Ideas y creencias
«[...] la sabiduría, en lo que tiene de lucidez y crítica, va siempre contra la vida, vivimos a pesar de lo que sabemos, no gracias a ello. No concibo que el pensamiento facilite la vida; la arriesga, la compromete, la zapa en la mayoría de los casos; por eso quizá sea la forma más alta de la vida humana que conocemos, porque es la más antivital, la que nos pone al borde de perderlo todo sin ofrecernos nada a cambio, salvo horror, soledad y locura.
»Pero quien se ha inclinado sobre el abismo, quien ha visto, padecerá por siempre la tentación de volver otra vez a ese punto negro en el que las tinieblas alumbran...» (Apología del sofista, F. Savater, 1973)
El pensamiento no ayuda a vivir, no facilita la existencia, sobre todo porque, como decía Bergson, la inteligencia tiene un poder corrosivo y socavante. A ello se debe que el Orden Establecido haya desconfiado siempre del talento y la inteligencia y por supuesto de las ideas.
Las ideas incomodan, pero no las creencias. Por eso la gente, me refiero a la mayoría, a lo que Horacio llamaba el servum pecus, la manada, el rebaño servil, no quiere ideas, quiere creencias.
El intelectual, el pensador, el que ejerce el oficio del pensamiento, no vive propiamente la vida, sino que la contempla. Toda sensación se le torna principio de análisis. Si le falta objeto, si le falta cadáver, entonces, como dice Gautier, se tiende sobre la mesa y se hunde el escalpelo en su propio corazón. Así le ocurría a Baudelaire, según Théophile Gautier. Dicho sea de paso, Las flores del mal están dedicadas a Gautier y en los términos más encomiásticos. Baudelaire llama a Gautier «venerado maestro» y lo considera «poeta impecable».
Decía que la gente quiere creer, pero no quiere pensar. Quiere creencias, no ideas ni pensamientos. «Pensar es perseguir la inseguridad —manifiesta Cioran—, atormentarse por futilidades grandiosas, recluirse en abstracciones con una avidez de mártir, buscar la complicación como otros buscan la destrucción o el beneficio. El pensador, por definición, codicia el tormento». (Desgarradura, Émile Cioran, 1978).
¿Qué es la creencia?
Es el firme asentimiento y conformidad con alguna cosa. Creencia es también el completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguro o cierto.
¿Qué es la idea?
Es un acto del entendimiento, el primero y el más obvio, y que se limita al simple conocimiento de una cosa. Idea es también la imagen o representación que tenemos del objeto percibido. Idea es, por último, el concepto, el juicio o la opinión que uno se forma acerca de una persona o de una cosa. Señala Marías con razón que las ideas y las creencias se confunden fácilmente, porque cuando una creencia se formula, parece una idea.
Pero, en realidad, las verdaderas creencias no se formulan; de ellas no tenemos ni idea. (La mujer en el siglo XX, Julián Marías, 1980).
José Ortega y Gasset decía que tenemos ideas, pero que las creencias nos tienen o nos sostienen. (Véase el ensayo, muy interesante y conocido, de Ortega titulado Ideas y creencias, de 1940).
Nuestra vida está fundada sobre creencias; las creencias son el subsuelo de nuestra vida; las creencias cimientan nuestra existencia; contamos con ellas, estamos en ellas, nos sostienen. Cuando fallan, cuando entran en conflicto, cuando nos faltan, porque no estamos en ninguna respecto a alguna realidad, entonces nos percatamos de ellas, reparamos en ellas, las formulamos y empiezan a funcionar como ideas. Es decir, nos ponemos a pensar para tener alguna idea que supla la creencia y nos permita de nuevo saber a qué atenernos.
«Lo que más pone en peligro a una creencia —dice Marías— es defenderla, porque para ello hay que formularla convertirla en idea, ‘ideificarla’, y esto la debilita como creencia».
Unamuno manifestaba que en el plano intelectual, en el terreno ideativo, él siempre contendía y le apasionaba la confrontación. Por eso decía de sí mismo que en el fondo no era un intelectual, sino un pasional, y cuando no tenía con quién contender, contendía consigo mismo y discurría a solas, y sus monólogos o soliloquios terminaban siendo diálogos muy vivos y acalorados.
Los que están tranquilamente instalados en una creencia, desconocen la necesidad de contender y el afán de cuestionar. Carecen de ideas y lo único que tienen es una creencia (o más de una) que los tiene o que los sostiene.
Cuando un medio tan importante como la televisión no favorece ni propicia las ideas, privilegia entonces las creencias, los estereotipos y los lugares comunes. Ramploniza la existencia y la encanalla. No se dirige al lado discursivo y reflexivo del ser humano, sino a sus sensaciones y sentimientos de éste, cuando no a la pura irracionalidad del hombre. De resultas de lo cual lo envilece y degrada.
En la televisión comercial, que es sin duda la de mayor teleaudiencia, no hay prácticamente ideas, lo que hay es una innegable jibarización que ya tiene todos los visos de una descerebración. La teleaudiencia tiene aún algo de cerebro, pero dentro de poco ya no lo tendrá.
Dicen que el ser humano es un ser pensante. Pues bien: el hecho de que no piense, de que no tenga ideas, lo deshumaniza, lo indignifica, lo disminuye y rebaja, lo animaliza. Por eso una televisión sin ideas es una televisión embrutecedora y bestializante.
El oficio del pensamiento tiene escasísimos oficiantes. Ramiro de Maeztu decía que la inmensa mayoría de los hombres no piensa casi nunca y que el hombre generalmente piensa sólo cuando le ocurre algún percance.
Preguntémonos entonces, calderonianamente, si en realidad esa gente vive. Pues no, no vive: «Pues quien vive sin pensar / no puede decir que vive». (La cena del rey Baltasar, Calderón de la Barca, 1632). En la actual videocracia que sufrimos los pensantes, los no-pensantes vegetan y el Orden Establecido favorece encantadísimo tal vegetación.
«No hay nada más movilizador que el pensamiento —dice Forrester—. Lejos de representar una triste abdicación, es la quintaesencia misma de la acción. No existe actividad más subversiva ni temida. Ni más difamada, lo cual no es casual ni carece de importancia: el pensamiento es político. El solo hecho de pensar es político. De ahí la lucha insidiosa y por eso mismo más eficaz y más intensa en nuestra época contra el pensamiento. Contra la capacidad de pensar. Pero ella representa y representará cada vez más nuestro único recurso». (El horror económico, Viviane Forrester,1997).
Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri (Lima, 1938-2018), erudito autodidacta, lector empedernido, polígrafo, escritor y presentador televisivo, fue una figura intelectual única en el panorama cultural peruano. Especialista en gramática, lexicografía y sexología, entre otras muchas cosas, sus programas de televisión eran una auténtica delicia, como éste en el que debate precisamente sobre ideas y creencias:
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
Muy interesante, Ideas Creencias.Gracias
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