viernes, 17 de marzo de 2023

Juventud, egolatría - Pío Baroja

Título: Juventud, egolatría                                                                                                 Autor: Pío Baroja

Páginas: 198 pág.

Editorial:
Editor Caro Raggio

Precio: 17,10 euros

Año de edición: 2017

En 1917, cuando Europa se desangraba, Pío Baroja tenía 44 años. A sus espaldas atesoraba un amplio bagaje literario. Después de Galdós, que se estaba apagando (moriría en 1920), era el gran novelista español. Así que don Pío decidió hacer un balance de sí mismo: vida, opiniones y personajes. El resultado fue «Juventud, egolatría», uno de sus mejores libros. Aunque la juventud fuera quedando atrás, permanecía el culto al yo, a la sinceridad entendida como lealtad a uno mismo. Para Baroja, la verdad, individual e irreductible, iba siempre de dentro hacia fuera. Con este enfoque, la personalidad del escritor lo invade todo, con lo que resulta imposible un enfoque objetivo de cosas o personas. La arbitrariedad, consecuencia inevitable de la egolatría, domina, así como las contradicciones.  

Baroja era un tipo raro: un señor de apariencia normal, algo desastrado, escéptico y agnóstico, solterón, pero cuyas opiniones, entre paradójicas y anárquicas, poseen una agudeza indiscutible. A fuerza de no tener estilo, Pío Baroja es uno de los grandes estilistas de la literatura española. Se preocupó de eliminar de sus libros cualquier amplificación superflua. Quedó únicamente una prosa desnuda, clara, extremadamente expresiva, y que se adapta de manera espléndida a aquello que quiere decirse. En el estilo barojiano no existen los oropeles, sino la claridad de quien va derecho al grano. El estilo es el hombre. En Baroja, más que de individualismo, cabría hablar de personalismo. 

Este libro es una antología de opiniones contundentes, con algunas pinceladas autobiográficas. El tono es agresivo, sincero y negativo; contra esto y aquello. Baroja se nos presenta como un materialista convencido. Un agnóstico que rechaza la religión. Un hombre que detesta la retórica castiza, la de todo el mundo, en nombre de su retórica particular, derivada, dice, de la poesía de Verlaine. No le gustan ni entiende los libros viejos, aunque confiesa haber disfrutado leyendo la «Odisea». Admite que algunas de sus novelas pueden resultar aburridas. Qué se le va a hacer. Le gusta lo rápido, lo dinámico, lo cambiante. Habla de la miseria sexual española con un desembarazo notable. Cita a Freud. Se considera archieuropeo. Para él, Europa es esencialmente el espacio entre los Pirineos y los Alpes. Fuera de ahí, no se siente tan cómodo. Rechaza los grandes Estados. Baroja es español y vasco, pero detesta el «patriotismo de la mentira».

Con gracia (y algo de pena), recuerda que en Vera de Bidasoa, en donde adquirió una hermosa casona en 1912, los niños le llamaban por las calles el «hombre malo de Itzea», quizá influidos por la rumorología aldeana. Baroja no cree en Dios en una sociedad abrumadoramente católica. No le gustan los uniformes en un país en donde el ejército está considerado como la columna vertebral de la patria. Rechaza la oratoria cuando a sus compatriotas les deslumbra la elocuencia. Tiene una gran confianza en la ciencia, mientras Unamuno se exaltaba con lo de «que inventen ellos». El romántico tardío que era Baroja se consideraba «un inadaptado». La posición del solitario que no se casa con nadie le parece la más decente en un país que a veces parece una feria de charlatanes. Siempre a la contra. 

Don Pío era un viejo liberal clásico, un hombre del siglo diecinueve, que vivió, por esas casualidades de la vida, sobre todo en el siglo veinte. El mundo moderno que llega le parece espantoso. Él era de «los del individuo contra el estado», un fiel de Herbert Spencer (aunque no le gustara su filosofía). Se declara liberal radical, individualista y con su punta anarquista, aunque se trataba de un anarquismo conservador, aburguesado y algo comodón. La democracia es peligrosa y plebeya. A los socialistas, Baroja no los podía ni ver. A los curas, tampoco. Y a sus contemporáneos, con la excepción de Ortega y Gasset y Azorín, aún menos. Sus juicios rotundos, expresados a veces en forma aforística, con una gran carga de humor, son inolvidables. 

«Juventud, egolatría» es un brillante puñado de diatribas sentimentales de un gran escritor que se sentía viejo cuando todavía era bastante joven. Su estilo sencillo es de una modernidad asombrosa. Baroja, el insobornable, tenía la gracia de los grandes pesimistas. Su perspicacia era grande y sin concesiones. El resultado es un librito fragmentario, ameno y divertido. Más que recomendable. 

Pío Baroja

Pío Baroja (1872-1956) fue un novelista español nacido en San Sebastián. Su familia era culta y de clase media. El joven Pío pasó su juventud recorriendo la geografía española hasta asentarse en Madrid. Allí estudió la carrera de medicina. Su tesis se tituló: «El dolor. Estudio de psicofísica» (1896). Lector infatigable desde su juventud, devoró a Nietzsche, Dostoyevski, Kant, Schopenhauer y Verlaine, además de los clásicos españoles. También leyó a Dickens, Gorki y folletines populares. Empezó publicando los cuentos de «Vidas sombrías» (1900). En 1902 se consagró con su gran novela «Camino de perfección», en donde está todo el espíritu del 98: un hombre atormentado se busca a sí mismo, encontrándose con una España decadente. El paisaje, el pasado, Toledo, el Greco, la meseta, constituyen el alma de un libro impregnado de pesimismo.  

Baroja ejerció durante un corto tiempo la medicina y fue industrial panadero en Madrid antes de dedicarse plenamente a la escritura. Su obra es enorme. Llevó una vida rutinaria, dedicado a su oficio de novelista, y viajó mucho, sobre todo a París. Tuvo algún escarceo en política (con el Partido Radical de Lerroux), pero siempre se mantuvo al margen del estruendo. En 1935 ingresó en la RealAcademia de la Lengua. Con el estallido de la guerra civil, se exilió en Francia, volviendo a España tras el conflicto. Siguió escribiendo, se aisló cada vez más (un ateo declarado no era nada bien visto en la España franquista) y falleció en 1956. Sus restos reposan en el cementerio civil de Madrid

Publicado por Alberto.

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