Robert Johnson
Las desembocaduras de los ríos están llenas de historias, antiguas leyendas y tradiciones que se van sedimentando con la llegada y la mezcla de culturas. Palabras que a menudo tienen ritmo y música, y se convierten en folclore. Así ha ocurrido durante años y años en el último tramo del Guadalquivir, alrededor del Rio de la Plata y en el Delta del Misisipi. Al final del caudaloso río estadounidense nació y se desarrolló el blues, al mismo tiempo que se extendía la leyenda de Robert Johnson, su mítico creador.
Johnson era un guitarrista pobre, principiante y no muy bueno. Subía al escenario de algunos tugurios del delta y acababan echándole entre silbidos y protestas. Un día desapareció sin dejar rastro y sus conocidos le perdieron la pista. De pronto, apareció con una guitarra de siete cuerdas, convertido en un virtuoso que producía sonidos increíbles. Con sus larguísimos dedos lograba efectos espectaculares y varios trucos nuevos, como emplear un cilindro de metal engarzado en un dedo con el que pisaba las cuerdas.
Dejó grabados solo 29 temas, pero sentó las bases del blues, del rhythm and blues, de la base rítmica del rock e influyó en toda una pléyade de estrellas, desde Bob Dylan hasta los Rolling Stones, pasando por Jimi Hendrix, mano lenta Eric Clapton, Keith Richard, Led Zeppelin y todos los grandes guitarritas de los años 60.
El blues es un lamento convertido en música, cantado con estilo sincopado y ligado a la música negra. «Cuando has perdido a tu chica y sabes que no puedes hacer nada por recuperarla, éso es el blues» dijo un famoso bluesman cuando le pidieron una definición. Éste es el tema Sweet Home Chicago grabado por el mismísimo Johnson, el origen de todo:
¿Cómo pudo haberse producido una transformación tan completa y súbita? La leyenda dice que se encontró una noche con el diablo en un cruce de caminos e hizo un pacto con él: tener el talento de un genio de la música a cambio de su alma.
Robert Johnson nació en Hazlehurst, un pequeño pueblo en el estado de Misisipi, en 1911 y se sabe poco de su vida. Hijo de un aparcero que trabajaba cultivando algodón y que abandonó muy pronto a su madre, desde muy pequeño aspiró a prosperar y dejar atrás aquella vida tan dura. Le gustaba tocar el arpa de boca y la armónica, pero lo que le volvía loco era la guitarra y no quería que el duro trabajo del campo le estropease aquellos dedos finos y larguísimos con los que rasgeaba las cuerdas. Su padrastro no estaba de acuerdo y después de varias palizas, el chico se fué de casa. Era solo un adolescente.
Comenzó a tocar, con muy poco éxito, en bares baratos y cantinas de poca monta, en los que los negros de las plantaciones se emborrachaban y se divertían. Como no acudían a los templos, en lo que se interpretaba gospell, la música de Dios, todo lo que se oía en esos sitios era música del diablo y era sistemáticamente maldecida por los predicadores.
Vivió todo tipo de aventuras, no era mal parecido y dejó embarazada a una chica muy joven de la que se enamoró. Intentó casarse con ella, pero el padre y su escopeta impidieron que la niña de sus ojos empezase una nueva vida con un descarriado que no era bueno para nada. Así que perdió a su chica y su hijo.
Siguió rodando por los caminos y las cantinas del delta y a los 18 años se casó con Virginia Travis, de 15. Esta vez sí consiguió casarse y al año siguiente la pareja esperaba su primer hijo. Pero cuando volvía de una de sus giras por los pueblos cercanos, se encontró con que el parto se había adelantado, los dos habían muerto y había perdido a su mujer y la criatura. La historia se repetía. Dicen que por eso el blues es tan triste.
Robert Johnson tenía entonces 19 años y decidió refugiarse en la música. Inició una vida frenética y errante, tocando de pueblo en pueblo y aunque era bueno con la armónica, la verdad es que era mediocre como guitarrista. Su vida estaba deshecha y entonces fué cuando desapareció durante un año y pico, con la idea de encontrar a su verdadero padre.
Se dice que una noche se sentó en un cruce de caminos en Clarksdale y empezó a tocar la guitarra. Ese día no andaba muy fino y el sonido era especialmente horrísono, tan terrible que despertó al mismísimo Satanás, que se presentó en toda su gloria para pedirle por favor que dejase de producir aquellos horribles sonidos. Johnson pensó que aquella era su oportunidad y contestó que dejaría de tocar si el demonio le enseñaba cómo hacerlo mejor. Belcebú le dijo que eso sólo lo podía hacer a cambo de su alma y así se cerró el trato.
El cruce de las carreteras 49 y 61 en Clarksdale (Misisipi),
donde se dice que Robert Johnson vendió su alma al diablo
En realidad, también hay quien cuenta que ese demonio tenía nombre y era Ike Zinnerman (por cierto, sinnerman significa hombre pecador), un bluesman de Alabama, huraño y solitario, que le enseñó todo lo que sabía y le obligó a practicar sin descanso. Parece que los dos solían tocar en la soledad de los cementerios, sentados en dos lápidas cercanas, para que nadie les molestase y eso puede haber sido parte del origen de la leyenda.
El chico volvió convertido en el rey del blues, un intérprete lleno de talento que revolucionó la música popular para siempre. El cambio fué tan súbito que se empezó a decir que tenía un pacto con el demonio y Johnson alentó esos rumores componiendo más de una letra sobre sus negocios con el maligno.
La historia no acaba bien. Nuestro músico llevaba una vida itinerante de blues, borracheras y mujeres, hasta que encontró la muerte de Greenwood. Parece que tuvo un lío con la mujer de uno de los empleados de un antro en el que tocaba. Una noche, en plena juerga, pidió una botella de whisky y le dieron una con el precinto abierto. Un compañero de jarana, el mítico Sonny Boy Williamson, se la arrebató de las manos y le dijo «Nunca bebas de una botella con el precinto abierto». Johnson la recuperó y le contestó «Nunca me quites una botella de ocho dólares y medio» y se la bebió el sólo. Murió envenenado con naftalina y no se sabe dónde está enterrado, porque hay tres tumbas que reclaman ser la auténtica.
Tenía solo 27 años y hay quien dice que es el primer miembro del llamado «club de los 27», formado por grandes artistas fallecidos a esa edad después de haber conocido las mieles del éxito. La lista es larga e incluye a Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Curt Cobain, Amy Winehouse y así hasta 53 nombres. Ni que decir tiene que la leyenda urbana dice que también llegaron a un acuerdo con Satanás.
Seis meses después de la muerte de Johnson, el empresario John Hammond decidió organizar un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York, para dar a conocer aquella música fascinante que hacían los negros del sur. Había escuchado las grabaciones de Robert Johnson y pensó en él como actuación estrella del evento, pero se quedó desolado cuando se enteró de que había muerto. El festival fué todo un éxito y como colofón, se levantó lentamente el telón y apareció... una gramola, que reprodujo uno de los temas del llamado Rey del blues. El impacto fué enorme, la ovación atronadora y la leyenda se engrandeció todavía un poco más: es el único músico que dió un concierto después de muerto y triunfó.
Durante mucho tiempo se pensaba que las dos imágenes incluidas más arriba eran las dos únicas fotos disponibles de Robert Johnson, hasta que se encontró la instantánea de más abajo.
Robert Johnson
De vez en cuando, aparece una foto borrosa y ajada de un guitarrista negro de los años 20 y su propietario asegura que es Robert Johnson, pero finalmente los expertos concluyen que no es así. Parece que, hasta la fecha, estas son las tres únicas instantáneas que nos han llegado del mítico creador del blues.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
Antonio. que historias tan estupendas, gracias por compartirlas.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Ahora me he enganchado a escuchar blues (Robert Johnson, Sonny Boy Williamson, Johnny Shines...) y hay temas que no me saco de la cabeza.
ResponderEliminarSalud y libros.