante aún que cómo se hace, es lo que se dice mientras se hace, y lo más importante de todo, la mirada con que se hace».

Héctor René Lavandera (Buenos Aires, 1928-2015), más conocido como René Lavand, era hijo de un zapatero y una maestra. A los siete años, su tía Juana le llevó a un espectáculo y se quedó tan maravillado con los trucos de un mago llamado Chin Chan, que decidió dedicarse a eso. Tanto insistió, que un tío suyo le regaló una baraja, le enseñó un par de trucos y el niño se pasaba las horas muertas ensayando. Pero un año después, con solo ocho años, fue atropellado por un joven que iba conduciendo precisamente el coche de su padre. El automóvil le aplastó el brazo derecho, se le gangrenó la mano y se la tuvieron que cortar. Le quedó un muñón de once centímetros a partir del codo.

Sin embargo, aunque era diestro, no renunció a sueño y comenzó un largo y difícil aprendizaje completamente autodidacta, porque todos los trucos y libros de divulgación estaban pensados para personas con dos manos. Practicó obsesivamente la cartomagia y se convirtió en un verdadero maestro. Hasta los 32 años, trabajó en un banco como oficinista, a esa edad ganó un concurso de magia y ya no paró de actuar en teatros y televisión. Se hizo famoso en sus giras por Canadá, Estados Unidos, Japón y Europa, y al final de su vida, cogió la costumbre de venir a España cada poco tiempo a mostrar su arte. Encandiló a millonarios, políticos, presidentes, a David Copperfield y a todo tipo de público.

René Lavand en el show de Ed Sullyvan (1963)

Siempre llamó la atención no solo por hacer trucos de cartas increíbles con una sola mano, sino sobre todo por las historias con las que aderezaba sus números la mayoría inventadas por sus amigos Rolando Chirico y Ricardo Martín— y por su magistral manejo del silencio y la pausa para crear un mayor efecto dramático. Tenía frases que se hicieron famosas: «No se puede hacer más lento», «Esto es lentidigitización», «La cámara implacable no me deja mentir», «La belleza de lo simple», «Añadirle belleza al asombro»...

Aquí podéis ver un vídeo de su truco más famoso: el de la taza y las tres migas de pan.

Tuvo varios discípulos, como le gustaba llamarlos, que iban a su casa para aprender sus trucos y su filosofía. Acondicionó un vagón de tren como salón de magia y allí los recibía. Un día, un chico le preguntó qué tenía que hacer para conseguir hacer la magia de forma tan profunda y personal como él. René se quedó callado unos segundos y le dijo: «Pierda una mano». La respuesta puede parecer una boutade, pero es mucho más acertada de lo que parece. Solo una limitación radical y su ansia de superación le habían espoleado lo suficiente para practicar lo suficiente y para buscar otros caminos y un estilo diferente.

Durante algunos años, iniciaba su actuación con un relato que siempre emocionaba al público:

«Había terminado la guerra. La patrulla en retirada. Un soldado solicita permiso al capitán para volver al campo de batalla en busca de un amigo. Pero se lo niegan. 'Es inútil que vayas, está muerto', le dice el capitán. El soldado desobedece la orden y vuelve al campo de batalla por su amigo. Regresa con él en brazos. Muerto. 'Te lo dije, era inútil que fueras', lo retó el capitán. 'No mi capitán, no fue inútil. Cuando llegué aún estaba con vida, me miró a los ojos y me dijo: sabía que ibas a venir'».

En este otro vídeo cuenta varias historias de jugadores.

No le gustaba que le llamasen mago; la magia era para él otra cosa. Prefería llamarse ilusionista, es decir, generador de ilusión. El caso es que me parece que este hombre sí que tenía algo mágico, pero la magia no estaba en sus fascinantes trucos, sino en sus palabras.

René Lavand, en sus últimos años

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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